jueves, 27 de agosto de 2009

Los Dos Hermanos

Una antigua leyenda relata que hace mucho tiempo vivía en Ierushalaim un anciano y sus dos hijos. El mayor era soltero y vivía solo, el menor estaba casado y tenía tres hijos. Ellos eran agricultores y cultivaban la tierra.
Los hermanos se amaban tanto que no querían dividir el campo entre ellos. Araban, sembraban y cosechaban juntos. Y el producto del trabajo era dividido en partes iguales.

Una noche, el hermano mayor estaba preocupado y no podía dormir pensando: “Yo vivo solo, sin mujer ni hijos. No tengo que alimentar ni vestir a nadie. En cambio, mi hermano tiene la responsabilidad de mantener una familia. ¿Es justo, entonces, que los dos recibamos lo mismo por nuestro trabajo? Sus necesidades son mayores a las mías”.
A medianoche se levantó, tomó parte de su trigo y las llevó al campo de su hermano. Regresó a su cama y se durmió tranquilo.

Esa misma noche, tampoco su hermano podía dormir, pues pensaba: “yo tengo hijos que se preocuparán por mí cuando en la vejez, pero mi hermano… está solo, ¿quién cuidará de él? No es justo que compartamos la cosecha del mismo modo”.
Así que se levantó, tomó parte de su trigo y lo colocó en el campo de su hermano. Regresó a su casa y se durmió profundamente.

Por la mañana, los dos hermanos se asombraron al ver la misma cantidad de trigo cosechado que habían dejado la noche anterior, pero ninguno dijo una sola palabra.
Lo mismo sucedió durante las siguientes dos noches…

La tercera noche, cuando cada uno de los hermanos estaba llevando parte de su trigo al campo de su hermano, se encontraron en la cima de una colina. Inmediatamente comprendieron lo que había sucedido. En el lugar donde estaban y sin decir nada se abrazaron y lloraron de felicidad.

Di-s, que fue testigo del profundo amor entre estos dos hermanos, bendijo el lugar donde se encontraron y lo eligió para construir allí el Beit Hamikdash.
Y cuando el rey Shelomó construyó el Templo, lo hizo precisamente en ese sitio donde fluye la paz y el amor.

¡Gracias a D.T. por su colaboración!

martes, 18 de agosto de 2009

El Reflejo De Las Redes Sociales

Todo individuo comunica. Verbalmente o no, pero nunca deja de hacerlo. Paul Watzlawick en sus axiomas de la comunicación nos diría más precisamente que “no es posible no comunicarse”.

También mediante la comunicación podemos detectar cuáles son las necesidades o maneras de pensar del otro. Si cuando bostezo no tapo mi boca y noto en el rostro de mi compañero un disgusto, aun sin él emitir palabra, comprenderé que esa conducta no es aprobada –al menos- por su persona. Por lo tanto, ahora dependerá de mí y sólo de mí, ajustarme a su realidad o ignorar su postura.

Sin dudas que el auge del momento en el mundo cibernético son las redes sociales. Facebook, Twitter, Sonico, Linkedin, de todos los gustos, tallas y colores. Claro que no todos los usuarios lo utilizan con el mismo fin, las motivaciones son variadas: contactos profesionales, reencuentro con compañeros de la infancia, amigos virtuales. Pero… ¿qué necesidades tendemos a comunicar mediante sus aplicaciones?, ¿a qué se debe el éxito rotundo y oportuno?, ¿no estaremos buscando algunos vacíos existenciales que el afuera no puede brindarnos?

En una sociedad sorda que ni las trompetas ni el ruido de las guerras se suelen oír, cualquier medio es válido para hacerse valer y escuchar. No hace falta irse muy lejos para observar la gran demanda de ayuda psicológica que existe en nuestros días. Psiquiatras, psicólogos, psicopedagogos, counselors, todo es válido para ser escuchado. El individuo hasta es capaz de pagar una consulta solamente para que otro lo escuche, sin emitir ni juicio ni opinión, simplemente “alquilarle” sus oídos por unos minutos. Tal vez el egocentrismo tenga la palabra, y ya no disponemos ni del tiempo para un otro que se encuentra al lado nuestro diariamente. A un otro que le juramos “amor eterno”.

La tecnología avanza, aparatos cada vez más pequeños y con más botones y funciones que tal vez nos hacen olvidar su verdadera función: comunicar. Más comunicados que nunca, más descomunicados que siempre…

“¿Qué estás pensando?”, nos anima a escribir un cuadro de texto. Un cuadro mágico que se transforma en un lugar en donde podemos expresarnos y a la vez esperar una respuesta del exterior, un reflejo o aporte sobre un estado de ánimo. Ya sea un “que te mejores”, “te quiero mucho”, “¿qué sucedió en tu trabajo”? Pero con la misma finalidad: que las palabras no se las lleve el viento. Dejar una marca que tal vez muchas veces es ignorada cuando es escuchada en la realidad. Que quede un registro del sentimiento o del pensar. Un aval.

