jueves, 24 de septiembre de 2009

Iom Kipur: El Quitamanchas Espiritual


“¿Cuándo se pide perdón, antes de Rosh Hashaná o antes de Iom Kipur?”. De esta manera comenzaba recientemente a recibir la víspera del año nuevo. Con una pregunta.

“Las faltas entre una persona y su semejante, el Día de Iom Kipur no expía sobre ellas hasta que se dirija hacia su compañero, le pida perdón y esté último lo disculpe” (Shulján Aruj –Código de Leyes Judías- Capítulo 606).

Sin dudas que aquel individuo que me consultó tenía bien claro este concepto. De sus palabras deduje que en ningún momento titubeó de lo que nuestros sabios indican. Pareciera querer cumplir con lo que Di-s manda en totalidad sin pérdida de detalle alguno.

Si bien es cierto que no hay mejor manera que comenzar un año nuevo liberándose de todos los accionares negativos pasados (y así es como los eruditos nos ordenan que hagamos), no quedan dudas que no debemos esperar a estas solemnes fechas para efectuarlo. Todo el año (“Open 25 Hs.”) es propicio para solicitar un perdón profundo y sincero (siempre y cuando corresponda, claro).

Tengo mis sospechas qué tan fructífero se torna dirigirse a todo nuestro entorno social y exclamarle individualmente a cada uno: “¿me perdonas por todo lo que te hice en el año?”. Habría que analizar cómo toma el receptor aquellas “disculpas”. En oportunidades existen situaciones puntuales que se tratan de esquivar con estos “perdones generalizados”, que terminan encubriendo las heridas más que sanándolas.

En nuestros días en donde el auge del “se” es el verdadero protagonista de la historia, nadie quiere quedarse fuera del círculo. Todos queremos estar “dentro”, ser parte, pertenecer. “¿Cuándo se pide perdón?”. Todo tiene que tener una fecha y un momento específico, no sea cosa que se pida perdón cuando no corresponda y cuando nadie lo hiciera…Y así ocurre en innumerables situaciones de la vida diaria: ¿qué se usa?, ¿qué se hace?, ¿qué se dice?, ¿qué se practica?

Generalmente tendemos a pedir disculpas por sucesos intrascendentes. Si accidentalmente pisamos el pié de algún compañero, corremos a excusarnos con un angustiado: “lo siento, no fue mi intención”. Debemos saber que este tipo de heridas no afectan los sentimientos. Además, el perdón sale automáticamente sin prestarle demasiada atención y en equivalencia a un ataque suave (adaptado de un escrito del Rab Simja Cohen).

El paso del tiempo es un factor que nada ayuda para acercarnos y reconocer nuestros errores. Ya sea por vergüenza, bronca o pensamientos que cada uno va imaginando en el profundo mar que genera su mente, se torna sumamente difícil conciliar una disputa cuando la misma tuvo lugar hace varios meses o años. Nadie quiere ceder. Todos esperan a que el otro se acerque. La situación se encajona. El disgusto también.

En muchas oportunidades el agresor no se acerca a pedir disculpas porque realmente no tiene conocimiento de su falta. No pocas veces sucede que algún accionar nuestro termina siendo una ofensa para un tercero, aún sin quererlo.

En el trayecto del Bet Hakneset a mi casa, diariamente me cruzo con otras personas que se dirigen a rezar a otros “Minianim”.
Hace unos cuantos meses me sorprendía cuando saludaba a personas del Templo y estas no me contestaban el saludo. ” ¿Qué pasa aquí?, ¿por qué la gente es tan maleducada y no me responde?”, pensaba internamente.
Mi sorpresa fue aun mayor cuando descubrí que en otros ámbitos en los que me manejaba también mi saludo no obtenía respuesta alguna. Algo no andaba bien. “¿Acaso todos tienen problemas conmigo?”, me preguntaba.
Tristeza al enterarme que era yo quien saludaba con un tono bajo, casi imperceptible. Paradójica situación: en un mismo momento, quizá las otras personas pensaban de mí, lo mismo que yo de ellas...


