domingo, 31 de julio de 2011

De Corazones Rotos...



Aunque Hollywood diga lo contrario –y quizá hasta afortunadamente- no todas las relaciones amorosas terminan “siendo felices y comiendo perdices”.
Muchas veces la persona con la cual buscamos complementarnos no aparece, pudiendo florecer en nosotros signos de ansiedad, frustración, temor a la soledad, entre muchos otros.

El “amor a primera vista”, ese que provoca el deshoje de tantas margaritas infelices, puede jugar en contra cuando primordialmente no se tienen claros los objetivos del “por qué” y “para qué” complementarse con otro ser.

Echar de menos lo estético tampoco es lo correcto. Sin dudas, estar con ese otro debería ser agradable y placentero. Pero de allí a que se transforme un asunto primordial y excluyente en todo su detalle, en la búsqueda desenfrenada de cualidades estéticas exuberantes… siendo así, se deberían analizar las motivaciones reales que existen detrás de ese deseo.

¿Qué buscamos con esa relación?, ¿quedar bien socialmente?, ¿formar una familia?, ¿placer hedonista?, ¿tener un proyecto en común?, ¿tapar las bocas de las tías que, viéndonos solos en todas las bodas, nos dicen: “eres el próximo”?, ¿qué se esconde detrás de aquel deseo?

Sin dudas que las motivaciones pueden ser variadas y mixtas en cada ser humano. La pregunta sería: “¿qué deseo yo y qué desea la Torá de mí?, ¿mis ideales están basados en lo que la ley divina ordena, o simplemente son ambiciones banales, sin sentido de ser ni de existencia?”.

Es muy doloroso decir que “no”; mucho más aun recibirlo.
Quiérase o no, se torna imposible gustar a todo el mundo.
Mi abuelo z”l solía decir que quien “agrada” a todas las personas: o es un necio; o, por defecto, un falso.
Gracias a Di-s cada ser humano posee ideales y perspectivas muy personales, en donde para su configuración, mucho habrán tenido que ver las experiencias vividas hasta el momento.
Por ende, se vuelve imposible que todo el universo “guste” de nuestra manera de actuar; mucho más cuando a lo estético nos referimos…

Quizá el egocentrismo, el sentimiento de grandiosidad y falta de consideración hacia el otro (¡y por nosotros mismos también!), provoque que no podamos tolerar escuchar un “no”.
“¿A mí me va a dejar? ¡Si soy lo mejor que le pudo haber pasado! ¿Quién la querrá más que yo?”.
Mucho tendrá que ver cómo fuimos criados respecto a las negaciones.
¿Siempre nos dieron todos los gustos?, ¿Cuándo nos encaprichábamos con algo siempre salíamos victoriosos?, ¿fuimos hijos únicos?, ¿alagados en demasía por nuestros padres?, ¿nos enseñaron a manejar las frustraciones?, ¿nos dejaban equivocarnos, o, por el contrario, antes que lleguemos a tropezarnos corrían para que mantengamos el equilibrio y no nos golpeáramos?

Una relación que no es placentera para uno, tampoco es beneficiosa para el otro. No existe la relación “a medias”. Somos todos o no somos nadie.
Es difícil para mí entender cómo existen personas que desean manipular y hasta convencer a su pareja para que no los deje. Después de todo, ¡también se perjudican a ellos mismos! “El amor verdadero se construye de a dos”.

El papel del “villano” que decide poner un punto final a la relación, tampoco es fácil. Para algunos se torna mucho más duro decir que “no” que recibirlo.
Se deberá tener en cuenta el qué, cómo, cuándo y dónde explicar al compañero que esta relación ya no puede continuar. Buscar un lugar tranquilo, en un momento calmo y transmitir el mensaje lo más dulcemente posible.

Habrá que tener mucho tacto, delicadeza, ternura y respeto para que aquel otro nos comprenda de la mejor manera posible.
Jamás mentir ni poner excusas. “Estoy confundido”, “necesito un tiempo” (siempre y cuando se esté convencido fielmente que no se necesita en absoluto de aquel “tiempo”…), “soy yo, ¡no sos vos!”. La verdad siempre como norma. Nada nos da derecho a mentir. Nada lo justifica. A fin de cuentas, daña mucho más un engaño que una verdad difícil de recibir.
Cierto es que la situación puede tornarse demasiado embarazosa, pero sin dudas será un magno aprendizaje: afrontar las dificultades; no escapar de ellas.

