viernes, 14 de agosto de 2009

"¡Bienvenido!" - ¿Realmente Bienvenido?



Esta historia, cuenta Lucio, sucedió cuando era niño.
Un día papá llegó a casa acompañado por un señor muy elegante. No lo conocíamos.
Papá hizo pasar al huésped al comedor principal, y le invitó a que se siente en el propio sitio de papá allí, en el comedor. A nosotros nos pareció todo muy extraño.

Cuando nos sentamos a la mesa, el visitante comenzó a hablar. Hablaba y hablaba...
En realidad, no se le entendía todo lo que decía, pero, - claro – éramos niños – y los niños no comprendíamos todo lo que hablaban los grandes.
Evidentemente, este señor explicaba cosas muy importantes, porque se le prestaba mucha atención, y ¡no se le debía interrumpir!

Luego de un rato que el invitado charló, pasó algo insólito. De repente se puso a reír y papá se enojó por lo que estaba diciendo. Entonces, rápidamente buscó una especie de mordaza y la colocó sobre la boca del extraño para que quede en silencio.
Como vimos que papá se puso mal, creíamos que lo echaría de casa. Igualmente no entendíamos nada.
Pero no. Dejó así no más al hombre sentado…

Al día siguiente papá le dio otra oportunidad para que el huésped hable. Y se repitió la misma escena.
El visitante nuevamente comenzó a disertar sin parar...
Al igual que en la vez anterior, no comprendíamos lo que hablaba y siempre dominaba el interés de papá, tan así que no se le podía molestar.
¡Otra vez lo mismo!
Imprevistamente estalló con carcajadas y papá le tapó la cara.
Así sucedía día tras día.

La intriga se apoderó de nosotros: no entendíamos nada. ¿Qué era aquello que papá no quería que se escuchara cada vez que el señor se reía?
No preguntábamos, porque a nosotros se nos decía que cuando fuésemos grandes, íbamos a entender las cosas. ¡¿Para qué, pues, preguntar?!

Un día, el visitante – bueno, ya no era más un visitante, pues parecía el dueño de la casa – hablaba como de costumbre. Mamá se acercó a la mesa y susurró algo al oído de papá. Papá se levantó, dejó a su amigo conversando y salió corriendo. Algo habría pasado.
Puesto que nadie lo interrumpía, el señor hablaba – y se puso a reír como de costumbre…
Se rió, burló, y dijo cosas feas que en casa no decíamos…


La vida, tal como la conocemos en la actualidad y en la sociedad en la que hemos nacido, tiene sus normas.
No son todas leyes escritas en libros sagrados, ni tampoco son disposiciones legisladas por las instituciones nacionales que tienen la autoridad para hacerlo, sino que son aquellas que dirigen la vida del hombre moderno, pues más allá que no estuvieran “escritas”, poseen incluso (mucho) más fuerza y rigor que las que están en los textos.

¿Cuáles, pues, son esas leyes?
Nos referimos a los temas que la gente hace “porque es así”, y porque nadie los cuestiona.
Somos parte de la “manada”, y copiamos las cosas que todos hacen. Cuando todos lo hacen, es porque es “normal” que así sea, y no se discute.

Cuando yo iba a la escuela primaria había un escenario que se repetía casi todas las mañanas en el patio, mientras esperábamos que suene el timbre para la formación y el izado de la bandera. Se formaban “rondas” de compañeros que compartían lo que habían visto la noche anterior en la pantalla de televisión.
Claro, estamos hablando de los programas infantiles de los años sesenta, en blanco y negro, antes que se sumen los resonantes videos, y la cantidad enorme de programas que aturde hasta a los más avezados. Era la época en la que había que levantarse y acercarse al aparato para cambiar de canal, pues aún no se había inventado el control remoto…
¡Era todo tanto más simple e inocente!