Todos los individuos poseemos percepciones diferentes de la vida. De las cosas. De todo nuestro alrededor. Lo que para uno es un halago, para otro puede ser una ofensa. Para lo que uno puede ser beneficioso, para otro puede ser perjudicial.

Nadie percibe todo lo que es físicamente perceptible. Nuestro aparato mental no es una máquina registradora indiferente y dispuesta a otorgar igual importancia a todos los estímulos que impresionan los órganos sensoriales. La percepción es una función selectiva. Esta selectividad cumple una función.

Los objetos que juegan el rol principal en la percepción organizada, los objetos acentuados, son generalmente aquellos que responden a algún propósito actual del sujeto percipiente. Será también necesario develar la significación que toman los objetos cuando son percibidos.

Nada es más conocido que la influencia de las necesidades, de las disposiciones mentales, del humor, sobre la elección de los objetos destinados a jugar el rol principal en la percepción.

Las necesidades ejercen influencia sobre la significación de los aspectos perceptivos seleccionados por la atención. Ya hemos visto por las experiencias de Bruner y Goodman que la percepción inmediata de los objetos ambiguos es “informada” (shaped) por el hambre que experimentan los sujetos y que el tamaño aparente de una moneda es apreciado de diferente manera según la intensidad del deseo del dinero -más fuerte en los niños pobres que en los niños ricos- (“Theory and problems in social psychology”, KRECH, D. y CRUTCHFIELD, R.S.)


Gracias a Di-s la diversidad humana existe y es infinita. Cada uno tiene sus potenciales particulares y por ende, difiere la misión específica de cada individuo en este mundo. También existen diversidades respecto al cumplimiento de las mitzvot (preceptos): existen aquellos a los que les cuesta madrugar para rezar, a otros no les es difícil levantarse pero sí recitar todas las bendiciones anteriores y posteriores a la ingesta de alimentos… y los ejemplos se pueden extender. Y mucho….

Esto hace que el pueblo de Israel sea “Ejad”, es decir, “Uno”. Todos nos complementamos en una unidad y es por eso que nos indican repetidamente y con tanto énfasis que: “kol Israel harebím ze la zé” (todos Israel es garante el uno por el otro). Si bien cada uno es físicamente individual y separado de su compañero, hay un objetivo en común que nos une: servir a Hashem.

En una oportunidad un judío que estaba alejado del camino de la Torá le preguntó al Rab Amnon Itzjak: “usted dice que hay que retornar a las fuentes… supongamos que yo siga esos pasos… ¿qué línea debería seguir?, ¿a los ashkenazim?, ¿a los sefaradim?, ¿a los temanim?, o, acaso, ¿a los jasidim? ¡Son muchas costumbres distintas! ¿Cuál es la “verdadera”?

A lo que el Rab muy sabiamente contestó: “en el ejército los marineros no interfieren en el trabajo de los aviadores, y tampoco los soldados en las labores de estos últimos, todos tiran para el mismo lado. Se comportan de distinta manera porque cada uno tiene su misión en las distintas partes del territorio, pero todos tienen un objetivo en común en la batalla: vencer al enemigo.
De la misma manera tanto los ashkenazim, como los sefaradim y las distintas líneas, aun teniendo costumbres distintas, se unen en sus raíces con un mismo propósito: servir a Di-s.


Nada mejor que anticiparnos y evitar que estos enredos sucedan. Intentar de solucionar las cosas lo antes posible. Aclarar los malos entendidos desde un principio para que la minúscula chispa no culmine en una incesante y destructiva hoguera. Los grandes problemas suelen comenzar por pequeños e insignificantes actos.

Facilitar una comunicación sana y fluida es esencial para resolver este tipo de inconvenientes. Estar abiertos a que nos exclamen las dificultades de frente, motiva a que terceros nos transmitan lo que verdaderamente sientan. Muchas veces evitamos decir lo que sentimos o pensamos por temor a que el otro se enoje o reaccione de mala manera para con nosotros. Si nuestro entorno conoce (¡y comprueba en la práctica!) que no pertenecemos a ese tipo de personas, probablemente el canal del diálogo se resquebraje y podremos evitar dificultades invitando a los demás al coloquio formal.