Muchas personas, por más explicaciones que uno pueda darles, reaccionan –casi por acto reflejo- con tonos agresivos, angustiantes y hasta desafiantes ante el mensaje de la ruptura, pero… no olvidemos que nos es imposible gustar a todos. Y, a fin de cuentas, nos lo va a agradecer (por haber respetado su dignidad y no ilusionar en vano).
La persona que expresa el “no” –esperemos- pasa por un proceso, una elaboración personal a la que aquel receptor –quizá- no estaba preparado; no se la esperaba. Quizá sea por eso que con el tiempo (de elaborar dicha pérdida) lo va a agradecer.
Casarse es –esperemos- un compromiso de por vida. Debemos priorizar el bien propio y ajeno tanto a corto, mediano y largo plazo.

A veces las relaciones están en estado “ni”.
No hay que apurar las decisiones, se deben tomar muchos recaudos, pero una determinación de este tipo que dure meses y hasta años, no es de las mejores opciones.

Los “ni” eternos dilatan el poder de decisión en las personas. Inhabilitan al sujeto para decidir por sí mismo, dejando de lado la responsabilidad que requiere determinación tan importante como es una relación seria para luego llegar al matrimonio.
A fin de cuentas, a medida que la relación va avanzando, es más difícil y doloroso cortar el vínculo, deshacernos de esa conexión entre las partes. Debemos cuidar al máximo el respeto y la dignidad del otro.

Nunca se termina de conocer a la persona. Eso es imposible. Extender los noviazgos y transformarlos en eternos para “conocernos más”, difícilmente cumpla su propósito.
Aun luego de casados los seres humanos van conociendo mejor a sus parejas, a medida que se van presentando las situaciones.
El individuo es dinámico, va cambiando constantemente. Se va auto-actualizando de manera permanente.

Así también, no se deben continuar noviazgos porque “ya estamos hace mucho tiempo y, ¿qué dirán nuestros amigos, conocidos y familiares?”. La vida es propia de cada uno, los demás no tienen por qué incumbirse en asuntos que no les corresponden. Y si así sucediera, ¿amargaríamos toda nuestra existencia simplemente por algunos comentarios que se puedan llegar a efectuar por un breve período de tiempo?

A modo de cierre, me gustaría exponer una poesía, la cual –pienso- refleja de manera resumida las ideas que intentamos transmitir en este artículo.
Una “apología del no”. Un intento de hacer entender al otro –con respeto y honestidad- que la ruptura de la relación nada tiene que ver con un desprecio por su persona, sino, todo lo contrario, “respeto, admiración, cuidado”.

Me despido hoy, aunque sea muy duro intentarlo
Me despido hoy, no quiero lastimarte
Me despido hoy, para que no sufras un mañana
Me despido hoy, observo mi ventana...

Por más que me cueste y duela decirlo,
Responsable soy y debo admitirlo,
Si no hubo atracción, si no existió unión,
Sin sentido, en vano, seguir la relación.

Clavarte un puñal sería seguir,
Sin contemplar tu gran existir
Mi "no" no es un desprecio por tu persona
Sino, al contrario, respeto, admiración, cuidado

Querer tu ser, tu persona, tu esencia,
Tu condición humana,
Refleja esta decisión un tanto lejana,
Una decisión en un momento exacto,
Y tal vez, por qué no, un tanto nefasto

Sería muy cruel siguiendo contigo,
Si por dentro sé que no es lo que pido.
Porque realmente te quiero, y muy decidido,
En el día de hoy por favor te pido,
Discúlpame si creé en ti ilusiones,
Millón de perdones, no fue mi intención.

Forzar una relación no me sirve ni a mí ni a vos,
Una construcción atroz,
A veces feroz
El amor verdadero se construye de a dos.
“Se hablan”, dice la abuela cuando dos personas “salen”,
Cuando dos personas comienzan a “conocerse”,
Como si “amor” estaría tan sólo compuesto por "palabras",
Por tan sólo cuatro letras…

Agradezco por todo el tiempo invertido,
Me llevo conmigo aprendizajes, recuerdos,
Emociones, canciones, colores de muchos matices

No quiero ni quise jugar jamás contigo,
Sino que encuentres tu verdadero amigo,
Compañero, par, que te haga feliz,
Siguiendo juntos, toda una vida en este gran existir.



lunes, 4 de julio de 2011

Esa Difícil Tarea de Enseñar



“Educarse a uno mismo para luego poder educar a otros”. Una frase tan amplia como profunda, que los educadores debemos tener muy en cuenta a la hora de cumplir nuestro rol. Y como gracias a Di-s, el conocimiento y la autodisciplina no tienen un fin concreto, las ganas por este aprender magno debería estar siempre latente en nosotros.

No se trata tan solamente de impartir conocimientos, teorías, para que otras personitas internalicen aquellos contenidos. Educar tiene que ver con un TODO; tan solo una parte de ese complejo TODO, son los contenidos académicos.

Aunque el lema parezca ser muy conocido por los educadores actuales, me veo obligado a enfatizar que “el alumno no es una nota”. La calificación muy poco tiene que ver con su proceso de aprendizaje. No tiene en cuenta aspectos que se relacionen con la comprensión y razonamiento del alumno.

Desde el ámbito educativo, no debemos aspirar a la formación de “loros automatizados”, de esos ya los hay; y muchos (basta con ver unos minutos de T.V. diaria para comprobarlo…) El aprendizaje va mucho más allá de lo memorioso que pueda ser un educando. No buscamos personas “cuadradas”, sin capacidad de reflexión y acríticos. Anhelamos crear en los alumnos un perfil crítico y reflexivo de su propio aprendizaje. Una manera de hacerlos pensar por sí mismos, que sean partícipes de lo que están aprendiendo y no “oyentes pasivos” a los cuales se les imparte un conocimiento, debiendo aceptarlo sin lugar a preguntas. Las escuelas no son dictaduras ni buscan los totalitarismos. Los colegios deben dar el lugar para que aquellos alumnos puedan aprender. El psicoterapeuta americano Carl Rogers es muy preciso al afirmar que: “enseñar es dejar aprender”.

En un mundo sumamente competitivo, en el cual es triunfador aquel que logra hundir a su compañero, obsesionados con nuestra mirada hacia el compañero para saber qué y cuánto tenemos, en donde la ambición y lujuria son amigos fraternales de los que se quieren sentir parte del “sistema”, los chicos no quedan afuera de esta competencia.

Los niños son el reflejo de los adultos. Sienten, piensan, reflexionan… quizá a otro nivel, pero también lo hacen.

Suelen comparar y verificar quién es el “mejor”, o quién fue el más exitoso en el examen de la semana anterior. A partir de este “censo”, se establecerá quién tendrá el “poder” de mandar a otros, quién será el que decida a qué jugarán en el recreo, quién será el “ladrón” y quién el “policía”.

Es muy probable que la percepción que el alumno tenga de sí mismo, esté relacionada con las calificaciones. “Seguramente Ariel que es el mejor de la clase, es más apreciado que yo por el maestro; ¿no viste cómo participa en sus clases y siempre lo felicita?”.

Justamente nuestra preocupación como docentes, será darles el verdadero valor a los alumnos, independientemente de sus notas. Se debería poner mayor atención en respetar y considerar más a aquellos que no les va tan bien en sus exámenes, rompiendo con la cosificación del alumno por sobre su persona. Una relación persona-persona, sujeto-sujeto. Quebrando con una posible suposición del alumno: “mi maestro no me quiere, me desprecia porque soy mal alumno”. Separar el número de su valoración propia como ser humano.

En un lugar de Estados Unidos se encontraba un aula con más o menos 16 alumnos, pertenecientes a una importantísima escuela.

Sucedía que por estos alumnos habían pasado distintos Rabanim, maestros, maestras, especialistas y no había forma de contenerlos. Eran rebeldes, mal hablados, nadie podía con ellos. ¿Cómo podía ser?

Cierto día apareció en esta institución un importante funcionario público, que observó la gran indisciplina poco contenida durante todo un año. Aunque cada uno y uno de los 16 alumnos no habían repetido el año, no había cambios en su decisión. Por ende, la situación lo obligaba a pensar en cerrar la escuela.

El director estaba desesperado. Comenzó a consultar a sus colegas y, gracias a Di-s, le recomendaron cierta maestra que tenía mucho corazón para tratar alumnos de este tipo.