El motivo con el que mi padre sz”l respondía a la pregunta por qué nosotros no teníamos un televisor en casa – cuando todos los demás lo tenían – era una breve cita de la Torá en Parashat Ekev (Dvarim 7:26): “y no traerás la abominación a tu casa”.
El Pasuk sigue: “y volverás a ser proscrito como ella”.

El pasaje que citamos obviamente no se reduce al significado aludido – pantalla grande o chica (los Sabios mencionan muchas situaciones que se desprenden de estas palabras) - pero comprende también esta situación.

Claro, nosotros nos (mis hermanos y yo) sentíamos excluidos de esas conversaciones y no podíamos más que conjeturar qué era lo que narraban los compañeros de clase con tanta avidez y entusiasmo.
(En realidad, puesto que no se trataba de una escuela judía, estábamos auto-excluidos de la comida, de las fiestas de cumpleaños, de los campamentos y básicamente de todo lo que no fuera parte del currículo académico específico de la escuela. Entendamos también, que la vida social de hace cuarenta y cincuenta años, era mucho más reducida que la actual, y que la estructura de familia era más tradicional, compartiéndose por ello mucho más en casa y tanto menos afuera…).

Habiendo transcurrido tantos años desde aquellas etapas infantiles, cuando intuimos qué es lo que pensaban nuestros progenitores al respecto, inferimos que muy posiblemente nuestros padres querían precisamente que nos sintamos “ajenos” dentro del círculo escolar al que asistíamos, fortaleciendo por otro lado desde nuestro hogar, la convicción que debería regir las decisiones de nuestra vida.

Recuerdo que aun en aquella época ya existían las famosas “villas miseria”, en las que las “casas” ya lucían las orgullosas antenas sobre sus techos, aun cuando dentro de esas mismas casas podían carecer de elementos que nosotros entendemos como básicos para el funcionamiento de una casa: agua corriente, cloaca, gas, etc.

Casi solamente nosotros éramos los “distintos” respecto a lo que todos tenían….

Antes de entrar en el tema de la T.V. (¿“Traga Vidas”, “Todo Vale”?), pido que se entienda que esta nota no quiere ser una nota estereotipada en la que “se habla en contra”.
Muchos han nacido y crecido dentro de este sistema y difícilmente se lo puedan imaginar diferente. ¿Acaso sería fácil despedir al lavarropas o a la heladera de casa? ¡Forman parte de nuestra vida!

Para muchas mamás que deben llevar adelante una vida en la que cumplen numerosos (y simultáneos) roles - especialmente aquellas que no poseen ayuda doméstica – este aparato y sus programas aparentemente le ayudan a mantener la tranquilidad en casa entreteniendo a los niños mientras ellas tratan de bañar al bebé, preparar la cena, atender llamados telefónicos, etc.

Para muchas otras personas - de todas las edades - este aparato las distrae durante prolongadas horas al día, permitiéndoles relegar sus penas y los pesares de su vida que no saben (o no pueden) resolver. Una vez que están “enganchados” mirando algo que les trae placer, se olvidan - por un tiempo - de todo lo que los aqueja. Obviamente sus problemas no se resuelven, pero la distracción o el pasatiempo funcionan como anestésico que los seda por un tiempo.

No entraré en muchos aspectos que no entiendo: la concentración que se le da a la T.V. (dicen) afecta al sistema inmune y es una de las causas del aumento exagerado de peso.

Vayamos, sin embargo, a aquellos puntos que sí están más cercanos a nosotros desde el ángulo moral.
Al carecer de criterio, la T.V. (tal como tantos chiches modernos) se ha convertido para muchos en una adicción. Aquel que no domina su acción, permanece dominado y reitera instintivamente la acción sin poder detenerse, aun cuando se está provocando (incluso concientemente) daño (en este caso: no duerme, no cumple con sus obligaciones y compromisos, no responde a su familia, modifica destructivamente su conducta), se llama que es adicto a esa actividad.

