viernes, 2 de octubre de 2009

Sucot: Eterna Convivencia



Los días estremecedores culminaron. El shofar, el mes de Elul, Rosh Hashaná, Iom Kipur, todo llegó a su fin. Un trabajo arduo de cuarenta días de duración.

Ahora se nos pide poner énfasis en la alegría. Acentuar que en la vida no todo es temor. Se nos exige estar alegres pues seguramente Di-s escuchó nuestras súplicas, sellándonos en el Libro de la Vida y de las buenas bendiciones. Tan es así la exigencia del júbilo y regocijo en estas fechas, que uno de los nombres propios de la festividad de Sucot es: “Jag Simjatenu” (la festividad de la alegría).

Bien sabemos que existen dos caminos posibles para servir al Todopoderoso:

1) Por temor al castigo y/o a Di-s, se busca cumplir con todos los preceptos lo mejor que se pueda.

2) Por un amor incondicional a Un Ser Supremo que Nos Creó y Nos brinda incontables beneficios a cada segundo de nuestra existencia, la persona siente que es un deber escuchar los dictámenes Divinos que Él Encomienda. Confía que Deseará lo mejor para su persona.

Sin dudas que un padre preferirá que su hijo lo respete más por amor que por temor. No hay margen a pensar que el sendero del miedo sembrará mejor el vínculo afectivo, que lo hará más consistente, más fuerte. De todas maneras, en el camino de las mitzvot (preceptos), el temor es uno de los posibles medios para el servicio Divino. Pero el camino del amor, se lleva la mejor parte… y la mejor paga también.

Venimos transcurriendo días y semanas de temor al juicio, a la Justicia Divina, a nuestro futuro en general. No sabemos qué dictaminarán desde los cielos para el año entrante, si tenemos los méritos suficientes. Por eso rezamos con fervor y de todo corazón. Todo ese trabajo es inducido hasta la festividad de Sucot. Al llegar esta misma Di-s nos dice: “ahora podemos comenzar el año con mayor optimismo. Estén alegres pues su `teshuvá` (retorno a las fuentes) fue aceptada. Ya no Me Sirvan por temor, ahora quiero que el amor nos una y sea nuestro nexo de comunicación, nuestro lenguaje”.

Y si prestamos bien atención, observaremos que existe un ascenso gradual del nivel solicitado: primeramente comenzamos el retorno con el temor como pilar (en los días del mes de Elul y a posteriori), pero finalizamos los días festivos en el crepúsculo de la relación: con amor y fraternidad como norma.

Hashem nos invita a su casa y pide convivir con nosotros. “Ahora que nos una la alegría”. Y así realmente sucede… el que tiene el mérito de realizar una Sucá en su propiedad, construye una pequeña cabaña para que repose la Divinidad. Di-s se acerca a nosotros pues busca que nos alegremos en Su festividad.

Pero… la convivencia no es fácil...
Si existe algo que hoy en día todos tenemos amplio conocimiento sobre ello, son los tan afamados conflictos conyugales entre parejas y matrimonios. Un buen día se amaban profundamente, se fueron a convivir juntos; y a la semana, casi como por arte de magia, ya siquiera podían verse el rostro.

¿Qué sucedió?, ¿qué fue lo que hizo cambiar tanto de parecer a estos “enamorados”?, ¿no era que se amaban?, ¿no se juraban “amor eterno” hace unos días? La convivencia… hay muchas situaciones que se descubren únicamente conviviendo con la otra persona.

En realidad, Hashem siempre quiere convivir con nosotros, todo el año. Sólo que en estos días poseemos un medio material el cual podemos aprovechar como objeto motivador para cumplir este mandato. Si no podemos efectuarlo durante todo el año, al menos aprovechemos esta oportunidad única más objetivizada.

A tal punto nos desea como “compañeros de hogar” que Rabí Janiná nos enseñó que (Makot 23 b): “Quiso Di-s ameritar al Pueblo de Israel por ende les aumentó a ellos en Torá y preceptos…” ¿Y esto por qué?, ¿para qué son necesarios 613 mitzvot? Nos contesta el sabio: para que tengamos presente a Di-s a cada segundo de nuestra cotidianeidad, a cada paso a efectuar, siendo así más sencillo seguir Sus caminos. Para ameritarnos. Descomprimirnos la labor. Recordatorios a cada momento que se representan con conductas diarias. En la vida de los preceptos, ¡tenemos leyes hasta para ir al lavabo!