Sería bueno aproximarse hacia aquellos que nos ofenden u ofendieron en algún momento dado, tratando de comentarles lo que sentimos. Dirigiéndose con respeto y cordialidad, no hay motivos “lógicos” que indiquen que el agresor se deba enfadar…
Recordemos que para que tenga lugar una pelea o discusión es necesario que existan dos personas predispuestas a hacerlo…

Quizá responda: “disculpa, no sabía que te molestaría mi comentario”… o no... Pero si no probamos no podremos saberlo tampoco.

Entiendo que no es fácil así conducirse, pero en más de una oportunidad este accionar me posibilitó aclarar diversos temas. Y me he llevado sorpresas… No solamente se aclararon los malos entendidos, sino que la relación salió fortificada luego de aquel suceso. Se profundizó.

Habiendo realmente un motivo y una conducta explícita de agresión hacia nosotros, esto no nos exime del mandamiento: “con justicia juzgarás a tu compañero” (Vaikrá 19:15) , es decir, siempre debemos pensar para bien, independientemente de lo que nuestros ojos observen.

¿Cuántas veces nos levantamos con el pié izquierdo? ¿Discutimos con nuestros hijos? ¿En cuántas oportunidades nos peleamos con alguno de nuestros familiares cercanos? ¿Cuántas veces tuvimos disputas con nuestras parejas? ¿Problemas laborales? ¿Dificultades económicas que nos acechan? ¿Inconvenientes sociales o problemas de salud?

Todas estas situaciones (y similares) que se puedan dar, en más de una oportunidad nos tornan y nos tornaron sensibles y/o agresivos. Contemplar que somos humanos y que hasta en nuestros propios pellejos convivimos con estos sucesos. En ocasiones pasamos a estar del otro lado, siendo los agresores, “motivados” por estos factores bio-psico-sociales. Nadie está las 24 hs. del día con todos los individuos con los que se relaciona para percibir qué anda pasando en cada mundo interno. Pero, más allá de todo, no debemos ser muy sabios para comprender que estos trances pueden suceder a diario y es normal que ocurran…

Habiéndose acercado finalmente hacia nosotros para pedirnos disculpas, no debemos ser crueles con aquel. Si tuvo el “coraje” de perdonar su “honor” y la valentía para aproximarse, algo nos está queriendo decir. Su actitud refleja que está dispuesto a efectuar un cambio, que está predispuesto a escucharnos. ¿Qué mejor momento, entonces, para aclarar las cosas que en este mismo momento? Porque, a fin de cuentas, un perdón “falso” y superficial no tiene valor ni para quien lo pide ni para quien lo otorga.

Siempre y cuando utilicemos un tono suave, comprensivo y empático, logrando una transparencia y sinceridad ideal, nada tenemos en contra para alcanzar una posible resolución. “No creo que haya sido tu intención, pero me molestó cuando dijiste…”, “no me gustó el trato que me diste el otro día, ¿tal vez tus problemas con el jefe influyeron en tu conducta?”.

Además, valorando su accionar estaríamos “enseñándole” a no temer ante una posible próxima disputa social y aclarar los asuntos en su debido momento. Un aprendizaje eterno que se torna un gran precepto a lo largo de toda su vida (se evitaría muchos dolores de cabeza… y más cosas también…)

Y si de todas maneras estamos dolidos porque aquel otro que no se nos acercó a pedirnos disculpas antes de “Iom Kipur”, y tampoco sentimos que podemos acercarnos a él, debemos perdonarlos internamente.
“¿Qué cosa?, ¿¡perdonarlo?! ¡De qué me hablas! Por lo visto no sabes lo tanto que dañó a mi familia…”. ¡Qué trabajo tenemos!

Pero tan solo siendo conscientes que todas las conductas habidas y por haber pasan antes por la aprobación de un Todopoderoso que Nos ama y Quiere nuestro bien, no quedan dudas que los agresores físicos son simplemente enviados de Él. Si quien sea deseó dañarnos y del Cielo no le otorgaron el poder para hacerlo, ¿acaso podría lograrlo?, ¿acaso hay algo que escape a Di-s?