Al tener una junta con esta mujer, ella les aclaró que para asumir como maestra de ese aula en particular, necesitaba observar el curriculum de los jovencitos. Por supuesto se lo proporcionaron. Donde ella leyó decía algo así como:



Reubén 94




Levy 93



Alan 95



Shimón 92



Iosef 93



Al leer la información, de pronto la maestra dijo: “No puedo, ¡no puedo asumir ahora! Por favor denme un tiempo para prepararme bien porque me enfrento a chicos muy inteligentes y no puedo fallar. Ya que esperaron 1 año, esperen 1 mes más, nada pasará. Esa es mi condición.” Como no les quedaba otra opción, desde ya aceptaron.

Llegaba el momento de asumir su puesto y había muchas expectativas sobre esta docente.

Comienza esta nueva etapa… pasa 1 mes, 2, 3 meses… y magníficamente estos jovencitos parecían haber nacido por segunda vez. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué milagro se había producido? ¿Qué misterio se encontraba oculto en esta espectacular ayuda Divina? Por supuesto, todos los directivos propusieron una reunión a fin de descubrir el motivo del rotundo y ansiado éxito.

Al reunirse, el Rab principal le preguntó a la maestra cuál era la clave de tanto cambio positivo y qué táctica psicopedagógica había aplicado. Ella, muy sorprendida ante tanto honor, le contestó que no había hecho nada del otro mundo. Simplemente, luego de leer el puntaje tan alto al que se enfrentaba, debía prepararse para afrontar verdaderas maravillas de alumnos…

Ante esta respuesta, todos se miraron asombrados. Uno de los participantes le dijo: “Señora, está usted en un error… lo que usted leyó no era ningún puntaje… eran…” Y hubo un silencio. “Eran los años de nacimiento de cada uno de los alumnos…”

Con esta verdad concluyó esta historia muy real, de la cual aprendemos que cuando miramos a nuestro compañero con un poco de amor, con un poco de respeto, sin envidia, sin pensamientos extraños o retorcidos, sin mirarle sus defectos sino sus virtudes, todo cambia. La naturaleza se modifica y suceden hechos casi inexistentes de acuerdo a la realidad (Publicación semanal “Para vos, Mamá!” Nº2).

Una de las maneras para acercarse a los alumnos podría ser ofreciéndole algún pañuelo cuando la situación así lo requiera, levantándole algún útil caído, arreglándole la ropa… pequeñas actitudes que se tornan enormes modificantes de conductas.

A la hora de reprender, es de importancia desaprobar el acto y no la persona. Desaprobar la conducta en sí. Expresiones tales como: “eres muy malo porque golpeaste a tu compañero”, no es reprobar una conducta, sino, todo lo contrario, significa desaprobar toda su persona tan solo por un acto descolocado (demasiado injusto, ¿no?).

“¿Por qué no quiere estudiar?, ¿qué pasa con este chico que nunca presta atención en clase?, ¿no le importa nada?”, nos preguntamos a veces. Claramente cada caso tendrá su motivo particular y específico. Puede que tenga implicancias psicológicas, sociales y/o familiares.

Pero otras tantas veces, los maestros somos parte de aquello. Textos complejos, en blanco y negro, sin dibujos figurativos y con letra pequeñísima, pretendemos que sean de gran utilidad en clase. Es cierto, puede que el contenido sea excelente, de autores magníficos y brillantes, pero si no están facilitados de manera clara, legible y atractiva, puede que el alumno ni llegue a toparse con ellos. Ya el solo hecho de verlo, le provocará repulsión. Recordemos que estudiar debe ser una práctica placentera.

El Gaón Rabí Akivá Iguer ordenó a su hijo que utilizara papel muy fino, tinta de buena calidad y una escritura clara para la impresión de su libro, ya que sostenía que la belleza física del libro traería regocijo al lector, aumentando su capacidad de estudio y concentración (“Bat Mélej”, página 19).

“Educa al joven en su camino que cuando envejezca no se apartará de él"(Proverbios 22:6)

Si leyéramos el libro Proverbios en su totalidad, notaremos que el Rey Salomón en ningún sitio explica a qué se refiere con educar en “su camino”. Esto es porque no existe un único método universal, cada niño tiene “su” manera de aprender. Sería simplista y nada detallista expresar un procedimiento específico.

