miércoles, 4 de noviembre de 2009

¿Cómo Ser Un Terapeuta Las 24 Horas?

Frecuentemente me pregunto cuál será el motivo por el cual Di-s le otorga a sus criaturas, ni bien nacen, ese cariño, amor y enternecimiento que atrapa a cualquiera que se los tope por el camino. “Ay, ¡mira qué lindo ese bebé!”, “observa lo amoroso que se ve aquel tigrecito…”, “¡qué bellos pollitos!”.

Seres que quizá de adultos provoquen desagrado o hasta terror (y no me refiero solamente a los animales…), cuando salen al mundo, y durante los primeros años, mantienen esa belleza exterior captando las múltiples miradas de los transeúntes.

En una oportunidad escuché de un Rab decir: “cuando los niños son pequeños acostumbramos a pensar: “¡qué lindos!, ¡qué ganas de comérselos!”. Pero cuando crecen, uno se pregunta: “¿por qué no me los habré comido antes?”.

¿Qué beneficios podría tener para un simple animalito captar la atención de muchos otros que, tal vez, desde su posición mucho no pueden hacer para con él? ¿De qué le serviría a un bebé que más personas les pellizquen sus tiernos cachetes, repitiendo frases casi aprendidas de memoria por aquellos pequeñuelos, por tratarse de libretos universales y repetitivos?

Claro que nos es imposible comprender motivos celestiales. Existiendo una diferencia abismal entre nosotros y Di-s, se descarta que lleguemos al nivel de “comprensión” que Aquel posee. De todas maneras, quizá podríamos aproximarnos a una posible hipótesis.

No hace falta escarbar mucho para darnos cuenta que estamos en momentos de “oídos sordos”… “Sordos” porque no escuchan… o porque no quieren escuchar… “Sordos” porque con tantas tareas y ocupaciones diarias, ya no disponemos de tiempo para prestar un oído a un compañero caído. Algo tan mínimo y con tan poco costo real de mercado, no estamos disponibles a “comprar”. Mejor dicho, a vender… Para la tecnología, los aparatos de última generación y para correr al “Gym” hay tiempo… ¿y qué pasa con nuestro alrededor?, ¿qué sucede con nuestra pareja?, ¿y qué hay de nuestros hijos?, ¿de nuestros amigos, nuestra familia?

El nivel de valores cambió. Quizá el consumismo ya nos ha comenzado a “consumir”. Otros muchos lucran con nosotros y no dejan que seamos nosotros los que hagamos “negocios” con nuestro compañero. Porque, a fin de cuentas, escuchar las aflicciones de otra persona puede ser un negocio literalmente “redondo”. Y cuando digo “redondo” no me refiero a que le estemos ahorrando la asistencia psicológica (que también es cierto). Afirmo que es “redondo” porque si bien estamos ayudando de manera impresionante e ilimitada, no tenemos que pagar costo alguno por aquello.

Hasta el momento no existe empresa que cobre por utilizar nuestros oídos (aunque sí las hay que se encarguen de destruirnos los tímpanos con chismes y habladurías…)

Desde mi experiencia personal, creo que cuando ayudo a otro me estoy ayudando a mí mismo. A descubrirme más. A ser más tolerante, más comprensivo, más persona…

¿Qué perdemos?, ¿qué dejamos de ganar?, ¿cuántos negocios descuidamos por tres minutos pensados para otro que no sea uno mismo?, ¿brindar a un otro despegado de mí?
Sin dudas que el egocentrismo y el narcisismo poseen un gran papel en sociedades como las nuestras. Con bombardeos mensajeros constantes en donde se nos invita a satisfacer cualquier “necesidad” URGENTE que surja, no existen titubeos de pensar que no estamos solos en aquella decisión. Que no somos los únicos que elegimos.

Pero ojo… tampoco apuntar con un dedo y afirmar que: “toda la culpa la tienen los medios de comunicación y las empresas generadoras de consumo”, porque, a fin de cuentas, creo que debemos adaptarnos a las circunstancias y comprender que, a fin y al cabo, somos escritores de nuestra propia historia. Poseemos libertad y responsabilidad para elegir por nuestros propios medios y no transformarnos en esclavos del mundo de los amos. Ni la T.V., ni la radio ni la computadora se encienden solas…

Los esfuerzos deben estar centrados en un mismo y no en el afuera. Observar qué podemos hacer desde nosotros para mejorar lo externo, independientemente de la circunstancia en la que se encuentre la región toda. Porque si Hashem nos encomendó vivir en estos siglos y no en otros, en esta época y no en aquella otra, no es más que un indicio que podemos atravesar exitosamente la presente etapa. Di-s no interpone en el camino aquellas pruebas que Sabe que no podremos superar.