En Rosh Hashaná se acostumbra a decir cada uno a su compañero: “¡Shaná Tová HuMetuká!”, es decir, “¡(que tengas un) año bueno y dulce!”. Si se desea que el año sea “bueno”, ¿es necesario agregar que aparte sea "dulce"?, ¿acaso lo bueno no es dulce también?
Realmente todo lo que manda Di-s es para bien. A nuestros ojos es probable que no todo sea palpable como “bueno”, pero desde la perspectiva Divina sí lo es. Hashem siempre quiere el bien para sus criaturas. Sucede que no siempre podemos comprender cómo circunstancias tan dolorosas son a la vez beneficiosas para nosotros. Por ello mismo pedimos un año “bueno y dulce”, deseando no sólo recibir todo lo bueno, ya que eso siempre sucede, sino que, además, podamos percibir el bien de manera abierta y observable a nuestros ojos (dulce).


Si Di-s perdonó al pueblo de Israel en el desierto, luego de adorar a un Becerro de Oro y a poco tiempo de haber observado milagros Divinos, y diariamente nos perdona a nosotros mismos, ¿cómo nosotros no podríamos perdonar a nuestro semejante?, ¿acaso nuestro honor es más que el de Di-s?

“No me sale perdonar. No puedo hacerlo. Hay algo que me impide y no puedo luchar contra aquello”. Descuida, comienza por querer perdonar. Teniendo disposición ya es otro el panorama. A veces un perdón sincero lleva meses y años de trabajo interno, pero hasta que no exista una predisposición para comenzar, muy difícil será perdonar repentinamente.

En una oportunidad escuché en nombre del Jafetz Jaim ZZ”L que aquella persona que quiera apaciguar el odio interno que lleva en su corazón, que salude a su agresor. Un apretón de manos, una movida de cabeza o un beso (según las costumbres de cada uno…), mágicamente borran mucho rencor y odio.

No me pregunten cuál es la explicación técnica de este accionar, pero realmente es asombroso observar como se cumplen las palabras de este gran sabio siguiendo sus consejos.

No caben dudas que tenemos que trabajar mucho para solicitar y otorgar un perdón sincero, veraz, que no sea de la boca para afuera. Ni que hablar del trabajo para acercarnos a pedir sinceras disculpas. Queriendo llegar ya vamos por el buen camino. Reconozcamos que somos humanos, que podemos fallar. Y que otros también pueden hacerlo. Perdonémoslos también. Salvo a uno: al ietzer hará (instinto del mal).

martes, 15 de septiembre de 2009

Mensaje De Rosh HaShaná





Como todos sabemos, el “fin” de año se aproxima… mejor dicho, el principio de un nuevo año se acerca.
Cada uno sabrá hacer sus cálculos y estimar qué tan positivo pudo llegar a ser y qué cuántas otras cosas deberá corregir. También existirán personas las cuales piensen que no deben cambiar nada, que todo está “bien” así, que no hay nada mejor que se pueda hacer. No me voy a meter en eso. Esa es una elección íntima y personal.

Más allá de los errores, éxitos y faltas, desde lo personal, este año me enseñó fundamentalmente que se debe ser más tolerante con los demás. Dejar pasar…
Si bien a nadie le gusta que lo ofendan ni lo “pasen por arriba”, eso no otorga ni derecho ni valor para “hacernos valer” de la manera que pensamos que corresponde. Existen otras personas más allá de nosotros que también sienten y sufren nuestras contestaciones. Que a pesar de su “crueldad”, “maldad” o “arrogancia” también tienen sentimientos.

Estimo que nunca jamás se podrá saber a ciencia exacta a cuántas personas dañamos en nuestras vidas. Muchas veces todo queda en el “olvido”, pero guardado en las entrañas del agredido. Y no comunicarlo puede generar problemas para un posible agresor y obviamente para la víctima misma.