Muchos docentes buscan refugiarse en alguna “técnica” que les permita proceder de manera “a” en caso de producirse factor “h”. Pero la realidad es que no hay algo determinado que se deba hacer. En una cultura del “se” (“se hace”, “se usa”, “se viste”), los docentes no quedamos marginados en el ámbito educativo. ¿Estaremos buscando seguridad en lo conocido?, ¿en no quedarnos expectantes ante una situación que no sabremos cómo manejar? ¿Será desconcertante no tener la menor idea de cómo se deba proceder? Dependerá de la circunstancia y el conocimiento interno que se provea del alumno el cómo tendremos que actuar. En muchas oportunidades es sentido común más que otra cosa.

No deberíamos temer a no saber qué hacer en situaciones futuras que se presenten, después de todo, enseñar también es reconocer que uno es falible, que no se las sabe “todas”, facilitar y compartir la humanidad hacia otro sujeto igual que nosotros. Desmitificar el rol de “maestro superpoderoso”, dará chances que la relación prospere aun más. A fin de cuentas ese poder adquirido, deshumaniza al docente. Lo hace menos humano y real. ¿Siempre los maestros fueron “buenos” y aplicados? Al menos me quedo tranquilo que los míos sí (o eso era lo que decían ellos…)

También es importante utilizar la creatividad. Saber aprovechar la ocasión para orientarla en pos del aprendizaje.

Javier (nombre ficticio para no revelar su identidad) no estaba dispuesto a estudiar. De ninguna manera. Estaba muy flojo en lectura y era indispensable para él contar con esas clases de apoyo. Vino con sus guantes y se puso a jugar con ellos. Los revoleaba por los aires. Nada quería saber con estudiar.

Le ofrecí si quería jugar conmigo, haciendo de ellos una especie de pelotita. Accedió. Así estuvimos como 10/15 minutos. Por momento yo atajaba y él lanzaba, por momentos a la inversa.

En ese momento le propuse un desafío: “el que mete un gol, tiene “derecho” a leer un reglón del libro. ¡Ojo! No cualquiera puede leer, ¡solamente el que hace el gol!”. Y así nos divertimos un rato largo, revolcándonos por el piso, logrando por fin estudiar.

Javier (el mismo de arriba) afirmaba: “¡odio jumash!”, arrojando el libro a la mesa con desprecio. Estaba muy angustiado porque en la escuela los chicos iban más rápido que él, perdiéndose en la clase y no teniendo idea de los contenidos estudiados. Intentamos aclarar que lo que “odiaba” no era el “jumash” sino el hecho de tener que leer. Lamentablemente el hecho de ver el mismo libro, al parecer, le hacía recordar aquellos momentos de bronca y aburrimiento en la escuela, aun estudiando fuera de la institución. El miedo al mismo texto lo bloqueaba, trayéndole recuerdos no tan placenteros.

En ese caso lo que hicimos fue pasar los mismos versículos del libro a una hoja de computadora, con letra más legible y amigable. Desmitificando el libro y posibilitando que se olvidara de él por unos momentos.

Le expliqué a su padre que este tiempo de juego no había sido para nada en vano. Ganamos confianza y la relación se estrechó aun más. A partir de allí el vínculo fue totalmente distinto. Una inversión no solo para el presente sin también hacia el futuro. Después de todo, no solamente aprendimos contenidos sino también que el moré (maestro) también se divierte y le gusta hacerlo. Que puede compartir algo en común con sus alumnos. Es decir, es una persona como cualquier otra.

Claro que el alumno no debe “mandar” ni “tomar el control” sobre el docente, muchas veces se debe negociar. En el ejemplo anterior me pasó que a veces Javier metía gol y no quería leer, entonces le dejaba en claro que la única opción para jugar era que leyera. Si no, no había juego. Sería un acercamiento hacia su petición pero no exactamente como él lo demanda. Algo así como “el alumno no elige pero finalmente elige”. Paralelamente, fomentamos la autonomía, autodesarrollo, la responsabilidad y la libertad para elegir de acuerdo a sus intereses propios.

Nos toparemos con poca resistencia del otro lado, ya que tenderemos a buscar alguna opción que sea motivante para él.

Remarcar –de buena manera- que las reglas las imponemos nosotros, sólo que a veces podremos dar variantes para elegir, pero siempre dentro del marco y propuesta del docente; no más allá.