Pero… ¿podremos convivir con otro Ser sin antes conseguir convivir con nosotros mismos? Bien sabemos que el individuo nace, vive y muere (Di-s no permita) en sociedad. También en lo que refiere a los preceptos, existen cantidades de estos que pueden efectuarse exclusivamente con la presencia de un compañero, de un prójimo. Claro que es más que suficiente para darnos cuenta que no podemos apartarnos de todos y vivir en soledad. Cada uno es indispensable para el sistema social (¿se imaginan si cada uno de nosotros debería ser a la vez doctor, escribano, vendedor, zapatero, tapicero, cerrajero, verdulero y ascensorista?). Todos necesitamos de todos para cubrir la mayoría de nuestras necesidades. Pero… ¿puedo convivir con un otro si antes no logro convivir conmigo mismo?, ¿si previamente no alcanzo aceptar mis defectos, mis falencias, mis errores, como así también, a reconocer mis virtudes?
Convivamos con Hashem, claro. Pero también intentemos analizar nuestro estado interno e interpersonal cotidiano.

¿En dónde se nos ordena convivir con Di-s?, ¿en qué sitio? En una simple cabaña. Sin bien las leyes de la construcción de la misma no son tan simples como construir cualquiera de ellas en la práctica, bien sabemos que las paredes puede ser de cualquier tipo de material, mientras cumplan el requisitos de ser firmes y que ningún viento predecible las balancee.

La medida mínima del ancho de una Sucá debe ser de siete puños por siete puños (7x7). La altura, mínimamente de diez puños (10). Si multiplicamos la medida del largo por la del ancho, nos dará como resultado 70 (7x10). ¿Casualidad? Para nada…

La Sucá representa la vida de la persona. Tal como nos enseña el Rey David en Tehilim: “Nuestra vida dura apenas setenta años, y ochenta, si tenemos más vigor…” (90:10). Por más lujos, poder o bienes que poseyemos, nuestra vida es pasajera. El Zohar (volumen 3) nos dice que: “el ser humano transita por este mundo considerándolo como si fuese propio de él, que se quedará viviendo en él eternamente.” Es una realidad. Pensamos que todo lo tenemos. Justamente Sucot nos viene a enseñar que todo tiene carácter transitorio. Todo es un “medio para…” y no un fin en sí mismo.

El Rab Amnon Itzjack explicó en una oportunidad que la criatura, ni bien sale al mundo, lo hace con las manos cerradas, simbolizando el afán del humano por llevarse muchas cosas como pertenencia. Lamentablemente, todos conocemos muy bien cómo se retira la persona del universo: con las manos abiertas. Demostrando finalmente que todo lo que se quiso apropiar, nada (excepto su alma y sus buenas acciones) pudo llevarse consigo.

Siguiendo con las leyes concernientes al armado de la Sucá, nuestros sabios nos enseñan que el techo debe estar compuesto solamente por ramas, plantas o yuyos que crezcan de la tierra y que estén arrancadas de la misma (un árbol arraigado a la tierra no serviría).

Claro que lo material debemos utilizarlo. Debemos darle un provecho. Pero… siempre y cuando esté “cortado” de la “tierra”. Si las “ramas” se encuentran “podadas”, entonces adelante… tu misión va encaminada; tratas de combinar lo material con lo espiritual. Pero si lo “terrenal” pasa a ser el fin y no el medio de la vida, si no “cortas” aquellas “raíces”, entonces tu Sucá no es apta. Tu vida no está encarrilada de manera óptima.
A fin de cuenta deberíamos repreguntarnos: ¿somos esclavos de los bienes que tenemos?, ¿o estos nos ayudan a elevarnos?

En una oportunidad un gran hombre de negocios se acercó al Rab Aharon Kotler ZZ”L para realizarle una pregunta: “mire Rab, soy una persona sumamente ocupada con mi sustento. ¡Realmente no poseo tiempo para nada! Tal es mi pena que no sé cómo organizarme para estudiar Torá. Entiendo la vital importancia de la misma. Es más, en la actualidad mantengo casas de estudios de este tipo. Puedo aumentar aún más este estilo de actos, ¿pero yo estudiar? ¡Imposible! No me dan los tiempos…en realidad yo quería saber si tendré “Mundo Venidero” por así comportarme…” El Rab lo miró unos segundos y le dijo: “Mundo Venidero seguro que tendrás, tus acciones son filantrópicas, que de eso no te queden dudas. Pero, ¿qué pasará con tu “Este Mundo”?, ¿acaso no lo deseas tener también?”.