Retomando la pregunta inicial, postulo que uno de los posibles motivos por los cuales Di-s engendra a sus criaturas de manera bella y vistosa los primeros años de vida, es para que no mueran de amor. De no ser por esta característica, ¿qué “beneficio” podría otorgarle a un individuo cuidar de una criatura que necesita higienización constante, gastos económicos elevados y una dependencia total para cualquier tipo de actividad? (¿quién nos dijo que todo se evalúa en parámetros de conveniencia y beneficio?) Ya nos topamos con casos reales en los cuales, a pesar de esta gran bondad celestial, padres abandonan a sus hijos… imaginémonos qué sucedería si no existiría este “bien” innato…

Hoy día hasta el saludo es parte de los “business”. Sonrisas por conveniencia. Acercamientos por interés. Frases cómicas “para quedar bien con el cliente”. ¿En dónde ha quedado, me pregunto, la sinceridad, la trasparencia y la amabilidad de por sí, tan sólo por tratar con individuos, con seres vivos, sin ningún interés creado? ¿Por qué nos cuesta tanto ser personas con cualquier persona? ¿Habrá que pensar siempre en términos económicos o de beneficio para tratar a los individuos como realmente lo merecen?

Todo ser vivo es consciente cuando se lo registra, cuando se lo valora, cuando se lo tiene en cuenta, cuando se le otorga un lugar entre todos, cuando se lo distingue. Las simples sonrisas, caricias, afectos y frases tiernas los ayudarán para comenzar sus primeros pasos con confianza y seguridad. Luego “la vida” dirá cómo manejarán el tema del afecto y la proximidad con sus pares, pero ¿qué mejor inicio que este para comenzar a socializar? (para socializar no es necesario hablar, el lenguaje corporal, no verbal, también cuenta… y mucho.)

Quizá no sea la mejor virtud para destacar. La belleza es casi innata (a menos que el lifting haya hecho de lo suyo…) No creo que sea muy meritoria aquella persona que nació con magnificencia y perfección encantadora. Valoraría más al individuo que luchó para modificar sus cualidades... pero los ojos tienen mucho poder… y no se lo puede negar.

Hace unos meses leí un slogan de una prepaga médica que anunciaba: “antes que pacientes, personas”. Más allá de la posible estrategia de marketing, debo reconocer que aquella frase me impactó. En los hospitales, muchas veces el individuo se convierte en un síntoma, en una enfermedad, en un objeto. En un ambiente muchas veces técnico y frío, las palabras de aliento se tornan sumamente significantes.

No hace mucho tiempo atrás sufrí unos pequeños desmayos. Para descartar cualquier enfermedad, en la guardia me enviaron a realizar todo tipo de control: tomografía computada, electrocardiograma, análisis de sangre, de orina, radiografías, etc. Me asusté mucho ya que todos esos términos eran nuevos para mí. Sentí mucho la frialdad de los médicos y el trato como “en fila de banco” que recibí (no quiero que esto se tome como generalización, fue mi experiencia personal y en un determinado hospital). Pero, en un momento dado, un enfermero que me acompañaba hasta la sala de estudios, muy inteligentemente me dijo: “no te preocupes, estás sano…al menos hasta que no se demuestre lo contrario, sí lo estás”. Recuerdo que tan sólo esas palabras me dieron aliento, me aliviaron. A fin de cuentas (inconscientemente o no), era lo que estaba buscando y nadie –salvo él- supo decodificar: que comprendan que todo era nuevo para mí y que me tranquilizaran.

Sin llegar ni a engañarme ni a consolarme, el profesional dijo la frase exacta que calmó mi ahogo. Siempre, siempre y siempre se debe ir con la verdad, y eso también aprecié de su parte. No tiene sentido mentir en pos de la salud. Mentir por sí solo ya no es salud…

El Shulján Aruj (Código de Leyes Judías) en el capítulo 231 de Oraj Jaim expresa: “… y también, todo provecho que el individuo tenga de este mundo que no tenga intención para su propio provecho personal, sino para cumplir con las Ordenes del Creador (para servirLo) […] Al dormir que no piense: “dormiré solamente para descansar mi cuerpo”, sino para reunir fuerzas que le posibiliten cumplir las Mitzvot (lo mismo con la comida y la bebida) […] y el que así se comportase, saldrá que Servirá a Di-s constantemente y en todas sus actividades”.