Es importante aclarar que al poner un límite debemos estar convencidos con eso que decidimos. ¿Cómo puedo transmitir una decisión a otro, cuando aun no he sido yo quién se ha convencido primero de la misma? Por eso es importante meditar mucho antes y no actuar desde la impulsividad y nerviosismo. En casos de no percibir seguridad interna para impartir una orden, es preferible “hacer la vista gorda” antes que hablar.

Los líderes o personas a quienes se perciba como figuras de autoridad en dicha situación, deben sentirse lo suficientemente seguras de sí mismas y de su relación con los demás, para confiar realmente en su capacidad de pensar y de aprender por sí mismos (“El camino del ser”, Carl Rogers, página 140).

Y ya que hablamos de los límites, es trascendental remarcar que el “reproche” no debe ser una “batalla” ni un “enfrentamiento bélico”. Cuando los docente llegamos al punto de levantar la voz, no tenemos que enorgullecernos ni sentirnos respetados por aquella autoridad. No nos descarguemos con los chicos. No sumemos nuestros problemas y dolores corporales a la realidad. No hay que ser desmedidos, simplemente lo que corresponda. Tal como dice el Rambam: “con enojo externo pero no interno; simulando enojarse” (Halajot Deot capítulo 2, ley 3).

Una forma de verificar qué tal estuvimos en la situación es analizar cómo nos sentimos luego de aquel suceso. ¿Contentos?, ¿tristes?, ¿repletos de poder?, ¿nos dolió haber tenido que llegar a esas instancias?

Se cuenta sobre el Rab Eliyahu Lopian ZZ”L, de los mayores moralistas de nuestra generación, que antes de retar a uno de sus alumnos o de sus hijos esperaba el lapso de tiempo necesario, hasta que no sintiera ningún dejo de ira. En una ocasión, cuando uno de sus hijos cometió una falta grave, esperó dos semanas completas para reprenderlo.

Muchos padres esquivan reprochar a sus hijos por temor a que no los quieran. Para no ser “los malos de la película”. Una mirada totalmente egocéntrica y negativa que no hace más que traer peores consecuencias hacia los hijos y la familia. “Yo no quiero quedarme mal como padre y que no me quiera”, anteponiendo el “yo” antes que el “él”. ¿Y el hijo?, ¿su educación?, ¿qué vale más?, ¿qué peso tiene cada componente en la balanza?

A veces se deberá buscar la motivación de cada alumno. A toda persona –psicológicamente ajustada- lo motiva algo o alguien en su vida. Algunos prefieren los gráficos, otros los textos, aquellos las interpretaciones.

Es más simple transmitir de una única manera, sin contemplar que las necesidades, deseos e intereses entre los alumnos son tan distintos como las estrellas que existen en el universo. “Motivar la motivación” para lograr seres motivados. Centrarse en los alumnos y no en uno mismo. Ir consensuando con ellos, demostrando nuestro sincero y puro interés por el aprendizaje, su aprendizaje.

Indiscutible es que este tipo de metodología requiere más dedicación, tiempo e inversión por parte del docente, pero… ¿quién dijo que ser maestro resulta ser una tarea sencilla?

Dar espacio al diálogo y salir de la estructura académica, en oportunidades es beneficioso para estimular el vínculo alumno-docente. Dar lugar a lo humano por sobre lo académico. Escucharlos, contenerlos en momentos difíciles. Es cierto que muchas veces se debe correr con el programa, con el temario de contenidos, en todo caso ofrecer espacios a posterior de la clase. Brindarse, transmitir respeto e importancia hacia ellos.

“Dejar pasar”, ser dinámico y abierto a la desestructuración. Tal como expresa el Talmud en el tratado de Rosh Hashaná (17 a): “quien deja pasar su cualidad (no es vengativo ni rencoroso), le dejan pasar sus pecados" (el juicio no será estricto con él).

Si bien un buen maestro planifica de antemano, no siempre las cosas salen en el tiempo que se planea. Pudo haber una falla en el cálculo o simplemente factores externos que imposibilitaron la adecuada concentración y compenetración de los alumnos.

No olvidemos que ellos también son humanos y –a su nivel- también tienen problemas y conflictos. Su familia, sus dificultades.

El Rabino Arye Levin sz”l (conocido como “el tzadik de Ierushalaim”) estaba parado afuera de la escuela en la que enseñaba, observando a los niños durante el recreo. Junto a él, estaba su hijo R. Jaim, quien también se desempeñaba como maestro en la escuela.

