jueves, 24 de septiembre de 2009

Iom Kipur: El Quitamanchas Espiritual


“¿Cuándo se pide perdón, antes de Rosh Hashaná o antes de Iom Kipur?”. De esta manera comenzaba recientemente a recibir la víspera del año nuevo. Con una pregunta.

“Las faltas entre una persona y su semejante, el Día de Iom Kipur no expía sobre ellas hasta que se dirija hacia su compañero, le pida perdón y esté último lo disculpe” (Shulján Aruj –Código de Leyes Judías- Capítulo 606).

Sin dudas que aquel individuo que me consultó tenía bien claro este concepto. De sus palabras deduje que en ningún momento titubeó de lo que nuestros sabios indican. Pareciera querer cumplir con lo que Di-s manda en totalidad sin pérdida de detalle alguno.

Si bien es cierto que no hay mejor manera que comenzar un año nuevo liberándose de todos los accionares negativos pasados (y así es como los eruditos nos ordenan que hagamos), no quedan dudas que no debemos esperar a estas solemnes fechas para efectuarlo. Todo el año (“Open 25 Hs.”) es propicio para solicitar un perdón profundo y sincero (siempre y cuando corresponda, claro).

Tengo mis sospechas qué tan fructífero se torna dirigirse a todo nuestro entorno social y exclamarle individualmente a cada uno: “¿me perdonas por todo lo que te hice en el año?”. Habría que analizar cómo toma el receptor aquellas “disculpas”. En oportunidades existen situaciones puntuales que se tratan de esquivar con estos “perdones generalizados”, que terminan encubriendo las heridas más que sanándolas.

En nuestros días en donde el auge del “se” es el verdadero protagonista de la historia, nadie quiere quedarse fuera del círculo. Todos queremos estar “dentro”, ser parte, pertenecer. “¿Cuándo se pide perdón?”. Todo tiene que tener una fecha y un momento específico, no sea cosa que se pida perdón cuando no corresponda y cuando nadie lo hiciera…Y así ocurre en innumerables situaciones de la vida diaria: ¿qué se usa?, ¿qué se hace?, ¿qué se dice?, ¿qué se practica?

Generalmente tendemos a pedir disculpas por sucesos intrascendentes. Si accidentalmente pisamos el pié de algún compañero, corremos a excusarnos con un angustiado: “lo siento, no fue mi intención”. Debemos saber que este tipo de heridas no afectan los sentimientos. Además, el perdón sale automáticamente sin prestarle demasiada atención y en equivalencia a un ataque suave (adaptado de un escrito del Rab Simja Cohen).

El paso del tiempo es un factor que nada ayuda para acercarnos y reconocer nuestros errores. Ya sea por vergüenza, bronca o pensamientos que cada uno va imaginando en el profundo mar que genera su mente, se torna sumamente difícil conciliar una disputa cuando la misma tuvo lugar hace varios meses o años. Nadie quiere ceder. Todos esperan a que el otro se acerque. La situación se encajona. El disgusto también.

En muchas oportunidades el agresor no se acerca a pedir disculpas porque realmente no tiene conocimiento de su falta. No pocas veces sucede que algún accionar nuestro termina siendo una ofensa para un tercero, aún sin quererlo.

En el trayecto del Bet Hakneset a mi casa, diariamente me cruzo con otras personas que se dirigen a rezar a otros “Minianim”.
Hace unos cuantos meses me sorprendía cuando saludaba a personas del Templo y estas no me contestaban el saludo. ” ¿Qué pasa aquí?, ¿por qué la gente es tan maleducada y no me responde?”, pensaba internamente.
Mi sorpresa fue aun mayor cuando descubrí que en otros ámbitos en los que me manejaba también mi saludo no obtenía respuesta alguna. Algo no andaba bien. “¿Acaso todos tienen problemas conmigo?”, me preguntaba.
Tristeza al enterarme que era yo quien saludaba con un tono bajo, casi imperceptible. Paradójica situación: en un mismo momento, quizá las otras personas pensaban de mí, lo mismo que yo de ellas...


Todos los individuos poseemos percepciones diferentes de la vida. De las cosas. De todo nuestro alrededor. Lo que para uno es un halago, para otro puede ser una ofensa. Para lo que uno puede ser beneficioso, para otro puede ser perjudicial.

Nadie percibe todo lo que es físicamente perceptible. Nuestro aparato mental no es una máquina registradora indiferente y dispuesta a otorgar igual importancia a todos los estímulos que impresionan los órganos sensoriales. La percepción es una función selectiva. Esta selectividad cumple una función.

Los objetos que juegan el rol principal en la percepción organizada, los objetos acentuados, son generalmente aquellos que responden a algún propósito actual del sujeto percipiente. Será también necesario develar la significación que toman los objetos cuando son percibidos.

Nada es más conocido que la influencia de las necesidades, de las disposiciones mentales, del humor, sobre la elección de los objetos destinados a jugar el rol principal en la percepción.