Ciertamente el ser humano posee un enorme potencial de creatividad cerebral. Si bien nuestra época, más que cualquier otra anterior, le brinda al individuo acceso casi ilimitado a información con muy poco esfuerzo, inversamente va decreciendo la predisposición y voluntad de aprovechar y utilizar la ciclópea capacidad con la que hemos sido agraciados.
La cantidad de horas que la persona permanece atónita frente a la pantalla, se traducen automáticamente en un incrementado entorpecimiento, por perder la facultad de creación y pensamiento propio. Esto no es poca cosa.

¿Cómo fue la anécdota con la que comenzamos estas líneas?
Un invitado que se instala en la casa y ocupa el espacio de autoridad del hogar…

Bien. No es secreto que en muchas familias los padres han perdido la potestad natural que deberían tener, y están agradecidos cuando pueden tener esporádicamente un diálogo tranquilo con sus hijos.
¿Por qué los padres dejan de tener esa atribución – si no porque se la han otorgado gratuitamente a este extraño a quien invitaron y ante quien mantienen un respeto reverencial?
¡Cuánto se pierde en términos de confianza y de transmisión de enseñanzas, cuando los padres renuncian de este modo a la autoridad natural investida a ellos por Di-s!
A esto se le agrega el hecho - no raro - que el cuantioso tiempo dedicado a la pantalla (habitualmente en el preciso momento en que la mayoría de la familia está en casa) impida, en la práctica, un diálogo entre los propios miembros de la familia.

¿Y los noticieros?
¡Son “solamente noticias” – hay que estar informado!
Pensemos por un momento en la naturaleza de las noticias que se emiten a diario.
Algunas – no muchas – son realmente útiles, y necesitamos saberlas.
¿Pero – cómo hacen los noticieros para llenar los espacios?
“Religiosamente” – cada media hora debe suceder “algo importante” que le dé a la gente la sensación de que no se puede perder escuchar las emisoras.
¿Y si no sucedió nada?
Pues hay que tomar alguna “noticia” aunque haya sucedido en algún sitio remoto del mundo del que no se ha escuchado jamás, y transformar esa “noticia” en algo que llame la atención.
Los locutores están entrenados para dar una tonada grave a su discurso y que conmueva a los oyentes.
Cuando esto se transmite de la radio a la T.V. “se vive” más de cerca. Se distinguen las escenas de sufrimiento y dolor de cerca. Se avista la sangre, los malvivientes, los policías, la guerra, la destrucción, etc.
Crea una terrible tensión en las personas. Les da la continua sensación escalofriante de vivir en un mundo injusto. Se participa pasivamente de crímenes que en su mayoría terminan impunes…
De tanto escuchar historias pronunciadas con la voz modulada de modo tal que produzca el impacto que quieren, llegamos al punto de desgaste, en el que terminamos perdiendo la sensibilidad por lo trágico – y aceptándolo como “parte de la vida”.

No olvidemos: los seres humanos también tendemos a copiar las cosas que vemos.
La violencia que se advierte en las noticias, brutalidad física, desgracia, ruina, excitación, el salvajismo verbal, las exclamaciones de venganza de los familiares de las víctimas – no pasan sin dejar una huella en quien los vio.

Pasemos, pues, a la parte ficticia e ilusoria de la T.V.: las películas.
Obviamente, no existe film que no intente mostrarse como inédito para ser considerado original. Tampoco puede haber una historia a la que le falte “suspenso”, para que los espectadores la vean hasta el final. Es más: precisamente la agresividad y el misterio dentro de una vida de intriga, son los que constituyen la esencia de las películas, y que a pesar de ser en el fondo situaciones virtuales, se ensayan y repiten hasta que terminan viviéndose como si se tratara de la vida real.
En comparación a esa vida (aparente e inverosímil), la existencia del ciudadano promedio es “monótona”. ¿Por qué no darle a la propia vida, entonces, un poco de aquella “pasión” que uno advierte en otros durante tantas horas…?
¿Ud. se extraña que las personas busquen una vida adicional a la “aburrida” que viven en su hogar…?