El texto escrito en muchas oportunidades se piensa no sólo por el fin mismo de expresarlo sino para observar qué opinarán los conocidos o “amigos”. “¿Seré gracioso?”, “¿me apreciarán más si se enteran que soy voluntario en un geriátrico?”, “¿si me hago fan de Freud dirán que soy el mejor psicólogo del continente?”.

Se le otorga un “poder especial” al usuario de catalogar si aquel artículo o vínculo es interesante o “le gusta”. Un medio que, al fin, le otorga valor a su opinión. Sólo él mismo podrá decidir si le ha dejado de “gustarle” aquella información.

Se torna sumamente doloroso no ser escuchado. Ser ignorado, indiferenciado. William James es más preciso al exclamar que: “No podría idearse un castigo más monstruoso, aun cuando ello fuera físicamente posible, que soltar a un individuo en una sociedad y hacer que pasara totalmente desapercibido para sus miembros”.

Ni que hablar de las aplicaciones como una tan famosa y popular que dice: "¿Que piensan tus amigos de ti?". Estamos condicionados a actuar en base a las perseguidoras y persecutas miradas de nuestros seres queridos. Existe una necesidad de que los demás reafirmen la existencia propia. Que me acepten a todo precio. Tanto, que a veces se llegan a realizar accionares impensados. Y todo para ser parte, para pertenecer…

Suelen observarse decenas y centenas de "amigos" agregados. Solicitudes de “amistad” a borbotones. “Amigos”, una palabra que hoy día se dice casi sin pensar lo que ello implica. Ya todos “ganan” esa relación por tan sólo una vez en la que le preguntamos a nuestro vecino la hora o el pronóstico del tiempo (y se ve reflejado en el día del amigo donde el primero que se nos cruza, lo saludamos como si lo conociéramos de toda la vida).

En algunos casos es tanta la necesidad de los "amigos" que se hacen competencias para observar quién reúne más. ¿Más de qué?, me pregunto. Poco de mucho, mucho de nada...

Sin dudas que nuestra forma de comunicarnos en la actualidad preocupa. Preocupa porque las necesidades no se satisfacen y cada vez hay más personas que se sienten solas… No que están solas, sino que se sienten solas… Podemos estar en una fiesta llena de invitados pero no conocer a nadie. No estamos solos, pero nos sentimos solos, que es peor…

Todo individuo tiene la necesidad de ser respetado y valorado. De saber que no está solo, que hay personas que lo aprecian, que desean su bien.

Abraham Maslow escribe en el capítulo 5 de su libro “Motivación y personalidad”: “En nuestra sociedad, la frustración de estas necesidades (de amor, afecto o posesión), es la causa más corriente de los casos de mal ajuste y psicopatologías más graves.”

El médico psiquiatra, psicodramatista y psicoterapeuta Claudio Adrián Rud nos diría en términos similares y ampliando un poco más la idea: "Todo aquel que consulta ha sido o es víctima de alguna forma de desamor. Ya sea de la forma más brutal, como el desinterés, la violencia; o bien bajo una apariencia más leve como la manipulación, el amor condicionado, el abuso del poder de quienes están ejerciéndolo por la investidura que los sustenta" (Psicoterapias en Argentina, página 231).

Tal vez por algo no resulte raro escuchar a una enamorada decir: “muero por él” o bien “muero por ella”. El amor incondicional de un otro que me respetará siendo lo que sea, con mis virtudes y mis defectos, es lo que a veces provoca esas mariposas en el estómago difíciles de detallar.

Si Di-s no hubiese creado a los bebés y niños con esa facultad de belleza estética y esa apariencia de “muñequitos” que enternecen a cualquier persona que aparezca en sus caminos, tal vez morirían de amor por individuos irresponsables (que aun dándose estas cualidades, en la realidad ocurre también…)

Y sí, quizá deberíamos replantearnos si no buscamos en la red otras necesidades que en la realidad no podemos concretar por los motivos que sean: timidez, temor al qué dirán, no “encajar” en un grupo, sentirnos desvalorados. Bajo ningún aspecto se podría afirmar que todas las personas que utilizan redes sociales padecen de estos “desamores”, pero es un posible disparador que puede servir para aquellos que deseen reflexionar sobre sí mismos…

¿En qué estamos fallando? ¿Qué podemos hacer para mejorar? ¿Cómo ayudar para beneficiar a los demás?

Sepamos que con el hecho de plantearnos este tipo de preguntas ya estamos haciendo mucho. Reflexionar y aceptar nuestras fallas y debilidades es la mejor manera para que la acción tenga lugar.

