martes, 30 de junio de 2009

Una Íntegra Purificación

Una tarde, el Rab Israel Salanter ingresó junto al Rab Modejai Meltzer a una pequeña sinagoga para recitar el rezo de la tarde (Minjá).
Previo a las oraciones, se dirigieron los dos eruditos a lavarse las manos para purificarse las mismas (“Netilat Iadaim”).

En cuanto el Rab Israel higienizó sus manos, apenas las mojó. El Rab Mordejai, que se encontraba a su lado, le preguntó por qué había procedido de aquella manera inusual, no cumpliendo el ritual de la mejor forma (con más cantidad de agua).

“En este pequeño templo no son comunes los invitados; cuentan generalmente con la misma cantidad de oficiantes. El encargado del lugar seguramente trae siempre la misma cantidad de agua para que todos puedan hacer “Netilat Iadaim” (purificado de manos). Si hubiera lavado mis manos con mucho agua, temo que no alcanzara para el resto de las personas, causando que el encargado tenga que molestarse nuevamente para traer más cantidad, o que una persona le reprendiera por la falta de agua…”

Extraído de "Hamaor" Nº6, Organización "Kol Simjá"

martes, 23 de junio de 2009

El Más Delicado Manjar

Se cuenta que Rabí Israel Salanter en una oportunidad fue invitado por uno de sus alumnos a la cena de Shabat. El Rab le dijo que él no acostumbraba a aceptar este tipo de invitaciones, antes de averiguar el tipo de costumbres de la casa a donde iría.

El alumno comenzó a detallarle: “mi casa es como todas las de un judío observante que cuida las Halajot (leyes). La carne se la compro al carnicero fulano, conocido como el más estricto en Kashrut. La cocina sólo la maneja una mujer íntegra y recatada, viuda de un reconocido sabio y de excelente familia. Aparte, mi esposa vigila todos los comestibles que entran y salen en la casa, y todo su proceso hasta que son consumidos por cada uno de mi familia”.

“En la noche de Shabat nosotros preparamos una cena que tratamos de que sea la más bella y honorable. Entre cada plato que se sirve, nos ponemos a conversar palabras de Torá para dar más realce espiritual a la mesa. En el transcurso de la cena tenemos una clase fija de "Shulján Aruj" (Código de Leyes Judías), acompañada de armónicas canciones de Shabat. Y así se extiende nuestra sobremesa hasta avanzadas horas de la noche”.

Rabí Israel, luego de escucharlo, aceptó su invitación, pero con una condición: que la cena tenga una duración máxima de dos horas. Sin otra alternativa, el alumno se comprometió a cumplir dicha condición, y aquella noche de Shabat tuvo a Rabí Israel sentado en su mesa.

Se apresuraron, como habían quedado; quitaron los platos más rápido que otras veces, sin demorar hicieron "Maim Ajaronim" (lavado de dedos previo a la bendición posterior a la comida) y se dispusieron a decir "Bircat Hamazón" (bendición posterior a la comida).

Antes de comenzar, el alumno se animó y le preguntó al Rab:
“Perdón que pregunto pero... ¿cuál fue el motivo de su pedido?, ¿acaso existió algún defecto en mi mesa?”.

Dicha pregunta no obtuvo respuesta. En lugar de ello, pidió llamar a la cocinera viuda. Cuando la tuvo frente a él, le dijo:

“Discúlpeme, señora, por haberla molestado esta noche, y por mi causa tuvo que preparar apresurada los platos para que fuesen servidos más rápido que de costumbre”.

“¡Reciba usted todas las bendiciones del cielo, Rabino!”, exclamó la señora. “Ojalá sea usted invitado cada Shabat a esta casa. El señor alarga tanto la cena, a veces, que termino rendida, con los pies que apenas puedo levantar. Gracias a usted, hoy me podré ir más temprano a descansar a mi casa”.

Rabí Israel Salanter se volvió a su alumno y le dijo:
“¿Ya ves? Con lo que dijo esta pobre mujer habrás encontrado la explicación a tu duda. Realmente, todo lo que tú haces en la noche de Shabat merece los mejores elogios. Siempre y cuando no se apoye en la molestia de los demás”.