Las necesidades ejercen influencia sobre la significación de los aspectos perceptivos seleccionados por la atención. Ya hemos visto por las experiencias de Bruner y Goodman que la percepción inmediata de los objetos ambiguos es “informada” (shaped) por el hambre que experimentan los sujetos y que el tamaño aparente de una moneda es apreciado de diferente manera según la intensidad del deseo del dinero -más fuerte en los niños pobres que en los niños ricos- (“Theory and problems in social psychology”, KRECH, D. y CRUTCHFIELD, R.S.)


Gracias a Di-s la diversidad humana existe y es infinita. Cada uno tiene sus potenciales particulares y por ende, difiere la misión específica de cada individuo en este mundo. También existen diversidades respecto al cumplimiento de las mitzvot (preceptos): existen aquellos a los que les cuesta madrugar para rezar, a otros no les es difícil levantarse pero sí recitar todas las bendiciones anteriores y posteriores a la ingesta de alimentos… y los ejemplos se pueden extender. Y mucho….

Esto hace que el pueblo de Israel sea “Ejad”, es decir, “Uno”. Todos nos complementamos en una unidad y es por eso que nos indican repetidamente y con tanto énfasis que: “kol Israel harebím ze la zé” (todos Israel es garante el uno por el otro). Si bien cada uno es físicamente individual y separado de su compañero, hay un objetivo en común que nos une: servir a Hashem.

En una oportunidad un judío que estaba alejado del camino de la Torá le preguntó al Rab Amnon Itzjak: “usted dice que hay que retornar a las fuentes… supongamos que yo siga esos pasos… ¿qué línea debería seguir?, ¿a los ashkenazim?, ¿a los sefaradim?, ¿a los temanim?, o, acaso, ¿a los jasidim? ¡Son muchas costumbres distintas! ¿Cuál es la “verdadera”?

A lo que el Rab muy sabiamente contestó: “en el ejército los marineros no interfieren en el trabajo de los aviadores, y tampoco los soldados en las labores de estos últimos, todos tiran para el mismo lado. Se comportan de distinta manera porque cada uno tiene su misión en las distintas partes del territorio, pero todos tienen un objetivo en común en la batalla: vencer al enemigo.
De la misma manera tanto los ashkenazim, como los sefaradim y las distintas líneas, aun teniendo costumbres distintas, se unen en sus raíces con un mismo propósito: servir a Di-s.


Nada mejor que anticiparnos y evitar que estos enredos sucedan. Intentar de solucionar las cosas lo antes posible. Aclarar los malos entendidos desde un principio para que la minúscula chispa no culmine en una incesante y destructiva hoguera. Los grandes problemas suelen comenzar por pequeños e insignificantes actos.

Facilitar una comunicación sana y fluida es esencial para resolver este tipo de inconvenientes. Estar abiertos a que nos exclamen las dificultades de frente, motiva a que terceros nos transmitan lo que verdaderamente sientan. Muchas veces evitamos decir lo que sentimos o pensamos por temor a que el otro se enoje o reaccione de mala manera para con nosotros. Si nuestro entorno conoce (¡y comprueba en la práctica!) que no pertenecemos a ese tipo de personas, probablemente el canal del diálogo se resquebraje y podremos evitar dificultades invitando a los demás al coloquio formal.

Sería bueno aproximarse hacia aquellos que nos ofenden u ofendieron en algún momento dado, tratando de comentarles lo que sentimos. Dirigiéndose con respeto y cordialidad, no hay motivos “lógicos” que indiquen que el agresor se deba enfadar…
Recordemos que para que tenga lugar una pelea o discusión es necesario que existan dos personas predispuestas a hacerlo…

Quizá responda: “disculpa, no sabía que te molestaría mi comentario”… o no... Pero si no probamos no podremos saberlo tampoco.

Entiendo que no es fácil así conducirse, pero en más de una oportunidad este accionar me posibilitó aclarar diversos temas. Y me he llevado sorpresas… No solamente se aclararon los malos entendidos, sino que la relación salió fortificada luego de aquel suceso. Se profundizó.

Habiendo realmente un motivo y una conducta explícita de agresión hacia nosotros, esto no nos exime del mandamiento: “con justicia juzgarás a tu compañero” (Vaikrá 19:15) , es decir, siempre debemos pensar para bien, independientemente de lo que nuestros ojos observen.

¿Cuántas veces nos levantamos con el pié izquierdo? ¿Discutimos con nuestros hijos? ¿En cuántas oportunidades nos peleamos con alguno de nuestros familiares cercanos? ¿Cuántas veces tuvimos disputas con nuestras parejas? ¿Problemas laborales? ¿Dificultades económicas que nos acechan? ¿Inconvenientes sociales o problemas de salud?