El que busque una fórmula secreta se frustrará al leer estas líneas. Se frustrará porque no la encontrará. Cada uno tiene su camino y cada persona tiene sus gustos. No se puede universalizar. Todo sujeto es único e individual. Estará en uno detectar la fórmula más apropiada para cada caso.

Los “quebrachos” (así los llamaban en el colegio) se reencontraron en un restaurante luego de 30 años. Las emociones de ese día eran especiales. A pesar de ser tan iguales e integrar la misma “barra”, al solicitar la orden al mozo, cada uno pidió un plato distinto. “No, a mí no me agradan las papas fritas”. “La tarta de ajo con cebolla hierve en mi lengua”. “La berenjenas me producen aftas…”

Así como en lo gastronómico cada uno tiene sus “gustos” para satisfacer la necesidad básica del hambre, de igual manera y con más razón sucede en cualquier esfera de la vida y en las más variadas necesidades, ya sean fisiológicas o psicológicas.

Con los valores ya tan desgastados, siendo tan solamente personas, simplemente de esa manera y brindando esa calidad, estamos haciendo mucho…

Debo reconocer que me estremece en demasía cuando luego de un robo se escucha a las víctimas afirmar: "los ladrones nos trataron muy bien. No nos pegaron ni nada…” Estas personas han sido objeto de hechos delictivos, perdieron tal vez toda su fortuna, pero los tranquiliza no haberse llevado una brutal golpiza. ¿Y por qué? Porque últimamente no es “normal” que roben y que a su vez el efecto de la droga no los impulse a agredir salvajemente. Pareciera como si las verdaderas víctimas hayan sido los delincuentes. Como si éstos últimos les hayan hecho un “favor” al no golpearlos. Porque se vuelto anormal ser normal…

“Diezmar diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año” (Deuteronomio 14:22).

La Torá nos obliga a diezmar toda ganancia que acceda a nuestros depósitos. Tal vez nos quiera enseñar que no podemos tener provecho de este mundo sabiendo que otro sufre o no dispone de los medios suficientes. Que si tenemos la posibilidad de gozar, que lo hagamos, pero no sin antes olvidarnos que hay otros individuos que por su situación no pueden hacerlo como nosotros, solidarizándonos con aquellos en una mínima medida.

Pero no solamente a la cosecha se refiere. Ni tampoco a todo lo material y monetario. Cualquier bien, sea monetario y/o espiritual se debe diezmar. Eso significa que si Di-s te otorgó alegría, debes compartirla con los demás. Si posees seguridad emocional, debes ayudar a otros a que la adquieran. Si tu vida psíquica está ajustada, trata de socorrer a aquellas personas que no lo están.

Porque es más simple entregar dinero. Menos comprometedor. Es un instante y se acabó. Se puede entregar y aun tener el lujo de posar una mala cara, y el fin se cometió (lamentablemente así algunos piensan… mejor que no hubiesen otorgado…) Y también, por qué no, sentirse “todo poderoso”, fuerte, sólido, que otros lo necesitan para subsistir…

Cuando la Torá enumera las aves que no están permitidas ingerir, nos dice en uno de sus pasajes: “(Y estas son de las que no podréis comer:) la cigüeña, la garza según su especie, la abubilla y el murciélago (Deuteronomio 14:18). Al referirse a la cigüeña, la Torá la denomina “Jasidá”. El Talmud explica que la raíz de su nombre proviene del vocablo “Jesed”, es decir, “bondad”. Si esto es así, ¿por qué ella está entre los pájaros impuros, que normalmente son aves de rapiña? El libro “Meotrezenu Ha Iashan” nos explica: porque la cigüeña es amable sólo con sus pares. Sólo se preocupa por aquellos de su propia bandada o grupo.

Hay mucho para hacer y con pequeños actos mucho podemos lograr. Un saludo, un “¿cómo estás?”, una mínima preocupación por el otro, cambian vidas enteras. Otorgan valor a las personas, las hacen sentir que son importantes, que valen, que merecen respeto. Que son realmente personas…

Efectivamente podemos derribar muros de angustias con taladros o con algo mucho más efectivo: palabras.

viernes, 14 de agosto de 2009

"¡Bienvenido!" - ¿Realmente Bienvenido?



Esta historia, cuenta Lucio, sucedió cuando era niño.
Un día papá llegó a casa acompañado por un señor muy elegante. No lo conocíamos.
Papá hizo pasar al huésped al comedor principal, y le invitó a que se siente en el propio sitio de papá allí, en el comedor. A nosotros nos pareció todo muy extraño.

Cuando nos sentamos a la mesa, el visitante comenzó a hablar. Hablaba y hablaba...
En realidad, no se le entendía todo lo que decía, pero, - claro – éramos niños – y los niños no comprendíamos todo lo que hablaban los grandes.
Evidentemente, este señor explicaba cosas muy importantes, porque se le prestaba mucha atención, y ¡no se le debía interrumpir!