Aprendemos de aquí que existen maneras de cumplir preceptos aun cuando nos acostamos por las noches. Con cada segundo de sueño estaremos cumpliendo una Mitzvá aparte (siempre y cuando exista una verdadera intención de dormir para Servir a Di-s).

Y no solamente con las acciones personales se puede lograr esta categoría. Aun en nuestras relaciones interpersonales cotidianas podremos cumplir con lo antes mencionado: ya sea desde la profesión que sea, atendiendo un negocio, un kiosco, un local de ropa o simplemente contestando cordialmente un teléfono, podremos estar facilitando actitudes terapéuticas. ¿Cuántas veces nos quedamos mal por el trato recibido en un local? O, mejor dicho, ¿nunca nos sentimos atendidos de tal manera que afirmamos: “que lindo que existan este tipo de personas en el mundo”?

Descartando estrategias de marketing o comisiones por ventas, debemos intentar ser constantemente de esta manera. De proveer ese vínculo, esa atención y cordialidad más allá de los intereses comerciales. Simplemente para que un otro se sienta recibido, acompañado, respetado.

En mi corta experiencia como vendedor y dedicado a la atención al cliente, me doy cuenta que la mayoría de las personas que se acercan a consultar, buscan el buen trato. Uno puede sentir lo bien que se sienten cuando perciben que se los trata y se los valora como verdadero sujetos. Como individuos diferenciados y con la importancia que se merecen.

Muchas veces me encuentro con tarjeteros o volanteros. Observo frecuentemente que no pocas personas pasan por al lado de ellos ignorando aquel folleto. Mejor dicho, haciendo como aquel tarjetero no existiera. Para mis adentros pienso que aquellas personas deberán estar bastante apuradas y ocupadas. Por mi parte reflexiono que, si bien a veces corro contra reloj (creo que no seré el único), no pierdo nada al recibirlo, decirle “gracias” y por qué no, colaborar con la limpieza de las veredas arrojando el futuro residuo al cesto. El volantero se beneficia y yo no tengo pérdida alguna (salvo cuando llevo paraguas o muchas cosas en la mano que se complica).

En una oportunidad, una persona comentó que se encontraba recorriendo las calles de Londres y arrojó un papel al piso londinense. De repente, se le aparece una señora diciéndole: “Señor, se le ha caído este papel”. Asombrado, el hombre le contesta: “Gracias señora, pero ya no lo necesito…”. A lo que la mujer le replicó: “Londres tampoco…”

Sin dudas que con los valores tan desgastados no se necesitan tantos “magos” y “varitas mágicas” para ser partícipes de actitudes terapéuticas. Diariamente, a cada paso de nuestras vidas y hasta en nuestra profesión, podremos efectivizar este bien que tanto hace falta.

Tampoco es necesario ser psiquiatra, psicólogo, trabajador social o counselor. No pasa por poseer un título. Obteniéndolo solamente, no se acredita automáticamente esta calidad. Pasa por una cuestión de ser más que de saber, por una cuestión de actitud… Muchas veces, palabras sinceras y profundas o una escucha empática provenientes de un amigo, pueden hacer más que cientos de sesiones psicoanalíticas.

Quizá debamos comenzar por nuestros hogares. Es más sencillo brindarse al público, devolviéndonos este sus agradecimientos y alabanzas por nuestras actitudes: “¡qué buena persona!”, “¡gracias por ser tan bueno conmigo!”.

En muchas oportunidades nos ofrecemos hacia el afuera pero olvidamos el adentro: nuestra familia, compañeros de hogar. Allí erradica el verdadero “favor”. En donde, sabiendo que no recibiremos reconocimiento alguno, nos ocupamos por el bien de aquel miembro. Una ayuda incondicional, verdadera.

Solamente pensemos: ¿quién de nosotros no ha sufrido alguna vez? ¿Quién de nosotros no ha necesitado palabras de aliento en alguna ocasión? ¿Quién de nosotros no ha transitado una situación complicada y traumática?

No creo que muchos lectores puedan afirmar que nunca estuvieron tocados en alguno de estos aspectos. Y no porque sean débiles o indefensos, sino porque la vida nos presenta diariamente aquellos obstáculos. Esa es la esencia de nuestra existencia… pero con un fin positivo: que los podamos superar. Ayudemos a otros, la mayor parte del día posible que, seguro y más que seguro, también nos estaremos ayudando a nosotros mismos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario