jueves, 28 de enero de 2010

TuBishvat: Hacia Un Individuo Botánico

Quizá no tan conocida por muchos de nosotros, la festividad de TuBishvat (15 de Shvat) consiste en el nuevo año de los árboles. ¿En qué se fundamenta esta celebración? A partir de esta fecha comienza una nueva estación para los frutos de la Tierra de Israel. La mayoría de las lluvias del año ya cayeron y la savia de los árboles comienza a subir. De allí los frutos comienzan con su efectiva formación.

De la misma manera que los humanos tenemos Rosh Hashaná, el “año nuevo”, que es en donde se determina la continuidad del hombre, sus éxitos, sus fracasos y todo lo que ocurrirá el año entrante, de igual manera sucede en esta fecha… pero con los árboles.

El libro “Bené Isajar” aconseja a orar especialmente en esta fecha para que al llegar la festividad de Sucot (en el mes de Tishré), cada uno tenga el mérito de obtener un lindo y precioso Etrog. Y claro, el crecimiento de aquel dependerá de este día en particular.

Si nos detenemos a pensar, podremos aprender muchos paralelos entre el humano y los árboles.
Antes que nada, la mismísima Torá expresa esta analogía: “…porque el hombre es un árbol del campo…” (Deuteronomio 20:19).

¿Qué nos pueden enseñar de los árboles?, ¿en qué se relacionan con los humanos?, ¿realmente “el hombre es un árbol del campo”?

Con todas estas preguntas en mente, contemplé los árboles y pude deducir todas estas comparaciones:

Antes de comenzar a sembrar, debemos saber bien qué es lo que desearemos como producto final. De tal decisión dependerá lo que obtendremos del trabajo. Todas nuestras actitudes, decisiones o determinaciones (ya sea respecto a nuestros hijos o no), influirán en el resultado de nuestras vidas. Debemos calcular bien qué semilla estamos sembrando y con qué propósito. Cuáles serán nuestros ideales para su formación. Pero siempre debemos reflexionar antes de la siembra, no sea cosa que sea demasiado tarde… ¿Cómo formaremos a nuestros hijos?, ¿con qué ideales?, ¿con qué valores?, ¿qué esperaremos de ellos?

Luego vendrá el cuidado y riesgo constante. Y tal como nos enseñan nuestros sabios: “no hay agua sino Torá”. La Torá es comparada al agua por muchos factores. Para “regar” nuestros proyectos, no debemos olvidar el requisito esencial para su crecimiento: la palabra Divina. Ya sea para el comercio, el crecimiento de los hijos, las vacaciones, las necesidades fisiológicas, para todo y absolutamente todo, poseemos leyes que nos indican cómo debemos conducirnos. No “como pensamos”, sino “cómo debemos”, no en base a nosotros, a nuestro intelecto, sino sujeto a lo que Hashem sabe que es bueno para nosotros (que es algo muy distinto…)

También debemos tener paciencia y esperar a que crezcan. Aunque los chicos siempre se impacientan e instantáneamente al colocar la semilla desean observar los resultados (¿qué tan niños seremos, no?), no podemos imitarlos a ellos (sí las ganas con las que plantan…) Y si reflexionamos bien, observaremos que Di-s nos otorgó preceptos que nos enseñan constantemente a internalizar estas cualidades.

En Shabat no debemos encender la luz y realizar todo tipo de trabajo relacionado con la semana. En caso de querer realizar una fiesta con música, debemos ser pacientes y esperar a que finalice Shabat.

Con respecto a la dieta del alma, no podemos consumir cualquier tipo de alimentos. Debemos contenernos. También tenemos que esperar 6 horas para ingerir lácteos luego de alimentos carneos.

Tampoco debemos desayunar antes de rezar (por la mañana).

Todos estos preceptos (y más también) nos enseñan aquello que nos dice: “¡alto!, debes esperar… no seas impulsivo. No quieras llevarte el mundo por delante…”

Hay épocas que se caen hojas más que en otras. Existen estaciones que son más “florecientes” que otras, más exitosas, con mejor pasar. Pero debemos saber que esa también es parte de la naturaleza y tiene un límite. Cuando lleguen las hojas caídas, el “otoño”, con paciencia, a fin de cuentas la “primavera” llega, todo florece y vuelve a renacer. No siempre florecen todos los proyectos. Al cabo de unas semanas la persona se renueva. Se fortifica. Se despliega. Pero hace falta “riego constante”, es decir, querer salir de allí, voluntad. Invertir en paciencia y espera para poder resurgir a la superficie. Nadie nos activará la fuerza de voluntad si no somos nosotros mismos. De nosotros depende.

Todas las plantas, árboles y vegetales pueden tener distintos colores y formas, pero su función principal de todas es la misma: tomar y transformar el dióxido de carbono en oxígeno. Las personas somos diferentes y poseemos distintas aptitudes que nuestro semejantes (Di-s es lo suficientemente sabio para no crear clones…). En algunas somos más capaces, y en otras nos superan. No es ni “positivo” ni “negativo” sino que cada uno tiene SU camino para servir a Di-s. Algunos se encargan más de los favores con el prójimo, otros estudiando Torá, otros visitando enfermos… Si bien todos debemos procurar realizar todo tipo de actos de bien antes enumerados, no todos poseemos la misma “vocación” en las distintas circunstancias. En algunas nos esmeramos más que otras en base a nuestras motivaciones (¿innatas?).

El Jafetz Jaim fue consultado acerca de las distintas costumbres que llevan a cabo los judíos de diferentes comunidades de distinto origen. Respondió: "Las diferencias entre los distintos modos de servir al Creador (dentro de quienes observan la ley acorde al Shulján Arruj), no son perjudiciales, sino -al contrario- responden a diferentes lugares por los cuales pasó nuestro exilio y los cuales reforzaron los aspectos internos de diversos grupos de Iehudim de diferentes orígenes. La suma de todas estas costumbres hace a la armonía del Am Israel. Intentar anular una costumbre a favor de otra, sería equivalente a anular una de las diferentes fuerzas dentro de un ejército (los tanques no reemplazan a los aviones, ni estos hacen la tarea de la infantería.) Ashkenazim y Sefaradim, Jasidim y Mitnagdim deben sumar sus bríos y energías -sin suprimirse unos a los otros- para crear la sinfonía que hace a la victoria espiritual esperada, al igual en que la tarea de los Cohanim, Leviim e Israelim, en su conjunto cumplían con la obra exigida por D"s" (VeSamajta BeJagueja", páginas 268/269).

En una oportunidad un judío que estaba alejado del camino de la Torá le preguntó al Rab Amnon Itzjak: “usted dice que hay que retornar a las fuentes de Di-s… supongamos que yo siga esos pasos… ¿qué línea debería seguir?, ¿a los ashkenazim?, ¿a los sefaradim?, ¿a los temanim?, o, acaso, ¿a los jasidim? ¡Son muchas costumbres distintas! ¿Cuál es la “verdadera”?.

