martes, 10 de noviembre de 2009

El Telegrama

En una gran ciudad de Europa, se presentó un hombre en el correo y, tras saludar al empleado que se encontraba detrás del mostrador, le pidió un formulario de telegrama para enviar a un lejano país en el cual vivía su hermano. Con gusto el empleado se lo alcanzó y el hombre, feliz, comenzó a redactar el texto para enviar.

Al cabo de unos instantes culminó de escribir y le entregó la carta al trabajador para que la envíe. El cajero le prepara la cuenta y se la pasa al despachante: 500 dólares.

-“¿¡Cuánto?!”, preguntó sorprendido el cliente.
-“Sí, señor, son 500 dólares. Pasa que su texto es demasiado extenso. Tal vez pueda usted reducirlo y entonces disminuirá el precio también.”
-“Pásemelo por favor. ¡Le echaré una mirada a ver si puedo!”

A mi querido hermano Moshé: te invito por medio de esta carta a la boda de mi querido hijo Iosef, que se realizará (Di-s mediante) dentro de dos semanas, en el Templo “Shaaré Efraim”, sito en la calle Whestibroisde 437, a las 21:00 hs puntual.
Te espero.
Tu hermano Jaim.


“¿Para qué escribir “A mi querido…”?, ¿y para qué el nombre de mi hijo, si es el único que tengo y él lo conoce?, ¿y para qué el nombre del Templo y la dirección, si de todas maneras primeramente vendrá a casa y luego iremos juntos hasta allí?, ¿y para qué…?, ¿y para qué…?”

Cuando le entregó el nuevo texto, le cobró menos del a mitad… ¡la mayoría de las palabras estaban de más!

¡Sí! Nuestra boca es como un telegrama. Por cada palabra se deberá pagar… ¡y cuánto! ¡Veamos si todas nuestras charlas son indispensables! ¡Tal vez podamos sin ellas! Y, a diferencia del telegrama, nuestras palabras de más no se pagan solamente con dinero…

Revista "Or Daméseh" Nº4, página 25

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