Extraído del "Lekaj Tov"

martes, 16 de junio de 2009

Una Felicidad De Piedra


Había una vez un picapedrero que se ganaba la vida picando piedras de las montañas.
Era un trabajo muy duro tanto desde el punto de vista físico como espiritual. Muy a menudo nuestro protagonista lamentaba su triste destino y se preguntaba: "¿por qué algunas personas son tan ricas y poderosas mientras yo tengo que romper mis huesos a diario desde el amanecer hasta el anochecer para lograr traer apenas el pan sobre mi mesa?".

Un día el hombre estaba sumido en sus pensamientos cuando de pronto escuchó un ruido muy fuerte que provenía de lejos. Para averiguar la fuente de tanto barullo, trepó a la cima de la montaña y alcanzó a ver una caravana de gente que se aproximaba.

El rey estaba paseando por la ciudad y cientos de personas se juntaron hacia ambos lados del camino gritando: "¡¡Bravo!!", mientras le arrojaban flores al monarca.
"¡Qué fabuloso sería ser tan grande y poderoso como este rey!, ¡deseo ser como él!", pensó el picapedrero.
Ignoraba nuestro personaje, que ese día era el día de gracia, el día en que cualquier deseo podía transformarse en realidad simplemente con pronunciarlo.
De pronto, el antiguo picapedrero se convirtió en soberano de la ciudad. Percibió un gran poder y riqueza, lo cual lo enorgullecía sobre manera: "¡qué maravilloso se siente poseer un mando absoluto!".

Al poco tiempo, nuestro ex picapedrero convertido actualmente en gobernante, comenzó a sentirse incómodo. El Sol brillaba y sus ropas reales de gala lo acaloraban demasiado.
Se preguntó entonces: "¡qué significa todo esto? Si soy el más poderoso nada debería afectarme... si el Sol puede humillarme de esta manera, quiere decir que él es más poderoso que yo... ¡Deseo ser Sol!". Y inmediato se convirtió en el Sol.

Sentía mucho poder; autoridad absoluta; fuente de increíble energía. Podía emitir luz y calor si así lo deseaba, a todo y a todos los seres de la faz de la Tierra. Por él pasaba la decisión de emanar calor y bienestar, como así también fuegos destructivos; "desastres naturales".
"Soy realmente el más poderoso", se dijo hacia sus adentros.

Mas de pronto se sintió frustrado... una gigante nube se colocó frente a él y tapó sus rayos...
"No puede ser... quiere decir que la nube es más poderosa... ¡quiero ser lo más!, ¡quiero ser una nube!".

Transformado en nube se sintió omnipotente. Arrojaba torrentes de lluvia cuando se le antojaba, y hasta lograba opacar al "poderoso" Sol. Pero poco tiempo duró su felicidad ya que un viento fuerte y súbito descolocó a la nube y la barrió... "¡Entonces deseo ser el viento!", y en él se convirtió.

Como viento rugía sobre los océanos y mares, levantaba inmensas olas... al pasar por los bosques derribaba árboles... Pensó para sí: "¡ahora sí que soy el más poderoso!".
De pronto se topó con una montaña... ella le impidió el paso... hizo que se abstenga de hacer sus "travesuras". "Ah, no... ¡la montaña es más fuerte que yo!, ¡deseo ser montaña!"

Altiva y majestuosa la montaña se encontraba erguida. Su cima sobrepasaba las nubes.
"¡Qué formidable! Ahora sí, ni el viento ni el Sol ni las nubes. Soy el más poderoso".

Mientras se regocijaba, sintió en lo profundo de sus entrañas un dolor muy agudo...
Observó a un picapedrero que con su pico estaba picando en pedacitos su "flamante cuerpo".
"¡Si existe alguien capaz de desintegrarme, deseo ser esa persona YA MISMO!".
Su deseo fue otorgado, convirtiéndose nuevamente en su esencia: un picapiedrero.

Muchas veces pensamos que la felicidad está en aquello que nos falta o que puede tener otra persona. La realidad es que no debemos buscar muy lejos para ser felices. Basta con mirar lo que somos y lo que poseemos para entender que la verdadera felicidad es aquella que podemos apreciar y agradecer disfrutando lo que el Todopoderoso nos dio, nos da y nos dará... La felicidad está dentro nuestro.