A lo que el Rab muy sabiamente contestó: “en el ejército los marineros no interfieren en el trabajo de los aviadores, y tampoco los soldados en las labores de estos últimos, todos tiran para el mismo lado. Se comportan de distinta manera porque cada uno tiene su misión en las distintas partes del territorio, pero todos poseen un objetivo en común en la batalla: vencer al enemigo.

De la misma manera tanto los ashkenazim, como los sefaradim y las distintas líneas, aun teniendo costumbres distintas, se unen en sus raíces con un mismo propósito: servir a Di-s.

También los árboles toman dióxido de carbono y lo transforman en oxígeno. Las malas actitudes, negativas y estériles, las podemos transformar en algo sumamente positivo. Di-s puede proveer el sadismo para asesinar, pero estará en uno convertirse en un asesino serial, en un shojet (matarife ritual) o en un mohel (persona que circuncida de acuerdo a la Torá). Puede que la capacidad sea innata, o que hayamos nacido “con tendencia a…”, pero el uso que uno le da depende exclusivamente de la libertad propia, del libre albedrío, de la capacidad para tomar decisiones…

Aquel niño se notaba indiferente por el estudio. Cada vez que abría un libro, comenzaba a dibujar perdiéndose en los crayones y fibras de colores. Su mundo interno era el dibujo… ¡y sólo eso!

En la actualidad existen unos afamados compendios que constan de dibujos gráficos que permiten comprender pasajes del Talmud muy complejos. ¿Quién será el magnífico autor? Aquel niño que lo único que hacía en la escuela era dibujar… Muy sabiamente su maestro encaminó esa cualidad aparentemente “negativa”, enfocándola en la Torá.

Claro que cambiar no es nada simple. Existía un Rab que solía decir que cambiar una cualidad no buena, es más difícil que estudiar medio Shas (compendio total del Talmud). Pero eso no quiere decir que no debamos hacer nuestro máximo esfuerzo. No se debe morir en el intento.

Por otro lado, para cuidar las plantaciones también se deben utilizar fertilizantes, antiplagas y todo tipo de químicos que protejan la cosecha. También nosotros debemos ponernos “vallas” para no llegar a transgredir preceptos. Y esos “cercos” son los que los Sabios nos imponen para no llegar a equivocaciones en sí y no darle cabida al instinto del mal. Para que crezca algo hay que invertir mucho en ello. Se deberá tener mucho cuidado y una alerta constante. “A un árbol cuyas ramas son pocas y sus raíces abundantes, ningún viento podrá derribarlo” (Pirké Avot 3:21).

También se deben quitar todo tipo de yuyos estériles que perjudiquen el normal crecimiento de los vegetales. Así también la persona primeramente debe quitar todo tropiezo que le impida crecer y desplegarse personalmente, para recién luego hacer el bien. Tal como nos enseña el Rey David: “Apártate del mal (y luego) y has el bien, pide la paz y persíguela” (Salmos 34:15).

Cuando los “frutos” maduran (hijos), este mismo se desprende del árbol (sus padres) y comienza a independizarse. Utilizando su semilla, también podrá formar su “propio árbol”, su propio hogar. O también podemos verlo desde otro ángulo: cuando termina la función del humano en este mundo, él mismo (el fruto) vuelve a su lugar de origen: la tierra.

Pero algo es claro: puede suceder que hagamos nuestros máximos esfuerzos para que la plantación crezca de la mejor manera, que hayamos invertido mucho dinero y tiempo en ella con los mejores fertilizantes, mejores campesinos… pero de todas maneras, no creció como esperábamos, no cumplió nuestras expectativas. Los frutos pueden ser amargos, dulces, agrios o ni crecer.

¿Acaso todos tuvieron el mérito de que los hijos salgan como hubiesen querido que salieran?

El justo rey Jizkiahu no quiso traer hijos al mundo. Él había observado con profecía que tendría un hijo malvado, “¿entonces para qué tenerlo?”, afirmaba. Hasta que se le acercó el profeta Ieshaiahu diciéndole que los cálculos son de Di-s, que él debía hacer su parte y esmero. Tenía que procrear sí o sí, independientemente de cuál sería el futuro (que de hecho su hijo trajo muchos sufrimientos al pueblo de Israel. Aunque al final de sus días, se arrepintió de alguna manera…)

En otras palabras, debemos hacer lo que esté a nuestro alcance. Luego Di-s dirá que sucederá.
Pues, también es habitual escuchar a los padres decir: “a MIS hijos les doy la educación que YO quiero”. Y allí mismo erradica el problema: no son TUS hijos… son LOS hijos de Hashem. Sólo que el Todopoderoso los pone en nuestras manos para que los mantengamos y eduquemos por Sus Senderos. Los hijos no son “propiedad privada”, no son nuestros.

Obviamente que se nos juzgará por cuánto esmero realizamos e invertimos para que nuestros hijos lleguen a explotar su máximo potencial. Quizá no tanto en el resultado sino el qué hicimos desde nuestro lugar para llegar allí. Porque también existen hijos justos y eruditos que no recibieron educación judía de sus padres y llegaron a donde llegaron (habrá que analizar qué méritos tuvieron sus progenitores…)

Es muy sencillo para el niño observar que las frutas se encuentran en la heladera de su casa. Pero… ¿qué trabajo existe detrás de todo eso? ¿En dónde quedó el arado, la siembra, el riego, la lucha contra las plagas campestres, las sequías, los desastres naturales, la recolección, la logística, la distribución…? Así como nosotros le explicamos a los niños que las frutas y verduras no llegan solitas a casa sino que hay que dirigirse al super (¡y con dinero!) para adquirirlas, de la misma manera nosotros debemos ser concientes que comprar aquellas productos son legítimos milagros. Por ello se nos exige bendecir a todo alimento: para que seamos concientes que Hashem nos otorgó el mérito de poseer aquellos beneficios de la naturaleza que tanto cuestan crear. Cada fruto con su color, su aroma, su gusto particular… Si solamente cumplen la función de alimentarnos, ¿por qué no son todos iguales, del mismo color y con el mismo sabor? Justamente, Hashem nos otorga ese privilegio de disfrutar y degustar sus creaciones, que aparte de benefición obtengamos placer. Que el comer no se transforme en un acto monótono. Pero no debemos ser desagradecidos con Él… ¡verdaderos milagros!

Sucede que nos acostumbramos muy rápidamente a ello. Lo vemos como normal, casual, “natural”… pero… ¿quién hizo la naturaleza? ¡Di-s, claro!

Así como aquel que observa un lindo edificio sabe conscientemente que existieron arquitectos e ingenieros para construirlo, y difícilmente atine a decir que estaban colocados los materiales a un lado y apareció un viento fuerte del oeste y construyó todo, así también debemos ser concientes que toda creación fue creada por un Ser Supremo. ¿O acaso alguien podría contemplar un libro y afirmar que habían hojas blancas y un poco de tinta, volcándose esta misma sobre aquellas y escribiéndose “solo” todo lo que contiene el mismo? ¡Claro que no! (ejemplos explicados por el Rambán).

Cuando llega el final del árbol, o se cae o lo deben podar. Algunos dejan una marca profunda en la tierra y otros no tanto. Los que se ocuparon de crecer en lo personal, en el bienestar de sus frutos, incrementaron su tamaño y volumen y por ende su pérdida se notará mucho más. No sé a cuántas personas le interesará cuántos frutos dio, sino qué tipo de frutos otorgó: sabrosos, maduros, comestibles. Qué tipo de hijos formó. Qué educación les brindó. Qué valores les inculcó. A qué los motivó. Qué ejemplo les ofreció.

Sin dudas, existen muchas comparaciones viables entre el árbol y el humano. Seguro que a medida que leían el artículo se les ocurrían otras analogías. Es cierto, las hay. Pero no nos quedemos solamente con las ejemplificaciones. Pongamos la teoría en la práctica. Volquémoslo en la acción. “Los que siembran con lágrimas, con regocijo segarán” (Salmos 126:5).

jueves, 21 de enero de 2010

La Soledad Y El Habla



La tan temida y tenebrosa soledad… Esa por la cual somos capaces de sacrificar intereses personales a fin de gustar a otros y no quedarnos solos, esa por la cual dejamos de ser nosotros mismos, disfrazándonos por bastantes horas con caretas que no nos corresponden, esa que evitamos a toda costa… la tan temida soledad.

Ya de por sí la sociedad nos hace creer que está “mal visto” estar sin pareja, solos, sin otra mitad. ¿”Aun no tienes novia? ¡Hay que ponerse en campaña entonces!”. Si bien la Torá nos expresa claramente que debemos complementarnos con otra persona (Génesis 2:18), eso no quiere decir que “el fin no justifique los medios” hacia aquel objetivo. Los casamientos por presión familiar, temor a quedarse solos en el mundo, al qué dirán los amigos, entre otros, no son los matrimonios que se nos exige.

También tenemos preceptos que inevitablemente debemos socializarnos para poder efectuarlos. Dentro de las mitzvot positivas y negativas, disponemos de algunas que su accionar es para con Di-s y otras hacia nuestro semejante. Sin estos últimos se torna imposible cumplir los seiscientos trece preceptos. Aun así, al judío se le exige a diario introspección personal, reflexión en soledad y balance de sus actos para observar internamente si su comportamiento está adaptado a las sagradas escrituras (ver el texto que recitamos en el Shemá antes de ir a dormir).

En otras palabras: la soledad no es “mala” para la Torá… el asunto esencial es determinar para qué estarlo (motivo y función) y cuánto tiempo.

Esperando en los consultorios médicos, en el colectivo, en la calle, en reuniones familiares o de amigos aburridas… todo lugar siempre será el óptimo para sacar de nuestros bolsillos o carteras el tan preciado y “compañero” teléfono celular. Ese que nos acompaña a todos lados que vamos, que nos permite mandar “mensajitos”, navegar por Internet, sacar fotos, escuchar música, entretenernos con juegos, ver T.V., escuchar la radio… (no, aun no llegaron a volar…) ¡Ah! Y que también nos permiten comunicarnos por teléfono, por si lo habían olvidado…Ese aparato, que su uso medido trae muchos beneficios, no deja de reflejar lo solos que nos sentimos cuando simplemente no sabemos cómo ocupar el tiempo en soledad o no sentir aburrimiento. Quizá sea vergüenza a quedarnos sin hacer nada y esperando. Cuesta mostrar al exterior que “no estamos haciendo nada” (visible, claro, porque el pensamiento y las reflexiones son abstractas…) pero también deberíamos evaluar cuánto tiene que ver y qué papel juega la soledad en este tipo de situaciones cotidianas.

Siguiendo el mensaje que nos transmiten desde afuera, aquel que argumenta a cuatro vientos que: “está mal estar solo”, no nos debe asombrar el por qué en reuniones y casamientos buscamos con lupas y microscopios personas conocidas para conversar y no quedarnos como los “apartados de la fiesta”, los “excluidos”, los que “no hablan con nadie”…

El asunto de pertenecer y no quedar marginado, a veces hasta propulsa (cuando no conocemos a otras personas) a que nos conformemos en entablar un diálogo con aquel vecino al cual no soportamos y al cual no nos interesa mantener mucha amistad en la vida real… pero como es el único al que conocemos (al menos de vista…), optamos por “aguantarnos” un poquito la bronca y utilizarlo como “entretenimiento” o “salvador del ridículo”.

Quizá el temor a la soledad provenga de la incertidumbre real por saber si somos imprescindibles para otros, si aquellos pueden vivir sin nosotros, si podemos brindar algo productivo hacia el afuera… si logramos ser útiles. “¿Seré competente frente a mis amigos? ¿Por qué me quedo solo?, ¿será que no soy lo suficiente interesante para los demás? ¿Nadie me quiere? ¿Nadie me valora ni me admira? ¿Nadie busca estar conmigo?”

Es concreto: el hombre confirma su existencia a partir de los otros, del afuera. Ellos los reconfirman como sujeto.

Aunque cueste afirmarlo, el ser humano es vulnerable. SOMOS VULNERABLES. Y no solamente a la soledad… Es cierto, cuando estamos acompañados nos sentimos más seguros. Estamos confiados que si nos caeremos no nos encontraremos solos…

Cuando el maestro entrega las evaluaciones, es frecuente observar en los colegios cómo los alumnos van preguntando a cada uno y uno de sus compañeros las notas. “Ay, ¡te sacaste más que yo!”, “¡estamos igualitos!”, “¡tenemos el mismo promedio!”. Y claro, siempre buscando quién es el “mejor”, el “peor”, el más competente, y el menos...

Pero dentro de los desaprobados, los integrantes de este siempre se alivian al encontrar que otros compañeros están en su misma situación y no se encuentran “solos” en esto… Aun dentro de la mismísima desazón encuentran un motivo para estar contentos: saber que no son los únicos (ni que hablar de aquellos alumnos que se “vanaglorian” de ser las más bajas notas, queriéndose hacerse los vivos, rebeldes y traviesos…)

Pero… ¿qué somos capaces de hacer para no quedarnos solos?, ¿cuál es el límite de aquello?, ¿a qué nos arriesgaríamos para evitar la famosa soledad?

Personalmente pienso que la respuesta es: a muchas cosas. Ya de por sí sacando tan sólo dos letras de nuestra boca frente a una pregunta, tal como un “sí” o un “no”, podemos destruir hogares y familias enteras.

Lamentablemente la lengua y el interés por hablar de otros y no de nosotros mismos, es letal. A veces nos juntamos con amigos y para sacar temas de conversación nos introducimos en la vida privada de muchas personas. “¿Cómo se va al Caribe si aun debe la cuota de sus hijos en la escuela?”, ¡Le gusta derrochar el dinero comprándose frecuentemente un auto último modelo!”. Podrá sonar muy fuerte la pregunta, pero… ¿qué nos interesa lo que haga el otro? Si Di-s le proveyó ese dinero, ¡que lo disfrute! ¿Acaso si esa fortuna no nos correspondería a nosotros también, Hashem no nos lo otorgaría? A fin de cuentas, envidiar lo que uno no posee es una verdadera falta de Fe… Tal como dice Rabí Eliezer Hakapar: “La envidia, el deseo y los honores, sacan a la persona de este mundo” (Pirké Avot 4:27).

Sin contar las veces que podemos llegar a vanagloriarnos y ganar un “lugar” en el grupo simplemente a costa de nuestro compañero… rebajando a otros semejantes, contando sus defectos y fallas. Sus asuntos personales, íntimos.

Supongo que cuando alguna vez escuchamos que alguien no hablaba del todo bien de nuestra persona, nos sentimos muy afligidos y dolidos. ¿Y nosotros?, ¿no debemos hacer lo mismo a espaldas de la “víctima”, la otra persona? ¿Nos preocupamos por el valor y prestigio del otro como querríamos que se comporten con nosotros?

Una de las preguntas que nos harán en el Juicio Celestial, después de los 120 años, será: “¿coronaste a tu compañero como es debido?” (Igueret Agrá).

Y la prohibición surge para adultos como hacia chicos por igual. No quiere decir que “como es pequeño y no entiende, puedo hablar de él lo que se me antoje”. Claro que no. No existen diferencias humanas… tanto un adulto de 30 años como un niño de 5 siguen siendo personas. Por ende, el respeto que se debe tener frente a ellos es el mismo en calidad de sujeto. Tampoco está permitido recordar actitudes pasadas de adultos cuando eran pequeños: “¿recuerdas cuando David era chiquito?, ¡rompía todo lo que se le cruzaba en el camino!”.

Un día, un conocido se encontró con un gran sabio y le dijo: “¿Sabes lo que escuché acerca de tu amigo?”. “Espera un minuto”, replicó el sabio, “antes que nada, quisiera que pasaras un pequeño examen. Yo lo llamo “el examen del triple filtro”.

“¿Examen del triple filtro?”, preguntó su conocido. “Correcto”, continuó el sabio. “Antes que me hables sobre mi amigo, puede ser una buena idea filtrar tres veces lo que vas a decir. Es por eso que lo llamo de esa manera.

El primer filtro es la VERDAD. ¿Estás absolutamente seguro que lo que dirás será cierto?”. “No”, le dijo el hombre. “Realmente sólo escuché sobre eso y…”

“Bien”, dijo el sabio, “entonces realmente no sabe si aquello que dirás es cierto o no.
Ahora permíteme aplicar el segundo filtro, el filtro de la BONDAD.


¿Será algo bueno lo que me contarás?”. “No, por el contrario…” “Entonces, deseas decirme algo no tan agradable de su persona, pero no estás seguro que sea cierto… Pero aun podría querer escucharlo porque queda un filtro, el filtro de la UTILIDAD.

¿Me servirá de algo saber lo que quieres contarme?”. “No, la verdad que no lo creo…”
“Bien”, concluyó el sabio, “si lo que deseas contarme no es cierto, ni bueno e incluso no me es útil, ¿para qué querría yo saberlo?”.


Pero gracias a Di-s, el Todopoderoso nos proveyó de libros que nos enseñan cómo debemos hablar y comportarnos para alcanzar el respeto óptimo hacia nuestro prójimo. Enciclopedias enteras y en distintos idiomas que pueden adquirirse en cualquier librería judía. Y eso no es todo…

Hashem nos otorgó un antídoto hasta en nuestro propio y mismísimo cuerpo…

¿Por qué creemos que disponemos de labios, si no es para cerrar nuestras bocas cuando no debemos?

¿Por qué pensamos que también nos dio los dientes, como otra barrera protectora para el chisme?

¿Por qué nos otorgó en la oreja el lóbulo, si no para que lo doblemos y tapemos nuestros oídos cuando corresponda? (también, al colocar el dedo índice en el oído observen como este entra justo en el agujero y tapa la audición en su totalidad…)

¿Por qué nos proveyó de los ojos y con ellos párpados (no así a los peces), si no para que los cerremos y no observemos gestos que puedan provocar conductas despectivas de nuestro compañero? (“Lashón Hará” también se realiza con señas…)

Sin dudas, Di-s nos concedió los elementos y herramientas necesarias para que nos cuidemos de todos estos males. Sepamos utilizarlos. Pero antes leamos el “manual de instrucciones”: nuestra querida Torá.

jueves, 14 de enero de 2010

El Medio Shekel



Un selecto y distinguido grupo de judíos que formaban parte del círculo íntimo de amistades del rabino “Ktab Sofer” (líder del judaísmo europeo del silgo XIX), se habían reunido para compartir un almuerzo y escuchar palabras de Torá de sus invitados.

Cuando el “Ktab Sofer” tomó la palabra, le dijo a su audiencia que quería compartir con ellos como primicia un bien muy precioso. El público atento y expectante observó como sacaba de su bolsillo una moneda. El Rab les dijo que era un medio shekel, moneda de uso corriente en los tiempos del Bet Hamikdash. Quiere decir que tenía más de dos mil años de antigüedad.

Mientras los presentes se pasaban de mano en mano la moneda, la conversación general giraba en torno a las antiguas leyes relacionadas con ella. Cada persona tomaba en sus manos la preciosa pieza, la observaba, la acariciaba, dándola vuelta lentamente como prolongando un instante más ese vínculo tangible con el pasado glorioso de la historia judía.

La velada seguía su curso y pasado un tiempo prudencial, el “Ktab Sofer” solicitó por favor le devuelvan la misma. Se miraban unos a los otros pero nadie la tenía.
Comenzaron a buscarla a diestra y siniestra pero no se encontraba. Un silencio sepulcral cayó sobre los presentes.

Uno de los participantes tomó la palabra y dijo: “honorable audiencia, nadie puede retirarse de aquí en tanto la moneda no aparezca. ¿Que tal si todos vaciamos el contenido de nuestros bolsillos? Puede que el medio shekel se mezcló con otras monedas y sin querer alguien lo guardó.