Luego de un rato que el invitado charló, pasó algo insólito. De repente se puso a reír y papá se enojó por lo que estaba diciendo. Entonces, rápidamente buscó una especie de mordaza y la colocó sobre la boca del extraño para que quede en silencio.
Como vimos que papá se puso mal, creíamos que lo echaría de casa. Igualmente no entendíamos nada.
Pero no. Dejó así no más al hombre sentado…

Al día siguiente papá le dio otra oportunidad para que el huésped hable. Y se repitió la misma escena.
El visitante nuevamente comenzó a disertar sin parar...
Al igual que en la vez anterior, no comprendíamos lo que hablaba y siempre dominaba el interés de papá, tan así que no se le podía molestar.
¡Otra vez lo mismo!
Imprevistamente estalló con carcajadas y papá le tapó la cara.
Así sucedía día tras día.

La intriga se apoderó de nosotros: no entendíamos nada. ¿Qué era aquello que papá no quería que se escuchara cada vez que el señor se reía?
No preguntábamos, porque a nosotros se nos decía que cuando fuésemos grandes, íbamos a entender las cosas. ¡¿Para qué, pues, preguntar?!

Un día, el visitante – bueno, ya no era más un visitante, pues parecía el dueño de la casa – hablaba como de costumbre. Mamá se acercó a la mesa y susurró algo al oído de papá. Papá se levantó, dejó a su amigo conversando y salió corriendo. Algo habría pasado.
Puesto que nadie lo interrumpía, el señor hablaba – y se puso a reír como de costumbre…
Se rió, burló, y dijo cosas feas que en casa no decíamos…


La vida, tal como la conocemos en la actualidad y en la sociedad en la que hemos nacido, tiene sus normas.
No son todas leyes escritas en libros sagrados, ni tampoco son disposiciones legisladas por las instituciones nacionales que tienen la autoridad para hacerlo, sino que son aquellas que dirigen la vida del hombre moderno, pues más allá que no estuvieran “escritas”, poseen incluso (mucho) más fuerza y rigor que las que están en los textos.

¿Cuáles, pues, son esas leyes?
Nos referimos a los temas que la gente hace “porque es así”, y porque nadie los cuestiona.
Somos parte de la “manada”, y copiamos las cosas que todos hacen. Cuando todos lo hacen, es porque es “normal” que así sea, y no se discute.

Cuando yo iba a la escuela primaria había un escenario que se repetía casi todas las mañanas en el patio, mientras esperábamos que suene el timbre para la formación y el izado de la bandera. Se formaban “rondas” de compañeros que compartían lo que habían visto la noche anterior en la pantalla de televisión.
Claro, estamos hablando de los programas infantiles de los años sesenta, en blanco y negro, antes que se sumen los resonantes videos, y la cantidad enorme de programas que aturde hasta a los más avezados. Era la época en la que había que levantarse y acercarse al aparato para cambiar de canal, pues aún no se había inventado el control remoto…
¡Era todo tanto más simple e inocente!

El motivo con el que mi padre sz”l respondía a la pregunta por qué nosotros no teníamos un televisor en casa – cuando todos los demás lo tenían – era una breve cita de la Torá en Parashat Ekev (Dvarim 7:26): “y no traerás la abominación a tu casa”.
El Pasuk sigue: “y volverás a ser proscrito como ella”.

El pasaje que citamos obviamente no se reduce al significado aludido – pantalla grande o chica (los Sabios mencionan muchas situaciones que se desprenden de estas palabras) - pero comprende también esta situación.

Claro, nosotros nos (mis hermanos y yo) sentíamos excluidos de esas conversaciones y no podíamos más que conjeturar qué era lo que narraban los compañeros de clase con tanta avidez y entusiasmo.
(En realidad, puesto que no se trataba de una escuela judía, estábamos auto-excluidos de la comida, de las fiestas de cumpleaños, de los campamentos y básicamente de todo lo que no fuera parte del currículo académico específico de la escuela. Entendamos también, que la vida social de hace cuarenta y cincuenta años, era mucho más reducida que la actual, y que la estructura de familia era más tradicional, compartiéndose por ello mucho más en casa y tanto menos afuera…).

Habiendo transcurrido tantos años desde aquellas etapas infantiles, cuando intuimos qué es lo que pensaban nuestros progenitores al respecto, inferimos que muy posiblemente nuestros padres querían precisamente que nos sintamos “ajenos” dentro del círculo escolar al que asistíamos, fortaleciendo por otro lado desde nuestro hogar, la convicción que debería regir las decisiones de nuestra vida.

