martes, 30 de agosto de 2011

Empatizando el Duelo


Miri estaba muy ansiosa. En apenas unos minutos Gabi -ese chico que conoció hace apenas unas pocas semanas pero que con solo verlo le provocaba mariposas en el estómago difíciles de describir- la pasaría a buscar por su casa para salir.
Hacía ya varios minutos que ella se miraba al espejo. De un perfil, del otro. Nada podía fallar. Ni el rouge correrse, ni las uñas despintarse ni el pelo desplancharse. Todo debía estar a la perfección. Después de todo, había conocido a su príncipe azul. No lo podía dejar pasar (o al menos eso creía…)


Una manera de comprobar qué tan relevante y valioso denota un evento para cada sujeto, es analizando el “cómo” se preparó para aquello. Detrás de las conductas se encuentran escondidas las motivaciones para alcanzar aquel fin. Nadie comienza los preparativos de su boda una semana antes de la ceremonia. Jamás. Es un momento trascendental en la vida. Una decisión por demás significativa.

Prepararnos para acontecimientos dolorosos no parece ser demasiado alentador y motivante. No nos gusta atravesar momentos de melancolía. Más en estos últimos tiempos que tanto la frustración como la tristeza deben evitarse a todo precio, sean cuales sean las consecuencias, se pierde el transcurrir de las tragedias; el pasar de las adversidades.

Quizá a veces tendemos a olvidar que la real sabiduría es la que aprende de todos los sucesos, no solamente de los victoriosos. Todas las crisis y cambios que atravesamos no son más que oportunidades que nos da la misma vida. Las malas resoluciones de los conflictos pueden provocarnos dolores intensos de cabeza, sin dudas, simplemente propongo que estemos abiertos a aprovechar el otro polo también. A ver las dos caras de la moneda.

Sin dudas, el suceso más trágico en la historia del pueblo judío fue la destrucción del Templo Sagrado de Jerusalem, del Bet Hamikdash. Quizá por el paso del tiempo nos sea difícil reconocerlo como tal. Pareciera ser que nos cuesta menos empatizar con la Shoá (holocausto), ocurrida hace apenas 65 años (¡otra catástrofe!)

Todos los 9 de Av recordamos la destrucción de los dos Templos sagrados, desbastados en la misma fecha con un par de años de diferencia.

¿Cuándo vimos que una nación, país o pueblo "conmemore" sus fechas tristes? Más bien todos optan y se inclinan a borrar de su historia los hechos trágicos para la nación, para olvidar el dolor... Pero nosotros como judíos, somos concientes que todo lo que sucede es manejado por un Ser Supremo, hacemos memoria para poder reparar los errores de nuestros antepasados que desencadenaron tales tristezas y desazón.

El ser humano a lo largo de la vida (quizá sin darse cuenta) se va topando con el duelo continuamente. No es lo mismo un bebé que un niño de cinco años. Ni que hablar la pérdida del cuerpo del niño en la edad adolescente. Los cambios físicos y psíquicos que la existencia misma nos depara a cada instante, no son menos que los sucesos trágicos o inesperados que ocurren a nuestro alrededor.

Duelar el pasado para adquirir algo nuevo en el presente. Una transformación en nuestras vidas. Perder aquello que tenía implica mirar hacia adelante para adquirir algo nuevo. El cuerpo de bebé por el cuerpo del niño. El de niño por el de adolescente. El de adolescente por el de adulto. El de adulto por el de anciano.

Y no solamente con las etapas evolutivas vamos duelando en nuestra existencia toda, sino con los objetos, los compañeros, amigos, maestros, familiares. Cerrar una etapa también es un duelo aunque esto mismo no implique el deceso de algún ser humano. Una relación amorosa y/o afectiva, despedir a un amigo que se muda al exterior… por citar sólo algunos ejemplos.

La primera fase de un duelo es aceptar que aquella persona, relación u objeto ya no se encuentra más con nosotros. Consentir la pérdida. Asentir eso que perdí.

Hay un dicho que reza: “Lo importante no es lo que le pasa a un hombre, sino lo que el hombre hace con lo que le pasa”.

Generalmente se dice que: “el paso del tiempo sana las heridas”. Esta afirmación es sumamente errónea pues en un duelo, sin un proceso personal, sin una elaboración efectiva, a medida que pasan los días el dolor se va agudizando.

Pero, ¿cómo aceptar una pérdida cuando realmente se desconoce aquello que se perdió?, ¿qué conlleva la ausencia del Gran Templo? Aparentemente estamos muy cómodos en nuestras casas, disponemos de todos los comodities habidos y por haber. La tecnología a los pies del hombre.

Cuando se aproxima esta fecha en el calendario hebreo, el Rab Iehudá Ades acostumbra a decir: "Lloremos porque no sabemos por qué llorar”, porque no sabemos realmente lo que perdimos.
Estando el Gran Templo en pie, Di-s se encontraba a la vista. Palpable. Los milagros que allí ocurrían eran innegables aun para el más corto de vista. Aun para los gentiles… ¡hasta ellos mismos traían sacrificios para Di-s!

El Jafetz Jaim ZZ”L solía decir que en la “Amidá” (texto de las oraciones) las personas suelen pedir muy enérgicamente por su sustento, su curación y resolución de todo conflicto. Pero olvidan que solamente con la bendición de “Boné Ierushalaim” (que se reconstruya Jerusalem), se solucionan todos los problemas anteriores: de salud, de sustento… ¡de toda índole! ¡¿Por qué será que en esta última no se trata de concentrarse tanto, si es la respuesta a toda súplica?!

Quizá pensemos que “estamos bien así” porque no habituamos hospitales ni clínicas psiquiátricas. ¿Qué significa “estamos” bien?, ¿solamente mis vecinos, los amigos del club, mis seres queridos? El dolor que viven algunas personas, la carga que significa vivir para ciertos individuos, no la sentimos. Tal vez nos falte empatizar un poco más con nuestros compañeros de vida. Pues, con la llegada del tercer Bet Hamikdash… ¡esto no tendría lugar! ¡Las enfermedades no existirían!

“Una alegría compartida, es una alegría doble. Una pena compartida es media pena” (Proverbio Sueco).

Existía un rabino que al escuchar el deceso de algún judío, por más desconocido que sea, se sacaba los zapatos en señal de duelo. “Pero usted ni los conocía, ¿por qué es tan estricto con este punto?”, le preguntaron sus alumnos. “No importa, al menos para sentir la pérdida de otra persona, de otro hermano judío; son sólo unos minutos, no más”.

“Casualmente” este rabino falleció un 9 de Av, cuando todos los judíos no calzamos calzado de cuero en señal de duelo por la destrucción de los Templos (Sefer Hajasidim).

Va más allá de una pérdida física, edilicia. El Templo Sagrado era una combinación espiritual-terrenal. Una conexión directa cielo-tierra. Unía al hombre con Di-s directamente.

Di-s está sin su Casa y nosotros lo sentimos, lo sufrimos. No solamente por Él, sino por nosotros mismos también. Intentemos empatizar más con el “dolor” y pérdida Divina y humana, conectemos nuestros sentimientos con el pesar ajeno, preocupémonos, quizá quién dice y alcemos nuestros ojos hacia el cielo con rezos fervorosos que por fin den paz a las aflicciones y dolores cotidianos. De nosotros depende.

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