Entre los distinguidos invitados estaba el Rab Iehudá Asad, de Hungría, que les aventajaba en edad. Lo vieron tornarse pálido y en medio del silencio se levantó y dijo: “honorables presentes, por cierto es una buena idea que revisemos nuestros bolsillos, pero les quiero pedir que por favor esperemos veinte minutos más antes de comenzar con la búsqueda. No puedo explicarles ahora la razón de mi pedido, pero les pido sean pacientes y esperemos juntos…”

Habida cuenta del respeto que le debían por ser el mayor, el público decidió aceptar su petición a pesar de no entender sus razones.
Los minutos transcurrían y cuando se estaba por cumplir el tiempo pactado, el Rab Asad tomó nuevamente la palabra y rogó una nueva y última prórroga de diez minutos antes de comenzar a buscar.

Ya todos estaban desconcertados y ansiosos, pero por respeto al Rab presente acataron su pedido.
Pasaron uno minutos, cuando de pronto se abrió bruscamente la puerta de la cocina y entró un mozo gritando que finalmente había encontrado entre la vajilla el medio shekel que evidentemente, había quedado sobre la mesa y se mezcló cuando levantó los platos para llevarlos a la cocina.

El alivio general hizo que todos comenzaran a conversar simultáneamente. El jolgorio de todos era evidente y el “Ktab Sofer” respiró profundamente aliviado ante el feliz desenlace del episodio.
Una persona se le acercó al Rab Iehudá y de pronto los rodearon un grupo de personas preguntándole: “¿por qué nos pidió que esperáramos?, ¿cuál fue el fundamento de su proceder?”. El Rab sonrió y en tono de disculpa les dijo: “amigos, no era mi intención revelarles lo que les voy a contar ahora, pero debido a las circunstancias ustedes entenderán…” Y mientras hablaba, sacó de su bolsillo un medio shekel auténtico.
El público quedó sin aliento. El Rab siguió diciendo: “como ven, también soy dueño de un medio shekel verdadero, pero cuando observé la alegría y el entusiasmo del “Ktab Sofer” al exhibir ante ustedes la moneda, no quise de ninguna manera quitarle el protagonismo mostrando que yo también tenía una, ya que su placer y alegría no hubieran sido los mismos. Sin embargo… cuando desapareció la misma y sugirieron que vaciemos nuestros bolsillos, era inevitable que aparezca mi propio medio shekel. Hubiera sido muy difícil explicarles en ese momento que yo traía en mi bolsillo uno idéntico al dirigirme a la reunión.

Cuando les pedí una prórroga para iniciar la búsqueda, elevé mis plegarias a Hashem para que me ahorre la agonía y el sufrimiento que hubiera significado explicarles algo tan difícil de creer.

Este relato nos marca un concepto muy importante: no debemos precipitarnos a llegar a conclusiones aunque a veces sea muy claro y lógico, pensar mal de una persona por el contexto en cual sucedieron los hechos.


Extraído de "Hamaor" Nº16, Organización "Kol Simjá"

viernes, 8 de enero de 2010

Educándonos A Educar



Cientos de libros ya se encargaron en el pasado y se encargan más intensamente en la actualidad de este amplio y a la vez difícil proceso. Muchos pedagogos, educadores y psicólogos, aportan sus conocimientos al respecto.

De todas maneras, no es requisito indispensable ser profesional para saber conducir a niños o hasta los propios hijos de una manera acertada. El conocimiento sin la acción no tiene sentido; queda sólo en lo cognitivo, no en lo práctico. Es como aquella persona que dispone de un manual de instrucciones pero le faltan los elementos para construir.

Así que esencialmente debemos saber que más allá de los consejos y/o técnicas que nos puedan brindar los profesionales especializados, educar no pasa solamente por una cuestión de “saber”, sino más que nada por “saber hacer” y, primordialmente, “saber ser”.

Obviamente que cada chico es un mundo aparte. No podemos generalizar. Nadie nos dirá qué hacer cuando David le tire del pelo a su hermana, o cuando Leandro no quiera comer su almuerzo. Dependerá de la circunstancia, del momento, del temperamento de cada uno y la actitud de sus padres. Dar una respuesta hacia aquella pregunta se torna imposible. Y arriesgarse y hacerlo, no me consta cuánto puede servir.

Aun así, en lo que respecta a lo educacional dentro del colegio, creo que si bien cada institución tiene alumnos distintos, existen algunos factores y actitudes que facilitan un mejor aprendizaje en parámetros generales. No se trata en absoluto de “refugiarse” en la técnica, de ser una guía al estilo: “si se comporta de manera `a`, aplicar el modo `c`”, porque tal como detallamos anteriormente, aquello no es tan solo una ecuación matemática.

Sí escribiré desde mi experiencia, desde mi aprendizaje personal en las instituciones que hasta el momento trabajé y desde las conclusiones que también pude extraer del contacto con alumnos particulares. No se deben tomar como verdades absolutas o indiscutibles. Puede que a ciertas personas no les beneficie en lo más mínimo lo que detallaré a continuación, o, en el peor de los casos, hasta les sea contraproducente. Ni todos los casos ni todas las situaciones son iguales. Que a mí personalmente me hayan sido de utilidad los siguientes tips, no significa que a todos les ocurra de igual manera. Y hasta yo mí mismo, en un futuro no muy lejano, puedo cambiar de opinión. Los humanos somos dinámicos y cambiantes. Por ende, las posturas que pasaré a detallar son las que siento aquí y ahora como efectivas.

Observé que la mejor manera de realizar este trabajo era con subtítulos de cada argumento. Comencemos.

El respeto ante todo

Cualquier relación para que sea fructífera implica un respeto mutuo. En la pareja, entre los amigos, entre los compañeros. No se puede pretender que el alumno respete al maestro si primeramente el maestro no es quien respeta a su alumno. Para educar a otros primeramente hay que educarse a uno mismo. No cualquiera puede ser docente. Ya dijimos anteriormente que educar no pasa por una cuestión de “saber”, sino que esencialmente necesitamos “saber ser” con las otras personas. Tener capacidad de autoanálisis, ser flexibles, pacientes. Sin diferenciar si aquellos son grandes, medianos o pequeños. Personas al fin. Algunos individuos creen que con los niños no se aplican las prohibiciones de mentir, golpear o comentar “Lashón Hará” sobre ellos, cuando realmente todo esto no es más que un mito. La prohibición rige tanto para con adultos como para con pequeños (ver “Semirat Halashón” del Jafetz Jaim ZZ”L).

El respeto también implica pedir perdón, agradecer y preguntar si se puede tomar un útil prestado, estando atenido a que puedan contestar “no, no quiero prestarlo” o “mi mamá no me deja”. Tratándolos con respeto, como con cualquier persona. Apreciando así, su manera de decidir por ellos mismos. Su valoración como sujetos. El cumplimiento de sus decisiones. Es cierto, son tan solo unos niños… pero TAN SOLO siguen siendo humanos también…

Un ser digno de confianza

Todo maestro exitoso deberá confiar en las capacidades latentes de sus alumnos. Rotular a cada niño afirmando: “este es el mejor alumno”, “aquel otro le cuesta mucho y nunca comprenderá este tema”, “ese niño es muy inquieto; ¡nunca logrará quedarse en la silla un minuto!”, no nos dejará sorprendernos cuando aquello no suceda. Porque en ese caso, nuestra “estructura” cognitiva se desplomará y trataremos de buscar justificativos: “en el día de la fecha no pudo resolver el ejercicio porque se acostó tarde y estaba muy cansado, pero sin dudas es el mejor alumno”, “hoy comprendió porque su padre le prometió un regalo si entendía”, “hoy estuvo tranquilo porque su mamá lo acompañó a la escuela”. Todo en pos de querer determinar hasta dónde puede llegar cada persona. Los diagnósticos y los preconceptos son muy anhelados y necesarios para las personas que no desean dejarse sorprender por las circunstancias atípicas o poco frecuentes. Que necesitan una estructura predecible en donde basar sus creencias. “Ah, no, Juan es esquizofrénico, ¿cómo creerle si afirmó algo medianamente coherente?, ¡seguro que su enfermedad lo hace delirar!”.

Cuando el Rab Iehudá Ades (Shlita) era pequeño una persona de su familia lo acusó con su padre, el Rab Iaacov Ades (ZZ”L), que no había pronunciado la bendición posterior a la comida (“Birkat Hamazón”). El pequeño Iehudá saltó gritando: “¡sí que dije!”. Entonces el padre le preguntó: “a ver, muéstrame de qué libro”. “De este, papi”, le dijo Iehudá, mostrándole un Majzor de ”Iom Kipur” (que obviamente no tenía esa bendición ya que en Kipur está prohibida la ingesta de alimentos).

El Rab Iehudá Ades (Shlita) cuenta hasta el día de hoy como su padre no le dijo palabra por su accionar, aun sabiendo que en el libro no figuraba la bendición que su hijo decía haber leído.

Confiar no significa exagerar. Confiar es sinónimo de escuchar y estar atento a los posibles cambios. Dejarse sorprender… No quiere decir que si siempre Leandro dijo disparates para interrumpir la clase y distraer a sus compañeros, nunca dirá comentarios o aportes acertados contestando a las preguntas del docente. De ninguna manera. Leandro seguramente en algún momento se interesará por un comentario o pregunta del maestro y le agradará demostrar a sus compañeros y a las autoridades presentes que él conoce la respuesta. El enigma es detectar cuándo será el momento en el que se conduzca de esta manera.

“Uy, no sabes, ¡el abuelo de aquel niño fue un sabio muy grande!. ¿Aquel otro?, su padre era el rabino de la ciudad. El que se encuentra en aquella esquina es hijo de un juez rabínico muy importante”, le afirmaba un director de una prestigiosa institución a un colega amigo. “¿Pero todos son importantes aquí?”, preguntó asombrado su compañero. “¡Claro!, ¿acaso todos los judíos no provenimos de Abraham, Itzjack, Iaacov, Iosef, Moshé y David? ¡Todos sus padres, abuelos y bisabuelos son importantes! Por ende, ¡ellos también lo son! ¿Acaso sabemos el potencial que tiene cada alumno y alumno? ¡Pueden llegar a niveles que nunca jamás imaginaríamos!”.

Cumplir con la palabra

Si existe algo que los niños no olvidan fácil son las promesas incumplidas. “¡Pero tú nos prometiste que si nos comportábamos bien nos obsequiabas un chocolate a cada uno!”. Claro, en el impulso y el deseo de controlar la clase abruptamente, cuando los castigos y las amenazas ya no surten efecto, el maestro puede llegar a prometer beneficios o premios inalcanzables de satisfacer. “Igual los niños se olvidan…” ¡No! ¡De ninguna manera! Primeramente tenemos una prohibición de mentir sea a quien sea. NOSOTROS no podemos mentir, ¿qué importa hacia quién y con qué fin?, ¡la prohibición es nuestra! (salvo en extremas cuestiones de “shalom”, ver en profundidad el caso de la “Sotá”). Tal como dice el versículo: “De palabra de mentira te alejarás” (Éxodo 23:7).

Acerca de la importancia del cumplir las promesas, el Rey David nos enseñó: “Juré y ratifiqué el guardar los juicios de tu justicia” (Salmos 119:106).

En segundo término, no cumplir con nuestros compromisos nos jugará en contra en todo el trayecto de enseñanza, más allá de la prohibición de la Torá.

Los chicos no olvidan fácilmente y dificultosamente puedan confiar nuevamente en nosotros. Existen oportunidades en las que deben existir premios para estimular a los alumnos y estos últimos difícilmente nos crean. Tal vez los que son más memoriosos animen a sus compañeros que no lo son tanto, a no confiar. Debemos saber que con ellos perdemos muy fácilmente la credibilidad. Habrá que tener mucho cuidado. Contrariamente, si procuramos esforzarnos por cumplir nuestra palabra, si los niños se aseguran que no hablamos en vano ni “porque el aire es gratis”, es asombroso lo que podemos lograr. Ellos aprenderán también que el habla es un don especial que tenemos los humanos y debemos cuidarla y hacerla respetar.

Reconocer errores

Admitir que uno es falible quizá sea una de las afirmaciones más embarazosas de reconocer. La dificultad se potencia aun más cuando la persona tiene un “cargo” de “sumo poder” o autoridad: docente, director, coordinador, ministro y ni que hablar de un presidente. “¿Cómo yo admitiré que me equivoqué?, ¿yo?, ¡¿el presidente de los Estados Unidos?!

Pero a veces tendemos a olvidar que no corregir un error es cometer otro más grave. Todos sabemos internamente que no somos perfectos y que podemos fallar. Trasmitir el mensaje que “la autoridad” nunca se equivoca es un grave error. De esta manera no enseñamos a nuestros alumnos a conocerse a sí mismos. Si siempre se quedan con esa personalidad narcisista que “soy el mejor”, “nunca me equivoco”, entonces difícilmente puedan reconocer y autoexplorar errores.

Quizá uno pueda llegar a pensar: “pero… ¡un maestro enseña el contenido y punto!, ¿acaso los valores no deben transmitirlos sus padres?”. En realidad, la escuela de hoy en día es mucho más que un lugar en donde se enseñan contenidos. Muchas veces, en los casos que el hambre apremia, a la escuela se va a comer el desayuno y la merienda; en otras oportunidades se los “manda” para que se entretengan y no estén sin hacer nada en casa; otras tantas para que hagan amigos y socialicen. En verdad, nada de lo anteriormente dicho está mal. La escuela es un TODO. Los chicos no concurren SOLAMENTE para algo en especial. La educación es un factor holístico que encierra primeramente el ser persona, el ser humano. Obviamente que en la micro comunidad deberá aprender a socializar para luego afrontar el mundo, la vida.
Los contenidos quizá el alumno los olvide quedándole en la memoria a largo plazo un 5% de todo lo que estudió, pero los valores, la sensibilidad, el cómo ser una mejor persona, eso no lo olvidará tan fácilmente.