Recuerdo que aun en aquella época ya existían las famosas “villas miseria”, en las que las “casas” ya lucían las orgullosas antenas sobre sus techos, aun cuando dentro de esas mismas casas podían carecer de elementos que nosotros entendemos como básicos para el funcionamiento de una casa: agua corriente, cloaca, gas, etc.

Casi solamente nosotros éramos los “distintos” respecto a lo que todos tenían….

Antes de entrar en el tema de la T.V. (¿“Traga Vidas”, “Todo Vale”?), pido que se entienda que esta nota no quiere ser una nota estereotipada en la que “se habla en contra”.
Muchos han nacido y crecido dentro de este sistema y difícilmente se lo puedan imaginar diferente. ¿Acaso sería fácil despedir al lavarropas o a la heladera de casa? ¡Forman parte de nuestra vida!

Para muchas mamás que deben llevar adelante una vida en la que cumplen numerosos (y simultáneos) roles - especialmente aquellas que no poseen ayuda doméstica – este aparato y sus programas aparentemente le ayudan a mantener la tranquilidad en casa entreteniendo a los niños mientras ellas tratan de bañar al bebé, preparar la cena, atender llamados telefónicos, etc.

Para muchas otras personas - de todas las edades - este aparato las distrae durante prolongadas horas al día, permitiéndoles relegar sus penas y los pesares de su vida que no saben (o no pueden) resolver. Una vez que están “enganchados” mirando algo que les trae placer, se olvidan - por un tiempo - de todo lo que los aqueja. Obviamente sus problemas no se resuelven, pero la distracción o el pasatiempo funcionan como anestésico que los seda por un tiempo.

No entraré en muchos aspectos que no entiendo: la concentración que se le da a la T.V. (dicen) afecta al sistema inmune y es una de las causas del aumento exagerado de peso.

Vayamos, sin embargo, a aquellos puntos que sí están más cercanos a nosotros desde el ángulo moral.
Al carecer de criterio, la T.V. (tal como tantos chiches modernos) se ha convertido para muchos en una adicción. Aquel que no domina su acción, permanece dominado y reitera instintivamente la acción sin poder detenerse, aun cuando se está provocando (incluso concientemente) daño (en este caso: no duerme, no cumple con sus obligaciones y compromisos, no responde a su familia, modifica destructivamente su conducta), se llama que es adicto a esa actividad.

Ciertamente el ser humano posee un enorme potencial de creatividad cerebral. Si bien nuestra época, más que cualquier otra anterior, le brinda al individuo acceso casi ilimitado a información con muy poco esfuerzo, inversamente va decreciendo la predisposición y voluntad de aprovechar y utilizar la ciclópea capacidad con la que hemos sido agraciados.
La cantidad de horas que la persona permanece atónita frente a la pantalla, se traducen automáticamente en un incrementado entorpecimiento, por perder la facultad de creación y pensamiento propio. Esto no es poca cosa.

¿Cómo fue la anécdota con la que comenzamos estas líneas?
Un invitado que se instala en la casa y ocupa el espacio de autoridad del hogar…

Bien. No es secreto que en muchas familias los padres han perdido la potestad natural que deberían tener, y están agradecidos cuando pueden tener esporádicamente un diálogo tranquilo con sus hijos.
¿Por qué los padres dejan de tener esa atribución – si no porque se la han otorgado gratuitamente a este extraño a quien invitaron y ante quien mantienen un respeto reverencial?
¡Cuánto se pierde en términos de confianza y de transmisión de enseñanzas, cuando los padres renuncian de este modo a la autoridad natural investida a ellos por Di-s!
A esto se le agrega el hecho - no raro - que el cuantioso tiempo dedicado a la pantalla (habitualmente en el preciso momento en que la mayoría de la familia está en casa) impida, en la práctica, un diálogo entre los propios miembros de la familia.

¿Y los noticieros?
¡Son “solamente noticias” – hay que estar informado!
Pensemos por un momento en la naturaleza de las noticias que se emiten a diario.
Algunas – no muchas – son realmente útiles, y necesitamos saberlas.
¿Pero – cómo hacen los noticieros para llenar los espacios?
“Religiosamente” – cada media hora debe suceder “algo importante” que le dé a la gente la sensación de que no se puede perder escuchar las emisoras.
¿Y si no sucedió nada?
Pues hay que tomar alguna “noticia” aunque haya sucedido en algún sitio remoto del mundo del que no se ha escuchado jamás, y transformar esa “noticia” en algo que llame la atención.
Los locutores están entrenados para dar una tonada grave a su discurso y que conmueva a los oyentes.
Cuando esto se transmite de la radio a la T.V. “se vive” más de cerca. Se distinguen las escenas de sufrimiento y dolor de cerca. Se avista la sangre, los malvivientes, los policías, la guerra, la destrucción, etc.
Crea una terrible tensión en las personas. Les da la continua sensación escalofriante de vivir en un mundo injusto. Se participa pasivamente de crímenes que en su mayoría terminan impunes…
De tanto escuchar historias pronunciadas con la voz modulada de modo tal que produzca el impacto que quieren, llegamos al punto de desgaste, en el que terminamos perdiendo la sensibilidad por lo trágico – y aceptándolo como “parte de la vida”.

