domingo, 8 de agosto de 2010

Teshuvá: Un Pequeño Gran Acto


Una frase sencilla, salida de la boca de un Iehudí, una palabra agradable, con el único y elevado deseo de ayudar al compañero, tiene tanta fuerza que, hasta puede transformar el mal en bien.

No estamos diciendo nada novedoso, siempre lo supimos, pero cada nueva historia que escuchamos, agrega brillo a esta afirmación. La que relataremos a continuación, fue contada por el director de un seminario muy conocido de Ierushalaim.
Se trata de la historia de un familiar cercano a él, que logró retornar a las fuentes del judaísmo, de una forma muy conmovedora.

Así nos cuenta:
Esta persona, no cumplía ningún precepto de la Torá. Durante años, intentamos influenciarlo, para que cambiara su forma de vida, perosistemáticamente, se negaba a escucharnos y escapaba de toda cosa quetuviera alguna relación con temas de santidad.
Cuando falleció su padre, hizo el mínimo duelo posible, después de los primeros siete días, dijo un Kadish por aquí y otro por allá, continuado luego con su vida, firme en su tesitura de no incorporar ningún cambio que lo acercara a la religión.
Unos años después, también falleció su madre.

A cabo de unos meses, nos sorprendió, al encontramos con él, con una kipá sobre su cabeza. Pero además, nos aclaró que ahora rezaba todos los días, cuidaba el kasher y Shabat, y "voy en camino de cuidar todas las mitzvot".
Nos preguntábamos qué o quién había influido sobre él, para que cambiara tan drásticamente. Nosotros lo habíamos intentado durante años, sin éxito…
Él mismo se encargó de revelarnos el misterio:

"Cuando finalizaron los siete días de duelo, por el fallecimiento de mi mamá, se acercó a mí, un pariente, un religioso de forma agradable, que me preguntó con suavidad y afecto: "¿Deseas hacer algo pequeño y sencillo, para la elevación del alma de tu mamá?".
Cuando escuché que se trataba de algo "pequeño y sencillo", respondí: "estoy dispuesto".
¿Quién puede no estar dispuesto a hacer algo mínimo por su mamá?

Al escuchar mi respuesta positiva, continuó: "todos los días viernes, antes del comienzo de Shabat, afloja la lamparita de la heladera, para que, cuando la abras no se encienda la luz. Cuando lo hagas, dedica este acto, a la elevación del alma de tu madre".
Acepté y lo llevé a la práctica. Todos los viernes, antes del comienzo de Shabat, aflojaba la lámpara de la heladera. Podía sentir, dentro de mi corazón, que con este acto elevaba el alma de mi mamá. ¿Existe algo más fácil que esto?

Pero, pasaron algunas semanas, y comencé a plantearme: "¿Si no enciendes la luz de la heladera, por qué lo haces con la luz de la habitación?". Intenté desechar esta idea, pero por cuanto soy una persona que actúa según las reglas de la lógica, la pregunta repercutía en mi cabeza:"¿si no enciendes la lámpara de la heladera, por qué enciendes la lámpara de la habitación?"
Finalmente, contraté un electricista, para que instalara un reloj de Shabat, así no tendría necesidad de encender la luz en las habitaciones.

Llegó el turno de la radio.
"Si no enciendo la luz de la heladera ni la de las habitaciones, ¿porqué enciendo ese aparato?".
De esta forma, lentamente, fui dejando de escuchar radio en Shabat.

A continuación comencé a preguntarme: "¿si no enciendes la luz, ni la radio, por qué enciendes el auto en Shabat, si el mecanismo es el mismo?".
De esta forma, paulatinamente, fui evitando todo acto que representara una profanación de Shabat, hasta que lo logré, casi por completo.

Un viernes por la noche, no sabía qué hacer… "no enciendo la radio, no viajo en auto, ¿en qué puedo ocupar mi tiempo?" Recordé que cerca de casa hay un Bet Hakneset y fui hacia allí.
Tanto la gente que concurría habitualmente a rezar, como el Rab, me recibieron con gran cordialidad. No sabían a qué había venido al Templo, pero de todas formas me dieron una bienvenida calurosa y agradable.
Cuando terminó la Tefilá, sentí una elevación especial… Se acercó hacia mí el Rab invitándome a compartir el banquete de Shabat, en su casa.
Demás está decir, el sentimiento que me embargó en ese momento. Yo, un pecador, invitado a la casa del Rab, compartiendo su mesa…

Después del banquete, me pidió que lo acompañara al Bet Hakneset, donde dictaría, como de costumbre, su curso de Torá. Me hizo sentar asu lado y pude disfrutar de una clase emocionante.
De esta forma, comencé a recibir sobre mí el compromiso de cumplir las Mitzvot, y aquí me ven… convertido en un completo Baal Teshuvá".

Quien contó esta historia, para finalizar, agregó que, como suele suceder, el "responsable" que inició esta cadena de Mitzvot, a través de una idea fácil y sencilla, con la que logró convencer a esta persona que hiciera algo, por la elevación del alma de su madre, no estaba enterado del efecto de su intervención… "pero nosotros nos encargamos de hacérselo saber y combinamos un encuentro entre ambos, que al verse se fundieron en un cálido abrazo y lloraron de emoción".

¡La fuerza de una frase! Y la fuerza de una pequeña lamparita, dentro de la heladera.
Tal es su fuerza, que le permitió a una persona generar un cambio tan elevado, que su luz alumbrará por generaciones.

Cuando lea esta historia, comprenderá que Di-s no le pide demasiado, sólo que se ponga en movimiento, que avance y se comprometa con un pequeño acto, aunque sea, aflojar la lamparita de la heladera, antes que comience Shabat.
Sabemos que nuestra generación, especialmente los más jóvenes, está expuesta a pruebas difíciles que nuestros antepasados ni siquiera conocieron. Los tropiezos a los cuales se está expuesto en la actualidad, son de la clase que impurifica el corazón y el alma haciéndose muy difícil pensar en términos de Teshuvá.

Pero deben saber, que si desean retornar, si realmente lo desean, aunque hayan descendido hasta las profundidades, alcanza con un pequeño acto positivo, para borrar lo hecho anteriormente. Esta no es una mera fantasía, ni un intento de persuasión. Es una verdad absoluta.
¿Les es difícil realizar grandes acciones? Hagan una pequeña. Comiencen a escalar a partir del punto cero. Acérquense lentamente, y, con la ayuda de Di-s llegarán a la cúspide.

Fascículo semanal "Mahor HaShabat"