Extraído de "Hamaor" Nº18, Organización "Kol Simjá" (parábola del Maguid de Dubna)

viernes, 12 de junio de 2009

Las Lágrimas De Una Mujer Judía


Rabí Moshé Leib Sassover era conocido por el tremendo amor que expresaba por cada semejante.

Un día una mujer apareció en su puerta. En cuanto fue admitida, comenzó a llorar terriblemente. "Rab, déme una bendición para mi hija que está muy enferma".
Rabí Moshé respondió: "Que Di-s le envíe una recuperación completa y rápida".

Pero la amargada madre dijo: "No, Rab. Debe jurarme por su porción en el Mundo Venidero que Di-s curará a mi hija". Sin dudar, le contestó: "Juro por mi porción en el Mundo Venidero que Di-s la curará y se recuperará". La mujer agradeció enormemente las palabras del gran erudito.

Los estudiantes de Rabí Moshé presentes, estaban pasmados. "Rab, ¿cómo pudo hacer semejante promesa? La muchacha se encuentra muy enferma y es posible que no sobreviva".
"¿Qué más podía hacer?, contestó el Rab. "Las lágrimas de una madre son más preciosas para mí que el Mundo por Venir. Si mi juramento sirvió -por lo menos- para detener el llanto, tiene más valor para mí, aun cuando me cueste mi porción en el Mundo Venidero".

Extraído de "La Enseñanza Semanal" Nº 771.

martes, 9 de junio de 2009

La Verdadera Providencia Divina


“Vengo en busca del “Guet”. Quiero divorciar a mi mujer y punto. No haga esfuerzos, querido Rabino, no me va a convencer”, se lo escuchaba decir al señor Meir apuntando su mirada hacia el Rab Maslatón. Muy firme con su decisión, muy sólido en su postura y a simple vista no existía forma alguna de hacerlo cambiar de parecer.

“Está bien, si eso es lo que quiere”, le contestó el Rab, y siguió: “venga mañana mismo en la mañana a mi oficina y haremos el “Guet” juntos”.

Ni bien se retiró Meir del despacho, el Rab se dirigió a su asistente y le dijo: “mañana en la mañana, cuando Meir regrese aquí para hacer el “Guet”, acércate a mí y susúrrame algo en el oído. Yo te gritaré a ti desenfrenadamente tratándote como un descarado”.

El secretario no entendía el por qué de todo esto, pero si el Rab se lo había solicitado, pues, así debía conducirse.

Al día siguiente, tal cual habían pactado, Meir se dirigió a la dependencia del Rab. “Vengo por lo de ayer”, dijo. “Muy bien, llamaré al “Sofer” para que comencemos con la escritura del “Guet”, contestó el gran erudito.

Cuando se encontraban en la mitad de la redacción, el colaborador del Rab se le acercó y le susurró algo en el oído. “Descarado, ¡no tienes vergüenza!, ¡cómo se te ocurre!, ¡retírate de aquí antes que me enoje aun más!”, vociferó el Rabino.

Luego que el asistente se retiró de la sala, Meir le comunicó al Rab: “perdone que me intrometa, Rab, pero ¿qué es lo que sucedió con aquel sujeto?, ¿por qué le gritó tanto?, ¿qué le dijo en el oído?”. “Ah, tú no sabes lo que me acaba de decir… no tienes idea…”, contestó el Rab, y continuó: “él me dijo que me apresurara en hacer tu divorcio ya que, ¡deseaba casarse con tu mujer cuanto antes!”.

“¿Cómo?, ¿con MI mujer?, ¿¡cómo se atreve?!, ¡ella es MI mujer! ¡Ahora no me divorcio nada!, ¿¡cómo me va a quitar a MI esposa?!”, respondió Meir, encolerizado.
Luego de aquello el Rab los bendijo a él y a su esposa con mucha prosperidad y éxito.

Fue muy inteligente en bendecirlo a posteriori del reconocimiento por parte del marido hacia su esposa. El Rab podía haberlo hecho antes, ni bien Meir se presentó en su despacho en la primera oportunidad, mas bien el Rab esperó a que primeramente valore lo que tiene y luego sí, sea digno de bendición.

Si no valoramos lo que tenemos, por más bendiciones que recibamos, siempre nos sentiremos insatisfechos.

