martes, 9 de junio de 2009

La Verdadera Providencia Divina


“Vengo en busca del “Guet”. Quiero divorciar a mi mujer y punto. No haga esfuerzos, querido Rabino, no me va a convencer”, se lo escuchaba decir al señor Meir apuntando su mirada hacia el Rab Maslatón. Muy firme con su decisión, muy sólido en su postura y a simple vista no existía forma alguna de hacerlo cambiar de parecer.

“Está bien, si eso es lo que quiere”, le contestó el Rab, y siguió: “venga mañana mismo en la mañana a mi oficina y haremos el “Guet” juntos”.

Ni bien se retiró Meir del despacho, el Rab se dirigió a su asistente y le dijo: “mañana en la mañana, cuando Meir regrese aquí para hacer el “Guet”, acércate a mí y susúrrame algo en el oído. Yo te gritaré a ti desenfrenadamente tratándote como un descarado”.

El secretario no entendía el por qué de todo esto, pero si el Rab se lo había solicitado, pues, así debía conducirse.

Al día siguiente, tal cual habían pactado, Meir se dirigió a la dependencia del Rab. “Vengo por lo de ayer”, dijo. “Muy bien, llamaré al “Sofer” para que comencemos con la escritura del “Guet”, contestó el gran erudito.

Cuando se encontraban en la mitad de la redacción, el colaborador del Rab se le acercó y le susurró algo en el oído. “Descarado, ¡no tienes vergüenza!, ¡cómo se te ocurre!, ¡retírate de aquí antes que me enoje aun más!”, vociferó el Rabino.

Luego que el asistente se retiró de la sala, Meir le comunicó al Rab: “perdone que me intrometa, Rab, pero ¿qué es lo que sucedió con aquel sujeto?, ¿por qué le gritó tanto?, ¿qué le dijo en el oído?”. “Ah, tú no sabes lo que me acaba de decir… no tienes idea…”, contestó el Rab, y continuó: “él me dijo que me apresurara en hacer tu divorcio ya que, ¡deseaba casarse con tu mujer cuanto antes!”.

“¿Cómo?, ¿con MI mujer?, ¿¡cómo se atreve?!, ¡ella es MI mujer! ¡Ahora no me divorcio nada!, ¿¡cómo me va a quitar a MI esposa?!”, respondió Meir, encolerizado.
Luego de aquello el Rab los bendijo a él y a su esposa con mucha prosperidad y éxito.

Fue muy inteligente en bendecirlo a posteriori del reconocimiento por parte del marido hacia su esposa. El Rab podía haberlo hecho antes, ni bien Meir se presentó en su despacho en la primera oportunidad, mas bien el Rab esperó a que primeramente valore lo que tiene y luego sí, sea digno de bendición.

Si no valoramos lo que tenemos, por más bendiciones que recibamos, siempre nos sentiremos insatisfechos.

Esta es la sabiduría de nuestros sabios…

Más allá de lo jocosa que resulte esta historia (que no por ello es falsa), tal vez podríamos detenernos y pensar qué pasa con nosotros mismos. ¿Valoramos lo que tenemos?, ¿le damos verdadera importancia a nuestros “tesoros”? ¿O bien, necesitamos llegar a perderlos primero para darles la importancia que se merecen realmente?

Tal vez estemos acostumbrados a pedirle a Di-s cuando las cosas andan mal, pero ¿qué sucede cuando todo está en orden, a la perfección?, ¿le agradecemos por aquellas satisfacciones, o bien, pensamos que “nuestra fuerza e inteligencia” son las que hicieron de nuestros emprendimientos un éxito asegurado?

“Hashem, por favor, ayúdame a encontrar un lugar para estacionar mi automóvil”, rezó Moti, desesperado por encontrar un sitio en donde detener su vehículo.
Luego de unos minutos, finalmente el sitio disponible apareció.
“Deja, Hashem, no hace falta… ya lo encontré…”

Frecuentamos observar personas que rezan con toda devoción cuando una situación de emergencia los acoge. Ya sea una operación complicada, la peligrosa salud de algún familiar cercano, la búsqueda de trabajo, etc. Mas difícil es observar este mismo entusiasmo cuando se trata de un agradecimiento. Tal vez sí exista, pero solemos olvidarlo rápidamente. Como algo del pasado, archivado en el olvido.