Por otra parte, tenemos el precepto de las cuatro especies. Bien todos sabemos que cada una representa a un grupo determinado de personas:

a) Etrog (cidro): posee gusto y aroma. Apunta a los individuos que estudian Torá y se comportan con buenas cualidades.

b) Lulav (palma de palmera): tiene gusto pero no aroma. Representa las personas que tienen sabiduría pero no actos de bien.

c) Adás (mirto): tiene una buena fragancia, pero no es comestible. Representa una persona que tiene buenos actos, pero no tiene sabiduría.

d) Aravá (sauce): no tiene ni sabor ni olor. Se trata de una persona que no tiene ni buenas obras ni tampoco la sabiduría de la Torá.

Con estas cuatro especies, cuando las juntamos pronunciamos una bendición. Cabe recalcar que, para poder pronunciarla, es necesaria la presencia de TODOS los ejemplares. Habiendo dos etrogim pero sin encontrarse un lulav o una aravá, está prohibido recitar la bendición.
Si queremos que la bendición Divina repose sobre nosotros, debemos unirnos. Sin unión, no hay bendición ni nuestra ni de Hashem. Todas las especies deben estar juntas para recitarla. Aprender uno del otro. Atraer a otras personas alejadas del camino. Pero, antes que nada, saber aceptar incondicionalmente el nivel de otros individuos. Reconocer la diversidad. Entender que no todos corrieron (y corren) la misma suerte.

Esta unión característica podemos observarla durante todos los rezos. Si puntualizamos bien nos daremos cuenta que las súplicas son siempre en plural: “cúranos”, “perdónanos”, “remídenos” (ver “Amidá”). No pedimos por nosotros mismos sin antes recordar que pertenecemos a un todo. Que somos un verdadero rizoma existencial.

El Jafetz Jaim ZZ"L fue consultado acerca de las distintas costumbres que llevan a cabo los judíos de diferentes comunidades de distinto origen. Respondió: "Las diferencias entre los distintos modos de servir al Creador (dentro de quienes observan la ley acorde al Shulján Arruj), no son perjudiciales, sino -al contrario- responden a diferentes lugares por los cuales pasó nuestro exilio y los cuales reforzaron los aspectos internos de diversos grupos de Iehudim de diferentes orígenes. La suma de todas estas costumbres hace a la armonía del Am Israel. Intentar anular una costumbre a favor de otra, sería equivalente a anular una de las diferentes fuerzas dentro de un ejército (los tanques no reemplazan a los aviones, ni estos hacen la tarea de la infantería.) Ashkenazim y Sefaradim, Jasidim y Mitnagdim deben sumar sus bríos y energías -sin suprimirse unos a los otros- para crear la sinfonía que hace a la victoria espiritual esperada, al igual en que la tarea de los Cohanim, Levihim e Israelim, en su conjunto cumplían con la obra exigida por Di-s" (“VeSamajta BeJagueja", páginas 268/269).

“Y te alegrarás en tus fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita, y el extranjero, y el huérfano y la viuda que viven en tus portones” (Devarim 16:14).

“Siete días celebrarás fiesta solemne a Hashem, tu Di-s, en el lugar que el Eterno escogiere; porque Te habrá bendecido en todos tus frutos, y en toda la obra de tus manos, y estarás verdaderamente alegre” (Devarim 16:15).

Tal como antes mencionamos previamente, en la festividad de Sucot se puntualiza enfocarnos en la “simjá”, en la alegría. También repasamos algunas leyes concernientes a la construcción de la Sucá: todo debe ser muy rudimentario y pasajero.

Pero… ¿cómo podremos estar felices habitando en pequeñas chozas apenas amuebladas?, ¿no estaríamos más alegres en nuestros verdaderos hogares?, ¿acaso no se contradice aquello de “vivir pasajeramente en Sucot” con estar alegres siceramente?

Generalmente todo lo que entristece a la persona es la envidia, los celos el “no poder llegar a…”, el anhelar más, la ambición, el deseo. Practicando e internalizado que en este mundo todo tiene categoría de inmortal, de pasajero, llegaremos a no mirar tanto lo que no poseemos y enfocarnos en lo que sí tenemos. Y allí radica la verdadera felicidad: cuando podemos valorar lo que Di-s nos manda. Así nos enseña Ben Zomá en el Pirké Avot (4:1): “¿Quién es el rico? Aquel que está contento con su parte…”

Por ello no se contradicen los conceptos. Por más cómodos y felices que podamos estar en nuestros hogares estables, por más lujo y confort que allí exista, no es hacia aquello lo que nosotros anhelamos. Lo material no es lo que nos produce verdadera felicidad y paz interior.
De esta manera seremos más felices, no estaremos alertas al auto último modelo que se compró nuestro vecino y pondremos más énfasis y energía para convivir de la mejor manera posible con Di-s y con nuestros semejantes. Pero antes… ¿y por casa cómo andamos?

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