No olvidemos lo que nos enseña el Talmud en el tratado de Rosh Hashaná (17 a): “quien deja pasar su cualidad (no es vengativo ni rencoroso), le dejan pasar sus pecados" (el juicio no será estricto con él).
Porque a fin de cuentas Hashem se comporta con nosotros “midá kenegud midá”, es decir, de la misma manera que nosotros nos comportamos con el otro (“la misma moneda”).

Y no solamente por el "temor" a cómo se comporten "de arriba" con nosotros, sino por nosotros mismos, por nuestra salud mental y física debemos ser más tolerantes. Después de todo, combatir los nervios y el stress hoy en día, no es tarea sencilla...

En segundo punto quería agradecerles a los lectores por estos meses en línea. Sé que no son muchos, pero también tengo entendido que valoran lo que escribo y eso me enriquece enormemente. Sabiendo lo que implica que aun una persona, tan sólo una, se beneficie con los artículos, entonces mi tarea ya está cumplida. Un insight individual puede cambiar mundos enteros. Y más siendo concientes de la influencia de tan sólo una persona en los grupos sociales que ella integra: familiar, laboral, con amistades. Y el valor del estudio de la Torá, es invaluable independientemente de cuántas personas la estudien.

Tal como escribía en la “Introducción al Blog”, allá, por el mes de marzo, lo que postulo desde aquí es que: “Las corridas con las que nos topamos en este ya avanzado siglo XXI, a veces no nos dan lugar a la reflexión e introspección personal para la auto-superación y desarrollo personal.
Momentos libres a los que le dediquemos un espacio para aquello, se tornan imposibles de encontrar. Ya no se piensa en contemplar el cielo unos minutos, o -para los que pueden- observar las olas del mar golpeándose contra la escollera, pensando en el existir cotidiano, en las cosas de todos los días.
Tenemos toda la agenda ocupada y muy llena; parece ser que ya no hay tiempo ni para los propios hijos...

Desde aquí, este pequeño espacio que me da la Web, trataré de transmitir las reflexiones y mensajes que la vida me enseña a cada minuto de este existir.
Todas las ópticas, expresiones y deducciones no se basan ni en las ciencias ni en la filosofía socrática o platónica... una mirada desde mi propia experiencia, desde mi propio vivir, anexada a esta misma la opinión de nuestros Sabios y las escrituras Sagradas, ya sea la Torá escrita como la Torá oral”.

Creo que más que nada se apuntó a darle significado y valor a las relaciones interpersonales del día a día. A detenerse y pensar acerca del cómo tratamos a un otro eterno que siempre estará cerca nuestro, queramos o no. Porque a fin de cuentas Hashem quiso que convivamos en comunidad y en contacto interpersonal continúo (y se ve reflejado en los múltiples preceptos que Di-s nos encomendó los cuales, algunos, se pueden llegar a cumplir únicamente mediante el trato con el compañero).

En un mundo competitivo en donde aquel que logra hundir o ahogar primero al otro es el que prevalece y el “afortunado”, en estos tiempos que la ley del más fuerte gana, no queda más remedio para nosotros que intensificar la búsqueda de lo humano por sobre la arrogancia del poder.
El hombre en búsqueda intensa de su pleno “bienestar” y observándose solamente a él, desemboca directamente en individuos aprovechadores de pobres indefensos. Tales son los casos de falsificadores de medicamentos oncológicos, médicos realizando intervenciones quirúrgicas innecesarias (cesáreas), aprovechadores de pobres desesperanzados que ofrecen reconciliarse con sus parejas anteriores por “módicos precios” y en “simples rápidos pasos”, entre otros.

No existen dudas que el modo de vincularnos actual es preocupante. El panorama es abruptamente desalentador. Pero... eso no quita que no debamos hacer méritos y luchar para no caer en aquellos abismos espirituales. El ventajismo y la “elite” podrán dominar el mundo. Es nuestro deber darles pelea y que no les sea tan sencillo ganar la batalla.