Esta es la sabiduría de nuestros sabios…

Más allá de lo jocosa que resulte esta historia (que no por ello es falsa), tal vez podríamos detenernos y pensar qué pasa con nosotros mismos. ¿Valoramos lo que tenemos?, ¿le damos verdadera importancia a nuestros “tesoros”? ¿O bien, necesitamos llegar a perderlos primero para darles la importancia que se merecen realmente?

Tal vez estemos acostumbrados a pedirle a Di-s cuando las cosas andan mal, pero ¿qué sucede cuando todo está en orden, a la perfección?, ¿le agradecemos por aquellas satisfacciones, o bien, pensamos que “nuestra fuerza e inteligencia” son las que hicieron de nuestros emprendimientos un éxito asegurado?

“Hashem, por favor, ayúdame a encontrar un lugar para estacionar mi automóvil”, rezó Moti, desesperado por encontrar un sitio en donde detener su vehículo.
Luego de unos minutos, finalmente el sitio disponible apareció.
“Deja, Hashem, no hace falta… ya lo encontré…”

Frecuentamos observar personas que rezan con toda devoción cuando una situación de emergencia los acoge. Ya sea una operación complicada, la peligrosa salud de algún familiar cercano, la búsqueda de trabajo, etc. Mas difícil es observar este mismo entusiasmo cuando se trata de un agradecimiento. Tal vez sí exista, pero solemos olvidarlo rápidamente. Como algo del pasado, archivado en el olvido.

Javier se dirigió al Templo “Keter David” y observó que se celebraba una fiesta. “Sucede que este sujeto tuvo un accidente muy importante. Estaba caminando por la calle, vino un autobús y lo atropelló de manera trágica. Este banquete es para agradecerle a Di-s por haberlo sanado”, le contestaron cuando preguntó el motivo del acontecimiento.

Otro día se dirigió a la misma sinagoga, y también se consagraba una velada. “¿Qué se festeja hoy?”, interrogó al mismísimo ejecutor de aquel ceremonia. “Yo particularmente estoy celebrando que hace cuarenta (40) años cruzo por la misma calle y nunca me atropelló un autobús”.

Como decíamos, es más fácil aferrarse y creer en un Di-s al cual suplicarle en los momentos de apremio cuando nos encontramos en situaciones que no tenemos manera de salir por “nuestros propios medios”. Una especie de “amuleto” al cual nos apegamos. De todas maneras no “perdemos nada” suplicándole; la “ley del último recurso”…

En realidad, debemos ser concientes que si no fuese por la ayuda Divina, nunca podríamos realizar cualquier o tal cosa. Cada movimiento, cada paso, cada respiración, palpitación, todos son milagros constantes. No hace falta que veamos como se parte el Mar Rojo, o como cae el Maná del cielo. Mirándonos bien a nosotros mismos, internamente, sabremos que no somos sino “maravillas Divinas”.

Siempre existe aquella Providencia Celestial. Sucede que es el deseo de Di-s que todos los milagros cotidianos se lleven de una manera aparentemente “lógica”, para que tengan lugar explicaciones racionales, hasta científicas, y obviamente alejadas de la creencia de la Existencia de Un Di-s, de Un Poder Divino, Supremo.

Es que si todo sería claro y “La Mano de Di-s” palpable a los ojos de todos, abiertamente, no existiría el libre albedrío y por ende, Hashem no podría contribuir a aquellas personas que optan por el bien.

Henry se encontraba encerrado en su oficina en un rascacielos famoso de Manhattan. Quedó muy inmerso en su trabajo y olvidó que el edificio se había cerrado. Se encontraba solo en todo el complejo. Las líneas telefónicas y cibernéticas no funcionaban, tampoco podía gritar ya que se encontraba en el piso sesenta (60), no lo escucharían. No tenía manera de comunicarse con alguien que lo pueda rescatar de allí.
“Tengo una idea”, dijo para sus adentros.

Henry arrojó billetes de diez (10), veinte (20), cincuenta (50) y hasta cien (100) dólares por las ventanas, pensando que las personas que los agarraban mirarían hacia arriba, percibiendo la presencia de él, encerrado en el rascacielos.

Mas eso no sucedió...

La gente tomaba los billetes, se los veía muy felices, contentos, pero seguían camino. No observaban de dónde provenía.