Javier se dirigió al Templo “Keter David” y observó que se celebraba una fiesta. “Sucede que este sujeto tuvo un accidente muy importante. Estaba caminando por la calle, vino un autobús y lo atropelló de manera trágica. Este banquete es para agradecerle a Di-s por haberlo sanado”, le contestaron cuando preguntó el motivo del acontecimiento.

Otro día se dirigió a la misma sinagoga, y también se consagraba una velada. “¿Qué se festeja hoy?”, interrogó al mismísimo ejecutor de aquel ceremonia. “Yo particularmente estoy celebrando que hace cuarenta (40) años cruzo por la misma calle y nunca me atropelló un autobús”.

Como decíamos, es más fácil aferrarse y creer en un Di-s al cual suplicarle en los momentos de apremio cuando nos encontramos en situaciones que no tenemos manera de salir por “nuestros propios medios”. Una especie de “amuleto” al cual nos apegamos. De todas maneras no “perdemos nada” suplicándole; la “ley del último recurso”…

En realidad, debemos ser concientes que si no fuese por la ayuda Divina, nunca podríamos realizar cualquier o tal cosa. Cada movimiento, cada paso, cada respiración, palpitación, todos son milagros constantes. No hace falta que veamos como se parte el Mar Rojo, o como cae el Maná del cielo. Mirándonos bien a nosotros mismos, internamente, sabremos que no somos sino “maravillas Divinas”.

Siempre existe aquella Providencia Celestial. Sucede que es el deseo de Di-s que todos los milagros cotidianos se lleven de una manera aparentemente “lógica”, para que tengan lugar explicaciones racionales, hasta científicas, y obviamente alejadas de la creencia de la Existencia de Un Di-s, de Un Poder Divino, Supremo.

Es que si todo sería claro y “La Mano de Di-s” palpable a los ojos de todos, abiertamente, no existiría el libre albedrío y por ende, Hashem no podría contribuir a aquellas personas que optan por el bien.

Henry se encontraba encerrado en su oficina en un rascacielos famoso de Manhattan. Quedó muy inmerso en su trabajo y olvidó que el edificio se había cerrado. Se encontraba solo en todo el complejo. Las líneas telefónicas y cibernéticas no funcionaban, tampoco podía gritar ya que se encontraba en el piso sesenta (60), no lo escucharían. No tenía manera de comunicarse con alguien que lo pueda rescatar de allí.
“Tengo una idea”, dijo para sus adentros.

Henry arrojó billetes de diez (10), veinte (20), cincuenta (50) y hasta cien (100) dólares por las ventanas, pensando que las personas que los agarraban mirarían hacia arriba, percibiendo la presencia de él, encerrado en el rascacielos.

Mas eso no sucedió...

La gente tomaba los billetes, se los veía muy felices, contentos, pero seguían camino. No observaban de dónde provenía.

Henry decidió cambió de táctica. Ahora en vez de billetes, lanzaba piedras. En esta oportunidad sí, Henry se dio cuenta que tuvo la mejor idea: los transeúntes, enojados, miraban hacia arriba para saber quién había sido el “descarado” que arrojaba las piedras…

Cotidianamente tenemos muchos tipos de “lanzamientos Celestiales”: tenemos los “billetes”, los momentos felices, prósperos, exitosos; y los momentos de “piedras”, problemas de salud, psicológicos, dificultades laborales. Todos son enviados por Hashem. Todos nos llegan para que, al menos de esta manera, reconozcamos a un Ser Todopoderoso. Está en nosotros reconocer a Di-s por una manera u otra. La elección está en nuestras manos.

Y tú, querido lector, ¿cuál elegirás?

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