viernes, 24 de abril de 2009

Iom Hashoá: El Día En Donde Todos Debemos Participar

Un nuevo aniversario vuelve a cumplirse. La memoria vuelve a tener un papel protagónico. Una verdadera tragedia.

Se me hace imposible esquivar el tema, sabiendo que gran parte de mi familia paterna fue víctima de tal genocidio.
Siempre me pregunté cómo podían existir sobrevivientes que negaran la existencia de un Di-s, de Un Poder Supremo. Teniendo la “exclusividad” de salvarse de tamaña barbarie, afrontando situaciones de tal magnitud, ¿acaso podrían renegar a Hashem?

Mi tía abuela (Z”L) también fue una de aquellas afortunadas.
Leyendo una y otra vez su libro, aun no entra en mi cabeza cómo siempre era la que salía ilesa, la que se salvaba, no corriendo los demás la misma suerte que ella. Muchas “casualidades” y “coincidencias” se daban. Parecía todo muy “irreal”. Un verdadero “cuento de ciencia ficción”. Escalofriante.

En el Priké Avot (2:5) el sabio Hilel nos enseña: “No juzgues a tu compañero hasta que estés en su misma situación”.

Es muy fácil apuntar y señalar con el dedo argumentando (con todo el “derecho” y “autoridad”) qué es lo que está bien y qué no; qué o no debió hacer aquella o cual otra persona. Pero justamente esta Mishná nos enseña que por cuanto que es imposible estar en la misma situación que nuestro prójimo (por más empatía que pueda existir), nunca se lo debe juzgar. Aun en la circunstancia en la que parezca una conducta desvirtuada y desacertada a tus ojos, debes mantenerte al margen.

Con esto no trato de justificar la “rebeldía” o “apatía hacia Di-s” de otra tanta gente, simplemente trabajar internamente para tratar de evitar juicios hacia ajenos, utilizando así esta energía para focalizarnos más en nosotros mismos. Ser concientes que no somos “jueces” de nada ni de nadie. Que nada cambiará (para bien) si emitimos juicios de valor. En todo caso, hay Otro Juez que sabe muy bien hacer las cosas y no necesita "secretarios".

Basta con que miremos nuestro accionar diario para observar las veces que nos enojamos por pequeñeces, intrascendencias o asuntos sin sentido. En contraste, estamos hablando de personas que perdieron a sus familias completas, padres, hermanos, hijos… bienes personales, objetos de valor afectivo, amigos… ¿cosa simple? ¡Para nada! Entonces, ¿cómo no comprenderlos?

“¡Me enojé con Di-s!”, se lo escuchaba rezongar a Jorge, eufórico, tras haber sufrido una pinchadura de goma en su vehículo camino al Templo. “Quiero concurrir a rezar ¿y esto Di-s me hace?”.

No debemos pensar que estamos muy lejos del comportamiento de Jorge.

Sin necesidad de afirmar explícitamente “me enojé con Di-s”, podemos darlo por sentado al enfurecernos sobremanera en las situaciones cotidianas de todos los días.

A tal punto que tanto el Talmud (Shabat 105 b) como el Zohar (Bereshit 27 b; Koraj 179 a) afirman que: “todo aquel que se enfurece, es comparado como aquel que idolatra”. Puede que nos preguntemos: “¿para tanto? Más allá del mal universal reconocido por todos acerca del enojo, ¿cómo se relaciona este asunto con negar la Presencia Divina (Di-s no permita)?”.

Sólo si analizamos el por qué en oportunidades nos irritamos, podremos aproximarnos a una posible respuesta.

Cuando un individuo o situación nos daña física, verbal o monetariamente sacándonos de “nuestras casillas”, la respuesta posible, inmediata y contigua, se aplica con un sin fin de quejas, molestias, y hasta en oportunidades, insultos y agresiones físicas (que no escuchemos).

¿Acaso aquellas reacciones tienen relación alguna con nuestras bases referidas a nuestro reconocimiento que “nada escapa de Di-s”, que todo es dirigido por Él? ¿Puede existir la ocasión que Hashem no desee que alguna situación nos “lastime” y por “decisión” de un sujeto nada omnipotente se concrete?

Este es el motivo por el cual el Talmud afirma que la ira es sinónimo de idolatría. Con nuestro enojo estaríamos afirmando implícitamente que: “no estamos de acuerdo con este Di-s que nos mandó tal o cual situación. No tenemos el mismo criterio. ¡No entendemos por qué es tan injusto!” (j”sh).

Quizá sea un poco difícil internalizar que cualquier acción de otro sujeto o individuo, negativa, positiva o neutral, toda es manejada por un Todopoderoso. Y si se dio, es porque “Alguien” dio el OK para que así suceda. Pero la Fe judía nos enseña que, para nuestro propio beneficio, así es la realidad.

Muchas veces no comprendemos el por qué. Escapa a nuestro entendimiento. Sólo si tenemos la convicción que Di-s nos ama y quiere nuestro bien, podremos aceptar las diferentes situaciones difíciles que nos presenta la vida como oportunidades y trampolines para la autosuperación.

Nadie afirma que sea tarea fácil, pero todos estamos de acuerdo que con esta "nueva" forma de pensar, nuestra perspectiva de vida cambiaría rotundamente. Afrontaríamos la cotidianidad de una manera muy distinta y plena. Más positiva.

En una oportunidad le preguntaron a un hombre de edad avanzada cuál era su secreto para vivir tantos años. El hombre contestó de la siguiente manera: "las personas a lo largo de la vida siempre viven quejándose y preguntándole a Hashem: ` ¿por qué me haz hecho esto?`, a esas personas Di-s las `llama` para darles una respuesta... como yo nunca me quejé, y siempre recibí con alegría todo lo que me mandó el Todopoderoso… ¡aun no tiene motivo para `llamarme` y darme una contestación!”

No alcanza con que hagamos “memoria y justicia” para "sanar las heridas" de catástrofes humanas de tal magnitud. Debemos ir un poco más allá de lo abstracto, del pensamiento. El simple hecho de recordar no requiere demasiado esfuerzo, no nos compromete como verdaderos creyentes en Di-s y no nos mantiene unidos como pueblo. La acción es la mejor manera de hacer honor hacia aquellos que dieron su vida por su Fe y su Di-s, nuestro Di-s, nuestros verdaderos héroes.

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