En una oportunidad una persona le preguntó al Rab Israel Salanter ZZ”L: “querido Rabino, me gustaría que me aconsejara qué `kavaná` (intención, pensamiento) efectuar al vestirme el `talet`. ¿Qué me recomienda?”. A lo que el erudito respondió: “trata de pensar en que, cuando te envuelvas en él, no golpees con los flecos (tzitzit) a tu compañero que se encuentra detrás de ti. Esa es la mejor `kavaná` que puedes pensar…”

Para aquellas personas que lo desconocían, les cuento que hace un tiempo el creador del sitio “Judaísmo Virtual” (Daniel Deshe) me ha otorgado el honor de poseer una columna personal en su magnífica página.
En más de una oportunidad incorporó artículos propios en la portada principal del site y envió masivamente estos mismos mediante sus newsletters semanales, llegando estos a cientos de personas dispersas por todo el mundo.
Mis múltiples agradecimientos hacia él también y hacia aquellas personas que me leen desde allí y hacen sus comentarios respectivos.

Por último, les pido disculpas por no poder escribir artículos personales más frecuentemente. Como muchas veces observarán, en oportunidades selecciono extracciones de otras fuentes.
En un principio, la idea del Blog era solamente publicar elaboraciones propias, pero soy tan meticuloso y detallista con las correcciones, modificaciones e incrementaciones , que el sólo hecho de escribir ya me lleva mucho tiempo. Más del que imaginan…

Por ello, para leer acerca de “Rosh Hashaná” y “Iamim Noraim” remito a los primeros posts creados del Blog: “El invitado principal” y “En piloto automático”. ¡Que los disfruten!


¡Gmar Jatimá Tová! ¡Tizkú LeShanim Rabot Nehimot Be Tovot!
Alan J. Owsiany

jueves, 10 de septiembre de 2009

Boca Cerrada No Entran Moscas


Sin dudas, si existe alguna facultad la cual no cueste “nada” activarla es la cualidad del habla. “¡Hablas porque el aire es gratis!”, se oye reprochar en situaciones cotidianas no pocas.

Ya sea en reuniones con amigos, en congresos de trabajo, asambleas de consorcio o simplemente descargándose contra el personal en la fila de un banco, todo momento parece ser propicio para que la lengua tenga su “guión teatral”.

A veces, ante la incertidumbre de cómo comenzar la conversación, de cómo “romper el hielo”, se atina a blasfemar a otras personas o contar “novedades” acerca de quién o cuál se peleó con quién, o bien, quién produjo el papelón del siglo al vestirse de manera extravagante en la fiesta del domingo anterior. Quién dice y tal vez, se logre el título del “novedoso”, que tiene las noticias como “pan caliente”, que por fin será escuchado y se lo validará como sujeto, como “persona importante”.

Finalmente todas son excusas de un único mal: las malas lenguas.

No solamente existe una prohibición explícita de la Torá la cual condena a aquella persona que difama a otra, sino que también existen otros “detalles” no menores, los cuales nos ligan estrechamente con el honor y respeto de nuestro semejante.

Sólo por citar alguno de ellos:

Si un amigo se aproximó hacia mí y me contó que en unos días tendrá una entrevista laboral, aún sin especificación por parte de él advirtiendo que no lo puedo contar a “nadie” y sin que aquel relato tenga algo de “malo”, está prohibido narrarlo a terceros. Solamente si él me explicitó en forma precisa que “esto sí lo puedes contar”, me está permitido hacerlo. Es decir, si no afirmó claramente que se puede contar, no puedo divulgarlo.

Nuestros sabios nos enseñan que el hablar defectuosamente de otra persona no sólo daña espiritualmente al que lo comenta y al que lo escucha, sino que hasta la misma víctima es perjudicada.

Es más que comprobable que aunque el agresor desmienta fehacientemente delante de sus oyentes que su relato pasado era totalmente mentira y que buscó simplemente difamar a su contrincante (“motzí shem rah”), esas personas ya no miran con los mismos ojos a la pasada víctima. Es sumamente difícil que la reputación interna que poseían de aquel sujeto antes de la difamación, retorne al estado pulcro anterior. Siempre algo queda (¿o acaso es lo mismo una prenda nueva, recién salida de la tienda, que otra también nueva pero con una pequeña mancha y blanqueada por la mejor tintorería?).