Como requisito excluyente para que la atmósfera de enseñanza sea cálida y el aprender sea un placer (y no un castigo), el maestro debe “condimentar” la clase demostrando que también es persona. Que también puede equivocarse.

No creamos que reconociendo errores nuestra reputación disminuirá a los ojos de nuestros alumnos… ¡al contrario! ¡Qué gran aprendizaje realizarán ellos! “Si el maestro puede reconocer que es falible, que es humano, que puede equivocarse… nosotros, que somos sus alumnos, ¡cuánto más y más que podemos llegar a errar!”. Quizá conscientemente no se den cuenta de este aprendizaje, pero actitudinalmente queda implícita esta lección.

Siempre y cuando el alumno sepa que su maestro lo aceptará incondicionalmente y no lo avergonzará, reconocerá su error y estará abierto a corregirse.

Cuentan que una vez, un padre se sentó en la mesa de su comedor a terminar un trabajo, mientras, su hijo pequeño corría en círculos alrededor de él. En una de sus tantas vueltas, tiró un jarrón que había sido puesto junto al borde de la mesa. Llamó el progenitor a su hijo y con un aire decente le dijo: “sabe, hijo mío, que no debes pasar cerca de un jarrón cuando éste se encuentre al borde de la mesa”.

Pasaron una semanas y la situación se invirtió: el niño estaba sentado en la mesa, un nuevo jarrón en el borde y el padre fue quien pasó por su cercanía y tiró accidentalmente el jarrón, haciéndolo añicos. Nuevamente el padre llamó a su hijo y le dijo: “hijo mío, debes saber que nunca se deja un jarrón en el borde de una mesa…”

Escucharlos atentamente

En muchas oportunidades he observados a padres o maestros que cuando sus hijos o alumnos le comentan sucesos en los recreos, los “escuchan” mirando hacia otro lado, diciendo todo que “sí, sí”, con la mente en otro lugar, o todo a la vez. Una indiferencia absoluta que daña, y mucho (no hace falta hablar para lastimar…) Si bien es cierto que muchas veces los chicos estiran mucho sus relatos (y más cuando saben que un adulto los está “escuchando”), ese no debe ser un factor para que “hagamos de cuenta” que estamos atentos a lo que nos dicen. Para que los engañemos pasivamente.

Una técnica efectiva para que los niños comprendan que los estamos siguiendo, es realizarles preguntas de lo que nos contaron para ver si realmente entendimos lo que quisieron transmitirnos. Una escucha de seguimiento empático.

Aparte de engañarlos, los niños captan muy bien cuando esto sucede y quizá ya no se interesen por contar algunos acontecimientos (que dicho sea de paso, pueden ser muy importantes para los adultos para con ese niño.) “Si total las paredes escuchan de la misma manera… ¿con qué fin se lo contaré al maestro?”. Hay que escuchar con todos los sentidos y el cuerpo. Y en caso de no ser factible en aquel momento, es preferible aclarar: “mira, en este instante no puedo escucharte, hablemos en otro momento, ¿te parece?”, antes que jugar al “como si…”

Valorar la pregunta

Las preguntas son un factor casi esencial para aprender. Un alumno que no pregunta (ya sea por falta de motivación, de interés, vergüenza o timidez), no aprende de la misma manera que aquel que sí lo hace y se interesa. Por ello, cuando los chicos preguntan debemos valorar que lo hacen. Quizá el levantar la mano o comentar haya sido un trabajo interno muy profundo que debemos valorar. “¿Lo digo o no lo digo?, ¿y si mis compañeros me avergüenzan?, ¿y si lo que afirmo es un disparate?”. Nunca sabremos si antes de cuestionar pasó por un proceso interno o simplemente se lanzó impulsivamente. Pero sea de la manera que sea, estimular la participación del niño es una motivación increíble y lo propulsará a realizarlo más a menudo.

Claro que avergonzando al que preguntó “aquel disparate” filtrará más las intervenciones en clase… pero no se trata de actuar como un totalitarismo ni filtrar nada, pues, ¡estamos para aprender! Además, de esta manera el niño puede quebrarse y no preguntar más.
Ocurre a veces que los niños tienen ideas o argumentos que para ellos son muy creíbles, y a veces los docentes pensamos que lo hacen para desconcentrar al grupo. Por ello debemos tener mucho tacto con aquellos comentarios. No debemos juzgar por adelantado. En todo caso se podrá charlar con él fuera de clase para corroborar aquello. Cuando los chicos mienten, se nota…

La fuerza del elogio

Cuando los hermanos de Iosef dictaminaron que había que asesinar a este último por sus “sueños irreales” y su “altanería”, la Torá relata que Reubén salió a defenderlo: “Cuando Rubén oyó esto, lo libró de sus manos, y dijo: No lo matemos” (Génesis 37:21). Los versículos posteriores comentan que él propuso, en cambio, arrojarlo a un pozo, con la intención de luego ir a buscarlo y sacarlo de allí. Y así finalmente hicieron…

Justamente por eso mismo cuando regresó a él y vio que no se encontraba en aquel sitio (sus hermanos lo habían vendido a los Árabes), rasgó sus ropas en señal de duelo (Génesis 37:29).

El “Ialkut Shimoní” (Vaikrá) nos enseña: “si Reubén se hubiese enterado que la Torá en un futuro mencionaría y estimularía su accionar salvador (“… lo libró de sus manos”), hubiese cargado a Iosef en sus hombros llevándolo a su padre Iaakov y oponiéndose totalmente a sus hermanos”.

No tenemos noción del efecto que surte elogiar a los chicos, de estimularlos hacia adelante. Observemos nosotros que aun tratándose de una de las tribus como Reubén, con un nivel y categoría increíble, también esta manera de estímulo hubiese sido totalmente positiva para el bien de Iosef y de toda la historia del pueblo judío.


Llamarlos por el nombre

Una validación eficaz del sujeto y su unicidad, es llamarlo como sus padres lo hacen y lo hacían cuando tenía apenas unos días de vida. Ya mucho antes que eso, cuando se encontraba en la panza de su madre, los progenitores ya se imaginaban cómo sería y qué nombre le pondrían al futuro bebé.

Llamarlo como “pibe”, “nene”, “bebé”, “niñito” o por el apellido, no lo valida como sujeto. Todos los integrantes tienen el mismo apellido, ¿qué hará de particular llamarlo como un TODO?

En una oportunidad, un compañero de escuela llamó a casa. “Hola, sí, ¿está Owsiany?” (Aludiendo a mi apellido, como muchos en el colegio me llamaban). En eso mi papá le pregunta: “¿con cuál de todos los Owsiany`s quieres hablar?”.

Fíjense ustedes cuando por la calle gritan el nombre de uno, nos damos vuelta en un acto reflejo. Aun sin darnos cuenta. Puede servir mucho para llamar la atención. Los “¡¡ey!!”, los “nene, ¿qué hacés?” o los “¿qué te pasa pibe?”, no enfatizan a la persona con la cual queremos acentuar algo. Está dicho “al aire”, a otra persona…

Intentar explicar el motivo de las consignas

Cuando y cuanto sea posible, sería bueno que se expliquen el accionar de las consignas o las prohibiciones de realizar conductas antisociales. Muchas veces lo que a los ojos de los adultos es obvio y lógico, para los chicos no lo es o tienen conceptos equivocados. Y cuando podemos lograr que comprendan nuestras consignas, cuando se den cuenta que es por su bien y no un simple “capricho”, la motivación para realizar las órdenes aumentará.

Ioni es un chico con problemas familiares graves. Muchas veces se veían conductas muy agresivas y violentas para con sus compañeros y maestros. En el impulso, creánme, era imposible de frenar. Probamos de todo.

Ese día, cuando bajaba del almuerzo, Ioni había arrojado una silla por la escalera, vaya a saber uno por qué... Como observó que yo había visto su comportamiento, corrió rápidamente hacia su aula y se escondió detrás de un armario. Fue muy fuerte ver esa escena… tranquilamente podía haber lastimado seriamente a otros alumnos, ya que en el horario que lanzó la butaca de madera, todos los estudiantes bajaban hacia el patio. Milagrosamente y gracias a Di-s, no ocurrió nada.

Realmente no sabía muy bien cómo actuar. Primeramente porque él no era mi alumno, pero nos unía una amistad y un diálogo constante. En aquel momento sentí que era mi obligación hablar con él.

Cuando llegué al aula le dije que saliera de allí atrás, que no lo castigaría ni nada de eso. “Pero no me quiero quedar sin recreo”, creo que me dijo. Claro que no iba a hacer una cosa así, pero traté de que se diera cuenta qué había hecho. “Ioni, quédate tranquilo, no te retaré ni nada es eso, pero… ¿vos sabés lo que podía pasar si esa silla golpeaba a algún amiguito?”, le pregunté. “Sí, el director me hubiese retado y podía expulsarme de la escuela”, me contestó. “Pero olvídate del director y de la expulsión, ¡podías haber lastimado a un compañero que nada tuvo que ver contigo!”. No puedo olvidar la cara que puso en aquel momento y cómo se quedó pensando…

A la hora de reprochar

Si bien debemos respetar a nuestros alumnos ello no implica que estemos exentos de reprocharlos y que todo lo que hagan estará siempre bien. Claro que no. Eso sería esconder nuestra cabeza y esquivar responsabilidades. Como compañeros y maestros tenemos un precepto bien marcado que nos dice: “… reprender reprenderás a tu compañero y no se elevará sobre ti pecado” (Levítico 19:17). Debemos reprochar pero no olvidarnos que no se debe elevar sobre nosotros pecado, es decir, el hecho de tener un precepto de reprender no nos otorga derecho a no tomar recaudos al hacerlo… ¡se deberá procurar no avergonzarlo! Y, más que nada, no reprochar desde el odio o rencor, sino, tal como nos enseña el Rambam, “externamente furioso pero internamente tranquilo” (en caso que sea necesario). Desquitarse o lanzar bronca interna junto al reto, no tiene efecto valedero. Es preferible calmarse un rato antes, recapacitar y luego reprender. No perdamos el control. El reproche debe ser un aprendizaje para el alumno, no una agresión.

Debemos enfatizar que no estamos de acuerdo con las actitudes negativas, no con la persona, con el alumno. Y no son todas sus actitudes, sino una puntual que se desacomodó de lugar. No debemos transmitir que por aquello todo su ser es “malo” o digno de desconfianza.

Lamentablemente muchos padres amenazan a sus hijos afirmando:”si no te portas bien te dejamos abandonado aquí mismo” o similares. ¡Cuánto mal y destrucción provocan con sus palabras! ¡Daños irreparables!

Luego del reproche…

Es importante no quedarse con broncas personales ni nada por el estilo. Ok, el niño se equivocó, se lo reprendió de la forma adecuada y punto. No debe quedar aquel recuerdo “fresco” en la memoria ni recordárselo constantemente al alumno. ¡Por el contrario! Para estimularlo se le debe decir: “¿recuerdas cuando aquella vez escuchaste lo que te dije y te felicité?”.

Es interesante realizar un chiste, dar la mano, un beso u otro mensaje de afecto posteriormente a la llamada de atención. Una demostración no solamente con palabras, sino con actos, con actitudes. Demostrar que lo llamamos al orden por su bien. Por una actitud en particular y no por toda se persona. Luego tratarlos como si nada pasó.

No juzgar por adelantado

La Torá nos enseña: “… con justicia juzgarás a tu compañero” (Levítico 19:15). De aquí nuestros sabios aprenden que siempre debemos juzgar las actitudes de nuestro semejante para bien.

Muchas veces ocurre que los niños hacen algo y ya corremos a gritarles o retarlos sin observar profundamente lo que quisieron hacer. No siempre son actos negativos. Pasa que el preconcepto nos juega en contra. Por eso debemos ser pacientes y esperar. Se deberá calmar el “grito interno”. Si así actuamos, créanme, nos sorprenderemos…

Otras actitudes que suman…

Saludar primero los maestros a los alumnos que estos últimos a los maestros, acomodarles la ropa cuando notemos un desarreglo, actuar con humor o contando chistes, escucharlos cuando nos comentan relatos o miedos, narrarles nosotros mismos hechos personales y cotidianos, aumenta mucho la confianza entre las partes. Ya sea para el psicoanálisis, para el humanismo o para el cognitivismo, la relación en la terapia lo es TODO. Si el consultante no confía en su terapeuta, entonces el proceso no tendrá sentido. La relación es un condimento elemental y fundamental para el éxito terapéutico.

A veces realizar chistes en la clase (de manera prudente y no excesiva) genera un clima cálido y permite que los contenidos queden más. El Talmud cuenta que existía un sabio que antes de comenzar a estudiar, narraba una historia cómica para que a sus alumnos les sea más fácil el estudio.

Los chistes quedan porque son divertidos, porque a uno le alegra. Si las clases se tornan divertidas, lo más probable es que a los niños le queden los contenidos.

Comentario final

Sin dudas que educar no es nada fácil.
Cierto es que el conductismo ha dado resultados mucho más simples e instantáneos, pero debemos analizar el futuro de los niños… no solamente la inmediatez, sino qué se llevarán consigno cuando terminen el colegio. La mayoría de los contenidos seguramente los olvidarán…

Se educa no solamente para el momento, para “quitarse el problema de encima”, para cumplir con el “libreto” y el rol, sino para que durante sus travesías en la futura y rocosa vida, llena de metas y desafíos, puedan asumir responsabilidades y actuar con cualidades exuberantes. No lo olvidemos: gran parte de nosotros depende.