No olvidemos: los seres humanos también tendemos a copiar las cosas que vemos.
La violencia que se advierte en las noticias, brutalidad física, desgracia, ruina, excitación, el salvajismo verbal, las exclamaciones de venganza de los familiares de las víctimas – no pasan sin dejar una huella en quien los vio.

Pasemos, pues, a la parte ficticia e ilusoria de la T.V.: las películas.
Obviamente, no existe film que no intente mostrarse como inédito para ser considerado original. Tampoco puede haber una historia a la que le falte “suspenso”, para que los espectadores la vean hasta el final. Es más: precisamente la agresividad y el misterio dentro de una vida de intriga, son los que constituyen la esencia de las películas, y que a pesar de ser en el fondo situaciones virtuales, se ensayan y repiten hasta que terminan viviéndose como si se tratara de la vida real.
En comparación a esa vida (aparente e inverosímil), la existencia del ciudadano promedio es “monótona”. ¿Por qué no darle a la propia vida, entonces, un poco de aquella “pasión” que uno advierte en otros durante tantas horas…?
¿Ud. se extraña que las personas busquen una vida adicional a la “aburrida” que viven en su hogar…?

Los programas más exitosos son los que se dedican en particular a conocer y difundir las intimidades de las personas.
Y no es de extrañar: para una sociedad mediocre que sufre de baja auto-estima, curiosear la vida de otros, es lo que más se ajusta a su gusto: ¿es también el suyo?

A esto debemos sumarle la publicidad que sostiene el sistema.
Puesto que la competencia por lograr hacerse de pocos o muchos pesos que hay en nuestros bolsillos es feroz, el medio público que la gente más mira, es aquel en el que más se esmerarán por lograr que en pocos instantes (los segundos de la pantalla pueden ser muy caros) se logre una imagen que permanezca en la mente de los que la miran cuando vean aquel producto en góndola.
Pero: ¡¿cómo se hace que justamente la idea del producto de uno supere a todos los demás?! ¡hay tantos competidores!
La respuesta reside en mucho dinero invertido para conocer e interpretar la psicología humana, sus apetitos y sus instintos más bajos, para asociarlos al cuadro que se quiere formar y dejar grabado en la mente del público.
Cada empresa vende su producto, y todas se unen para crear con su publicidad el descontento que prevalece en la sociedad (nada alcanza, lo que tengo ya es viejo, otros la pasan mejor…). Todas se asocian también para hacer caer el umbral de lo moralmente aceptable por la gente que aún intenta mantener cierta dignidad.

¿Horario de protección al menor?
No existe.
Y si existiera: ¿no se entiende que es lo que más convierte en atractivo aquello de lo que – supuestamente – se le quiere proteger?
Aparte: ¿acaso los “mayores” estamos más allá del bien y del mal?, ¿ya hemos superado y dominado las inclinaciones inicuas? ¿pues qué haremos en Iom Kipur, y qué nos queda para hacer en este mundo?

En resumen: nada de lo que hemos expuesto es un secreto.
Quienes son devotos espectadores, podrán sumar muchos defectos adicionales, pero no es necesario.
No es necesario ser rabino para alzar la voz y protestar. No escribimos estas líneas porque nos pagan para hacerlo….
Tampoco soy presumido de pensar, que todos los que leen este fascículo inmediatamente descarten un aparato y una forma de vida que han mantenido durante toda su vida, y que creen inalterable e irreemplazable.

Pero: ¿no hay también programas valiosos?
Quizás los haya. Pero debemos saber reconocer su valor real (que habitualmente se puede suplir con la lectura de libros y enciclopedias) - frente al riesgo que implica el resto de las cosas que se muestran (y están ahí no más, en el canal de al lado)...

Como dijimos anteriormente: en muchos hogares la T.V. cumple el rol de chupete y en otras también de niñera. No será fácil reemplazarlo.
¿Cuáles son las alternativas?
Efectivamente, quitar la T.V. implica que deberemos estar presente más tiempo con los niños, aprender a jugar con ellos y utilizar toda nuestra inventiva para llenar su vida con material constructivo, y… mucho cariño para brindar.
Obviamente también, requerirán el respaldo emocional y una clara demostración de orgullo judío para saber que no “son menos” que aquellos que sí la tienen.