“¿Qué ves?” - preguntó R. Arye a su hijo.

“Nada fuera de lo común: solamente hay niños jugando” - respondió el hijo.

“Dime algo de lo que observas en ellos” - insistió R. Arye.

“Bien, David está allí cerca de la puerta con las manos en los bolsillos - seguramente no tiene vocación de atleta… Moshé, está jugando de manera agresiva - debe ser indisciplinado… Ia’acov, está soñando o analizando el movimiento de las nubes, supongo que no lo invitaron a jugar…, pero en general: solamente hay niños jugando”.

R. Arye lo miró y exclamó: “No - mi hijo - no sabes observar a los niños.”

“David está cerca de la puerta con las manos en los bolsillos, porque no tiene sweater. Sus padres no tienen los medios para adquirirle ropa de invierno. Moshé es agresivo, porque su maestro lo reprobó y se siente frustrado. Ia’acov está abatido, porque su madre está enferma y carga con la responsabilidad de su casa”.

“Para ser maestro, debes conocer las necesidades y limitaciones de cada niño a fin de brindarle la atención debida e intentar cubrir esas necesidades.

Pensemos por un momento en una silla de cuatro patas. Si una de ellas está floja, no se sostiene. Los niños están rodeados por los padres, los docentes, los compañeros y los medios externos. Ni los padres (aun si nos ponemos de acuerdo), ni los docentes (aun si trabajamos en consonancia con los padres) somos omnipotentes como para proteger a los niños de estar expuestos y ser partícipes de una carrera competitiva, al margen de las demás contrariedades que cada uno sobrelleva, pues la influencia les llega también a través de sus compañeros. Aun si todos los padres de una institución sumáramos esfuerzos para crear un microclima comunitario, tendríamos que lidiar con la rutina nociva e poderosa de los medios de comunicación, letreros publicitarios, etc.


Cada época tiene sus desafíos y los cambios suceden más con mayor rapidez y de manera más solapada de lo que los percibimos. Hoy en día, nos toca encarar este flagelo como objetivo central de nuestro esfuerzo por educar una nueva generación que crea en la bondad y en la generosidad, en lugar de ser miembros de un “ring” de peleas. Y si perseveramos en este punto - todos juntos con la ayuda de D”s - espero que triunfemos… (Rabino Daniel Oppenheimer).

Queda claro que individuos con personalidades rígidas no aportarán mucho a sus alumnos. No podrán comprenderlos. Así nos enseñan nuestros sabios: “El vergonzoso no puede aprender, ni el colérico puede enseñar” (Pirké Avot 2:5).

Probablemente el maestro puntilloso piense: “a mí no me van a engañar, ¿se creen que soy sonso?”. Pero si en vez de enfocarse en la reputación propia, en su orgullo, se enfocaría en lo mejor para sus alumnos, aquella afirmación no existiría.

A veces “cerrar un ojo” es doblemente bueno: para el alumno con las exigencias; para el docente, no transformarse en punzante y “dictador”.
También debemos dar espacio a la equivocación. No criticarla bajo ningún aspecto. Estimular los intentos a pesar de los resultados.

Dentro del aula olvidarse del mundo finalista en el que estamos insertos, en donde “éxito” es sinónimo tan solo de resultados a corto o inmediato plazo.

Thomas Edison hizo 2000 experiencias hasta inventar la lámpara. Un joven reportero le preguntó el por qué de tantos “fracasos”. Edison respondió: “no fracasé ni una sola vez. Inventé la lámpara. Ocurre que fue un proceso de 2000 pasos”.

Existen alumnos que “odian” estudiar porque saben que les cuesta aprender, internalizar contenidos. Frente a la falta de tolerancia del docente, intentar preguntar les provocaría humillación (ni hablar de la imagen que deja frente a sus compañeros algún tipo de descalificación del maestro en clase).

Por eso hay que procurar no estipular metas difíciles de alcanzar por los alumnos. Evaluar la capacidad que tienen y estableces fines en base a aquello. No pretender objetivos inalcanzables que lo único que provocarán será frustración y desgracia en los alumnos.

Tengamos cuidado con las decisiones que tomamos y con las palabras que decimos. Enseñar no es tarea simple, no es para nada sencilla…