Los programas más exitosos son los que se dedican en particular a conocer y difundir las intimidades de las personas.
Y no es de extrañar: para una sociedad mediocre que sufre de baja auto-estima, curiosear la vida de otros, es lo que más se ajusta a su gusto: ¿es también el suyo?

A esto debemos sumarle la publicidad que sostiene el sistema.
Puesto que la competencia por lograr hacerse de pocos o muchos pesos que hay en nuestros bolsillos es feroz, el medio público que la gente más mira, es aquel en el que más se esmerarán por lograr que en pocos instantes (los segundos de la pantalla pueden ser muy caros) se logre una imagen que permanezca en la mente de los que la miran cuando vean aquel producto en góndola.
Pero: ¡¿cómo se hace que justamente la idea del producto de uno supere a todos los demás?! ¡hay tantos competidores!
La respuesta reside en mucho dinero invertido para conocer e interpretar la psicología humana, sus apetitos y sus instintos más bajos, para asociarlos al cuadro que se quiere formar y dejar grabado en la mente del público.
Cada empresa vende su producto, y todas se unen para crear con su publicidad el descontento que prevalece en la sociedad (nada alcanza, lo que tengo ya es viejo, otros la pasan mejor…). Todas se asocian también para hacer caer el umbral de lo moralmente aceptable por la gente que aún intenta mantener cierta dignidad.

¿Horario de protección al menor?
No existe.
Y si existiera: ¿no se entiende que es lo que más convierte en atractivo aquello de lo que – supuestamente – se le quiere proteger?
Aparte: ¿acaso los “mayores” estamos más allá del bien y del mal?, ¿ya hemos superado y dominado las inclinaciones inicuas? ¿pues qué haremos en Iom Kipur, y qué nos queda para hacer en este mundo?

En resumen: nada de lo que hemos expuesto es un secreto.
Quienes son devotos espectadores, podrán sumar muchos defectos adicionales, pero no es necesario.
No es necesario ser rabino para alzar la voz y protestar. No escribimos estas líneas porque nos pagan para hacerlo….
Tampoco soy presumido de pensar, que todos los que leen este fascículo inmediatamente descarten un aparato y una forma de vida que han mantenido durante toda su vida, y que creen inalterable e irreemplazable.

Pero: ¿no hay también programas valiosos?
Quizás los haya. Pero debemos saber reconocer su valor real (que habitualmente se puede suplir con la lectura de libros y enciclopedias) - frente al riesgo que implica el resto de las cosas que se muestran (y están ahí no más, en el canal de al lado)...

Como dijimos anteriormente: en muchos hogares la T.V. cumple el rol de chupete y en otras también de niñera. No será fácil reemplazarlo.
¿Cuáles son las alternativas?
Efectivamente, quitar la T.V. implica que deberemos estar presente más tiempo con los niños, aprender a jugar con ellos y utilizar toda nuestra inventiva para llenar su vida con material constructivo, y… mucho cariño para brindar.
Obviamente también, requerirán el respaldo emocional y una clara demostración de orgullo judío para saber que no “son menos” que aquellos que sí la tienen.

El mensaje será claro.
Sí: somos distintos y elegimos serlo. No pertenecemos a ciertos sectores de la sociedad. La hostilidad de este medio, aun cuando parece tan atractiva, crea en nosotros lentamente la sensación de ser parte - de aquello que no queremos ser parte. Y que si nos olvidamos, otros – con odio más manifiesto – nos lo recordarán, como lo hicieron a través de toda la historia.
Quizás no podamos modificar el entorno. Quizás, tristemente, veamos a diario lo que no debemos ver. No fuimos de acero. Somos de carne y hueso.
¡¿Pero invitarlo a casa?! ¿Por qué?

Indudablemente, hay que estar dispuesto a hacer el esfuerzo y si se tiene la valentía de hacerlo, la recompensa se vivirá en este mundo: en la oportunidad de tranquilidad del propio hogar.
Si se toma esta decisión, esto velará por el bien de los hijos y su futuro espiritual.

Rab Daniel Oppenheimer

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