Henry decidió cambió de táctica. Ahora en vez de billetes, lanzaba piedras. En esta oportunidad sí, Henry se dio cuenta que tuvo la mejor idea: los transeúntes, enojados, miraban hacia arriba para saber quién había sido el “descarado” que arrojaba las piedras…

Cotidianamente tenemos muchos tipos de “lanzamientos Celestiales”: tenemos los “billetes”, los momentos felices, prósperos, exitosos; y los momentos de “piedras”, problemas de salud, psicológicos, dificultades laborales. Todos son enviados por Hashem. Todos nos llegan para que, al menos de esta manera, reconozcamos a un Ser Todopoderoso. Está en nosotros reconocer a Di-s por una manera u otra. La elección está en nuestras manos.

Y tú, querido lector, ¿cuál elegirás?

viernes, 5 de junio de 2009

Carta Del Último Judío

Bs. As. 1-1-2100

Querido lector:

¡Feliz año nuevo 2100! ¿Quien escribe? Mi nombre no es importante, mi identidad sí lo es. Soy el último judío. Estoy en exhibición en el museo de Historia y Antropología de Buenos Aires. El último judío. La gente pasa, me mira, goza y sigue su paseo. En las paredes me adornan las reliquias de la cultura judía: un Sefer Torá, una bandeja de Pesaj, un Shofar, etc. Cada día me pregunto como fue que tantos millones de judíos que sobrevivieron por más de 3400 años superando todo tipo de adversidades finalmente pudieron desaparecer... (suspiro)

Recuerdo cuando era chico que mi anciano abuelo me contaba sobre las colonias judías a principio del siglo XX llenas de inmigrantes. Casi medio millón de personas había en Argentina únicamente. Sobre las entidades y organizaciones como AMIA, DAIA, MACCABI, etc. Todo esto se ha desvanecido, desapareció, tanto aquí como en el resto de la diáspora. Intento analizar las razones, estudiar los eventos para encontrar los motivos de semejante destrucción. Tal vez fueron los cambios culturales, problemas de comunicación entre padres e hijos, la globalización...

La verdad es que antes de esto comunidades enteras ya habían dejado de asistir a la sinagoga ya que no entendían ni sabían leer hebreo. Muy de vez en cuando había algún Bar Mitzvá en fonética. Las fiestas se olvidaron al igual que nuestro calendario. Dejaron de enviar a los hijos a escuelas donde había una educación realmente judía. Las mujeres dejaron de encender las velas de Shabat y cambiaron la cena familiar por el shopping o el cine. Los hijos a la cancha y después a la disco. Mi abuelo decía, sin embargo, que eran buenos judíos, judíos de corazón. Los rituales comenzaron a desconocerse, a olvidarse y a no tener sentido. Algunos hasta se burlaban del tefilín, la kipá, o el talit. Solo el Maguén David seguía colgado al cuello. Nadie estudiaba la Torá, consecuentemente quedaron ignorantes de lo realmente nuestro.
Se decretó que judío sin carrera universitaria era como cuerpo sin alma. Deportistas, músicos y actores eran admirados, los grandes rabinos de barba y sombrero despreciados. Picnic en Iom Kipur, comida Kasher los padres no compraron y los jóvenes novias gentiles encontraron…

Una vez me preguntó la maestra de inglés si era judío. No contesté. Me preguntó de nuevo. Le dije que no importaba. "¿¡Sos o no sos?!". Bajé la vista y susurré: “y bueno qué se le va a hacer...” Por un lado era igual a todos, por el otro, por más que lo intentara, no iba a poder serlo jamás.
Los judíos dejaron de concurrir al templo e instituciones hasta que se cerraron todas. Casas sin Mezuzá y mesas sin Jalá. Los grandes prestaban dinero con intereses y los chicos tatuaban sus brazos. Dejaron de enterrar a sus muertos en el cementerio judío, optaban en cambio por el Parque. El Brit Milá a los niños lo realizaban los médicos, al igual que los abortos a las adolescentes. Cuántas cosas. Más de las que pensaba.

Prefiero no seguir.