El mensaje será claro.
Sí: somos distintos y elegimos serlo. No pertenecemos a ciertos sectores de la sociedad. La hostilidad de este medio, aun cuando parece tan atractiva, crea en nosotros lentamente la sensación de ser parte - de aquello que no queremos ser parte. Y que si nos olvidamos, otros – con odio más manifiesto – nos lo recordarán, como lo hicieron a través de toda la historia.
Quizás no podamos modificar el entorno. Quizás, tristemente, veamos a diario lo que no debemos ver. No fuimos de acero. Somos de carne y hueso.
¡¿Pero invitarlo a casa?! ¿Por qué?

Indudablemente, hay que estar dispuesto a hacer el esfuerzo y si se tiene la valentía de hacerlo, la recompensa se vivirá en este mundo: en la oportunidad de tranquilidad del propio hogar.
Si se toma esta decisión, esto velará por el bien de los hijos y su futuro espiritual.

Rab Daniel Oppenheimer

jueves, 6 de agosto de 2009

En Busca De La Gran Verdad

Meshulam era un joven especial, un ejemplo a imitar, aplicado, predispuesto a ayudar a quien necesitase ayuda y, por sobre todo, sus cualidades se destacaban por sus compañeros. Gracias a ello ganó ese mote otorgado por su familia: “la flor de la casa”. Una casa como cualquier otra casa de su barrio, una familia como cualquier otra familia, que respetaba los preceptor de nuestra Torá y ello constituía la base de su formación.

Meshulam fue el centro de todas las preocupaciones. Había más chicos, pero él, por su condición de menor, era distinto. Esa predilección aumentó luego de la repentina muerte de su madre.

Criado por un padre atareado por buscar el sustento de la casa, pero que a pesar de esa necesidad material estaba permanentemente pensando en sus hijos, especialmente al menor, ya que en su rostro estaba guardad la imagen de su madre.

Pero la soledad puede conducir a situaciones insospechadas, sin importar quien sea. La mente se deja “arrastrar” por conceptos distintos. Más aun para un joven que nada sabía del mundo moderno que tanto atrae. Sueños de conocer, de buscar nuevas experiencias, incluso dejando lo conocido sabiendo que ello es algo saludable tanto para su cuerpo como para su alma. Pero lo desconocido tiene un gusto distinto…

En la soledad de la noche, reflejo de su propia melancolía, Meshulam decidió comunicar a su padre esa determinación que tanto tiempo rondaba en su mente: viajar a la India en busca de su identidad; viaje irrevocable…

Más tarde, su padre llegó a la casa. Una sonrisa se dibujó en su cansado rostro, su querido hijo lo esperaba, algo inusual pero allí estaba, quizás un mal sueño lo había desvelado pero lo importante era que se encontraba.
Se sentaron a conversar por pedido de Meshulam, y aunque al padre ello le resultó extraño, accedió a escucharlo. Prontamente la conversación tomó otro tinte, transformándose en un monólogo. El padre no encontraba palabras para contestar el planteo de su hijo. Estaba azorado. Luego de contar su proyecto, Meshulam le informó que el pasaje era sin fecha de regreso… ¡quizá después de dos o tres años retornaría con su verdad a cuestas! Su papá únicamente atinó a balbucear que siempre tenga presente a su madre y el dolor que su acción le causaría si estuviese viva.

Día a día el padre le insistía para que desistiese de su plan, pero la fecha llegó y todo seguía igual. Hasta en la escalera de embarque el padre trató de disuadirlo, pero el avión despegó arrancando a la “flor” del rosal.
Instantes antes de su partida, Meshulam informó a su amado padre que él no tenía nada que ver con su concepción de vida, entonces… ¿para qué fingir? Y con lágrimas en los ojos le solicitaba su perdón… pero el padre se negó a concedérselo.

La partida fue trágica pero dentro del grito silencioso que se provocó al cruzarse sus miradas, cada uno tenía la esperanza que el tiempo y la distancia hagan su tarea. Por un lado, Meshulam esperaba que su papá lo perdonase y entendiera su punto de vista, y por el otro, el padre soñaba con que su hijo descubriese su error y regresara pronto a su hogar.

Pasaron tres años, breves a los ojos de Meshulam, quien todavía no había encontrado esa verdad que tanto buscaba. Pero los sentimientos y recuerdos pudieron más que esa afanosa búsqueda, lo que lo propulsó a contactarse con su casa… pero no había respuesta. Sus llamadas no eran recibidas.

Unos cuantos años meses más tarde, en esa tierra lejana, descubrió lo pequeño que es el mundo. Un amigo de la infancia, más precisamente de su escuela, estaba allí. ¿Para qué?, ¡quién sabe! Lo importante era que esa persona podría darle los datos que él tanto deseaba: saber de su familia.