Todas estas situaciones (y similares) que se puedan dar, en más de una oportunidad nos tornan y nos tornaron sensibles y/o agresivos. Contemplar que somos humanos y que hasta en nuestros propios pellejos convivimos con estos sucesos. En ocasiones pasamos a estar del otro lado, siendo los agresores, “motivados” por estos factores bio-psico-sociales. Nadie está las 24 hs. del día con todos los individuos con los que se relaciona para percibir qué anda pasando en cada mundo interno. Pero, más allá de todo, no debemos ser muy sabios para comprender que estos trances pueden suceder a diario y es normal que ocurran…

Habiéndose acercado finalmente hacia nosotros para pedirnos disculpas, no debemos ser crueles con aquel. Si tuvo el “coraje” de perdonar su “honor” y la valentía para aproximarse, algo nos está queriendo decir. Su actitud refleja que está dispuesto a efectuar un cambio, que está predispuesto a escucharnos. ¿Qué mejor momento, entonces, para aclarar las cosas que en este mismo momento? Porque, a fin de cuentas, un perdón “falso” y superficial no tiene valor ni para quien lo pide ni para quien lo otorga.

Siempre y cuando utilicemos un tono suave, comprensivo y empático, logrando una transparencia y sinceridad ideal, nada tenemos en contra para alcanzar una posible resolución. “No creo que haya sido tu intención, pero me molestó cuando dijiste…”, “no me gustó el trato que me diste el otro día, ¿tal vez tus problemas con el jefe influyeron en tu conducta?”.

Además, valorando su accionar estaríamos “enseñándole” a no temer ante una posible próxima disputa social y aclarar los asuntos en su debido momento. Un aprendizaje eterno que se torna un gran precepto a lo largo de toda su vida (se evitaría muchos dolores de cabeza… y más cosas también…)

Y si de todas maneras estamos dolidos porque aquel otro que no se nos acercó a pedirnos disculpas antes de “Iom Kipur”, y tampoco sentimos que podemos acercarnos a él, debemos perdonarlos internamente.
“¿Qué cosa?, ¿¡perdonarlo?! ¡De qué me hablas! Por lo visto no sabes lo tanto que dañó a mi familia…”. ¡Qué trabajo tenemos!

Pero tan solo siendo conscientes que todas las conductas habidas y por haber pasan antes por la aprobación de un Todopoderoso que Nos ama y Quiere nuestro bien, no quedan dudas que los agresores físicos son simplemente enviados de Él. Si quien sea deseó dañarnos y del Cielo no le otorgaron el poder para hacerlo, ¿acaso podría lograrlo?, ¿acaso hay algo que escape a Di-s?

En Rosh Hashaná se acostumbra a decir cada uno a su compañero: “¡Shaná Tová HuMetuká!”, es decir, “¡(que tengas un) año bueno y dulce!”. Si se desea que el año sea “bueno”, ¿es necesario agregar que aparte sea "dulce"?, ¿acaso lo bueno no es dulce también?
Realmente todo lo que manda Di-s es para bien. A nuestros ojos es probable que no todo sea palpable como “bueno”, pero desde la perspectiva Divina sí lo es. Hashem siempre quiere el bien para sus criaturas. Sucede que no siempre podemos comprender cómo circunstancias tan dolorosas son a la vez beneficiosas para nosotros. Por ello mismo pedimos un año “bueno y dulce”, deseando no sólo recibir todo lo bueno, ya que eso siempre sucede, sino que, además, podamos percibir el bien de manera abierta y observable a nuestros ojos (dulce).


Si Di-s perdonó al pueblo de Israel en el desierto, luego de adorar a un Becerro de Oro y a poco tiempo de haber observado milagros Divinos, y diariamente nos perdona a nosotros mismos, ¿cómo nosotros no podríamos perdonar a nuestro semejante?, ¿acaso nuestro honor es más que el de Di-s?

“No me sale perdonar. No puedo hacerlo. Hay algo que me impide y no puedo luchar contra aquello”. Descuida, comienza por querer perdonar. Teniendo disposición ya es otro el panorama. A veces un perdón sincero lleva meses y años de trabajo interno, pero hasta que no exista una predisposición para comenzar, muy difícil será perdonar repentinamente.

En una oportunidad escuché en nombre del Jafetz Jaim ZZ”L que aquella persona que quiera apaciguar el odio interno que lleva en su corazón, que salude a su agresor. Un apretón de manos, una movida de cabeza o un beso (según las costumbres de cada uno…), mágicamente borran mucho rencor y odio.

No me pregunten cuál es la explicación técnica de este accionar, pero realmente es asombroso observar como se cumplen las palabras de este gran sabio siguiendo sus consejos.

No caben dudas que tenemos que trabajar mucho para solicitar y otorgar un perdón sincero, veraz, que no sea de la boca para afuera. Ni que hablar del trabajo para acercarnos a pedir sinceras disculpas. Queriendo llegar ya vamos por el buen camino. Reconozcamos que somos humanos, que podemos fallar. Y que otros también pueden hacerlo. Perdonémoslos también. Salvo a uno: al ietzer hará (instinto del mal).

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