Entonces llegó el último suspiro. Esto fue hace unos 50 años. Di-s se cansó de nuestra rebeldía. Estados Unidos cortó relación con Israel. Los países árabes se unieron y atacaron. Con dos bombas letales diez millones de israelíes fueron borrados de la faz de la tierra. Cuando esta amarga noticia se dio a conocer, los pocos judíos argentinos que quedaban exclamaron con apatía: “¡Qué mal cheee! Te dije que era peligroso viajar…” Sin embargo, más de 170 años antes se mataron en Europa seis millones de judíos. Y hace unos 130 acá en la Capital Federal sucedieron dos crueles atentados; el de la Embajada de Israel y el de la AMIA. Mi abuelo me contó que aquellos judíos juraron que no iban a olvidar. ¿Que pasó? ¿Acaso el único que se acuerda soy yo? Cuando el judío perdió su orgullo, su historia, su razón de existir perdió todo. Yo soy el último judío, creo. En poco tiempo yo también me uniré a los demás en el cielo y hasta en el museo no quedará ni uno. ¿Que pasó con mi familia? ¿Si tengo hijos? Sí, dos: María Pía y Christian. Sus nombres lo dicen todo...

Termino estas amargas líneas con lágrimas en los ojos por que ahora entiendo. Siento impotencia de no haber hecho antes, hoy ya es demasiado tarde. Si pudiera volver decenas de años atrás gritaría: “El Judío es Diferente! No despreciemos el regalo que D-os nos dio.” Lo que ningún imperio y nación pudieron hacernos, nosotros con nuestra indiferencia lo hicimos. Asimilación. Auto-exterminio. Aunque no me creas Di-s te pido perdón en mi nombre, en el de mi familia y en nombre de todo el pueblo de Israel, tu pueblo, por haberte abandonado...

Firma: El Último Judío

Si todavía sientes algo por tu judaísmo y quieres que esta carta nunca se escriba, explora y vuelve a tus raíces. Descubre que es lo que la Torá tiene para ofrecerte inclusive en nuestros días. Estudia la sabiduría de Di-s y encontrarás la felicidad y alegría verdadera que estás buscando. Vive una vida más espiritual y cumple las mitzvot y de a poco taparás los vacíos de tu alma judía. Si quieres envía esta carta a tus amigos judíos, tal vez ellos también reflexionen. Y por sobre todas las cosas toma responsabilidad sobre tu esencia para no cortar esta cadena ininterrumpida por más de 150 generaciones.

POR CONSULTAS Y COMENTARIOS ESCRIBIR A:

RAB ISRAEL GOLOCOVSKY

AISH HATORA Jerusalem – Israel

toldot@yahoo.com

martes, 2 de junio de 2009

El Abrigo De Rabí Shmelke


Era una noche tormentosa; afuera llovía. Y adentro... ¡también llovía!
Cuando de pronto... "Toc, toc, toc". Rabía Shmelke abrió la puerta y vio a un hombre pobre titiritando, el cual le solicitó un lugar para pasar la noche.

Lo hizo pasar y le dio hasta su propia cama, mientras el Rab pernoctó en uno de los rincones. Antes de conciliar el sueño, observó al pobre hombre que ya estaba dormido y notó que sus ropas se encontraban más desgastadas que las de él, lo que era mucho que decir. No lo dudó: el Rab Shmelke se quitó su saco, que era lo más valioso que tenía, y lo cubrió, logrando así, proveerle un poco más de calor.

A la mañana siguiente, se despertó Rabí Shmelke y fue directamente a ver al pobre huésped, para saber cómo estaba. Cuán grande fue su sorpresa al comprobar que la cama estaba vacía y observar a través de su ventana que el flamante invitado estaba corriendo por la calle... ¡con su saco puesto!

Rabí Shmelke salió detrás de él. Al percibir el pobre que el dueño del saco estaba tras él, apuró más aun su marcha.
A duras penas, el Rab pudo alcanzarlo y el arrebatador del saco comenzó a llorar solicitándole disculpas.
Se quitó el saco y, mientras se lo entregaba, le decía que se sentía muy avergonzado por sus actos. "No, no, ¡de ninguna manera! No he venido a pedirte que me regreses el saco... ¡al contrario! Quiero que sepas que, para que no incurras en el pecado de robo, te lo regalo de todo corazón... ¡que lo disfrutes!".

Dicho esto, se alejó de allí como había llegado ante la mirada atónita del ex huésped.

Extraído de Newsletter Mensual de Light For Life - Organización "Or LaJaim".