Desesperado, Meshulam preguntó por sus padres. Su interlocutor le informó algo que estaba fuera de lo que el joven esperaba escuchar. Con palabras casi inaudibles, su amigo le comunicó: “medio año después de tu partida, tu padre sufrió un ataque cardíaco. Encontró la muerte de forma inesperada”. Meshulam se vio a sí mismo como el verdadero culpable. La noticia remordía su conciencia y, con el corazón quebrantado, decidió que algo debía hacer. Su yo interior le indicó el camino a transitar…
Regresar, allí, a Israel, en donde el “Kotel Hamaaraví” (Muro de los Lamentos) lo “llamaba”.

Se encontraba parado frente al Kotel (muro) pero no sabía cómo había llegado. Sus labios suplicaban y pedían que su padre, desde el cielo, lo perdonase…
Pero su mente no tenía parte en ese pedido, todo partía de su alma. Sus manos, apoyadas en las piedras que fueron parte de la muralla externa del Santuario, permitían que su cabeza se apoyara sin dejar que las lágrimas sean descubiertas por quienes estaban a su alrededor. Lloró por su pasado, pero por sobre todo, por su presente.
En esos minutos que parecían eternos, Meshulam estuvo en esa posición hasta que no tenía lágrimas con que llorar. Únicamente esa reacción física de aflicción partía de su ser.

Un desconocido se acercó y le aconsejó escribir una líneas volcando sus sentimientos, para luego sí, depositarlo entre las piedras del muro, ascendiendo el mensaje directamente hacia al Trono Celestial; tal vez de esta manera, Di-s se apiadaría de él.

Las manos de Meshulam temblaban al escribir: “¡Papá! Estoy en el Kotel (muro) para pedirte piedad para con tu hijo. Tú sabes que el instinto del mal me incitó a realizar lo que hice. Te pido perdón a ti, mamá, y te prometo que retornaré a la senda que ustedes querían para mí, en el camino que ustedes transitaron y por el cual, padre mío, falleciste”.

Meshulam dobló el papel tantas veces como pudo, tratando de ubicarlo en un hueco. Pero al hacerlo, éste se cayó. Una y otra vez ocurría este raro episodio. Algo había tras ello y Meshulam sospechó lo peor… pensó para sus adentros: “¡no tengo perdón!”. Frase que se posesionó de su intelecto siendo de tal magnitud que parecía que esas palabras surcaban por todo el mundo.

Mashulam trató de sacar ese pensamiento de su ser y se dispuso a realizar un último intento. Buscar un sitio donde el papel pueda ser depositado sin complicaciones.
Tomó una silla y recorrió de un extraño al otro el Kotel (muro) hasta divisar una rendija que seguramente albergaría su esquela. Así fue. Pero algo extraño sucedió…
Un papel cerca de él cayó al suelo. Sea como fuese había conseguido un propósito y consideró que ese papel sería su primer acto donde demostraría su deseo de cumplir mandamientos… ¡comenzar esa nueva etapa con una acción bondadosa! Pero antes de devolver el papel a su lugar, la curiosidad pudo con él. “¿Importaría algo si leyera esa nota?”.

Comenzó a abrirla y su sorpresa fue tremenda. La letra le era familiar, muy familiar, demasiado… ¡Era la de su padre! No había duda. Recordó lo que decía su madre: “hijo mío, en la vida no hay casualidades sino una gran causalidad… el Creador es quien decide que ocurra cada acontecimiento que sucede”. Temblorosamente, con lágrimas en su rostro, comenzó a leer aquellas líneas. Allí decía: “Di-s, por favor, Ten Piedad de mi Meshulam que viajó hace dos eses olvidando todo su pasado, olvidándose de Ti… pero, Tú Eres Misericordioso. Si lo tuviera en mis brazos le diría que lo perdono sin importar lo que pronuncié en el aeropuerto. Que todo lo experimentado por él le sirva para comprender cuál es el verdadero camino, teniendo el mérito de formar un hogar bajo Tu Protección, con hijos e hijas temerosos de Tu Nombre. Entonces, Hashem… ¡de seguro que Tú lo perdonarás!”.

Meshulam, al concluir de leer aquellas líneas, no podía dejar de llorar. Comprendió que las súplicas de su padre habían sido escuchadas. Descubrió que el rezo de cualquier ser es tomado en cuenta por el Creador, no importa el tiempo, la respuesta de seguro llegará. Y más aun: que todo depende de la propia decisión: él había decidido averiguar por sus padres y una persona, como un ser celestial, se topó con él. No por casualidad sino producto de su deseo.

Aunque la acción de la persona sea mínima e incluso esté precedida por aparentes cualidades, pero todo depende de esa primera decisión. En un instante toda una vida puede variar, sea para bien o, Di-s no quiera, para lo contrario.

De allí en más, la vida de Meshulam cambió. Retornó a lo que era, cerró ese paréntesis de tres años y esa flor marchita volvió a tomar color y aroma, apegándose más a lo que nunca debió haber abandonado: a su verdadera identidad.

Extraído del “Alenu Leshabeaj”