Me asombro en demasía cuando alguien me comenta: “te cuento esto pero por favor no lo hagas público. Me advirtieron que no lo divulgue”. Y la pregunta inevitable que les formulo es:”si te prohibieron que lo cuentes, ¿por qué lo cuentas?”.

Quizá piensen que el saberlo solamente una persona más no hará nada, quedará ahí, nadie más lo sabrá. Viene el rey Salmón y nos enseña en el final del capítulo 10 de Kohelet (10:20): “Ni aun en tu pensamiento digas mal del rey, ni en lo secreto de tu cámara digas mal del rico; porque las aves del cielo llevarán la voz, y las que tienen alas harán saber la palabra” (para más detalles ver la historia de Herodes en Talmud Bablí, tratado de “Babá Batrá” 4 A).

¿Piensan que aquella persona obtuvo mi absoluta confianza? Para nada... ¿Quién me asegura que así como quiso atreverse a contar lo de otros, no contará lo mío también? A estas situaciones personales las traduzco como si me hubieran dicho: “no creas que puedes confiar en mí, pues me cuesta mucho guardar un secreto”. Es que al fin y al cabo somos puras relaciones. Somos como nos relacionamos con los otros y con nosotros mismos.

Como estas hay cientos de halajot (leyes) que incumben al cuidado de la palabra. Claro que a través de un artículo no es posible explicitar los innumerables detalles que allí se encuentran. Remito a la magnífica obra del Jafetz Jaim ZZ"L denominada “Shemirat HaLashón” (que también existen traducciones a muchos idiomas).

Como apreciamos, hablar no es gratis. Tiene un precio y que a veces puede ser bastante caro. Pero… ¿por qué existe tanta gravedad en asuntos que respectan al prójimo?, ¿qué tan rigurosa puede ser la ley de la Torá?

Para comprender un poco más, debemos aproximarnos a la composición esencial del individuo.
En hebreo, la traducción literal de “persona” es “adam”. La raíz de esta palabra se puede explicar de dos maneras diferentes:

a) Proviene de la palabra “adamá” (tierra).
b) De la palabra “domé”, que significa “parecido” (a su Creador, Di-s).

De la primera explicación podemos trazar un paralelo entre la tierra y el hombre, ya que la primera puede ser un terreno fértil para que se reproduzca cualquier especie cítrica o vegetal. Todo depende de cómo fue preparada la tierra.

La persona es igual. El terreno está, es decir, la persona existe, vive, respira, pero para que las virtudes y cualidades “crezcan” de manera “fértil”, deberá conocerse la manera adecuada y apropiada para “arar”, “sembrar” y luego “cosechar” los potenciales latentes. Dependiendo de este proceso, dará frutos (o no) nuestra cosecha.

Un sinfín de posibilidades pueden florecer, pero todo basado en la semilla que sembramos.

La segunda explicación nos deriva hacia un versículo inevitable de esquivar cuando abordamos este tema: “Y creó Di-s al hombre a su imagen, a imagen de Di-s lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).

Cada ser humano posee una Chispa Divina que lo caracteriza. Somos parte de un todo que es Di-s. Cada uno es único e irremplazable y por ende, cada misión difiere totalmente a la de nuestro compañero (tal vez ahora podamos estar más tranquilos con nosotros mismos y no mirar tanto a los demás…)

Una persona que ofende a otra, está atentando directamente contra Di-s (jb”sh). Todos tenemos parte en el Todopoderoso. Cada cual que desprecie a su prójimo, su actuar es traducido como una falta sumamente grave, ya que atenta contra la Chispa Divina que cada uno posee en su interior. Un componente esencial y sumamente espiritual.

Volviendo a nuestro tema…

Quizá la dificultad provenga en que el habla no es algo que cueste accionarla (aun teniendo “barreras antifiltros” como los dientes y los labios…) Tampoco se palpa y a simple vista no hay que pagar mucho por ella. No existe una concientización social que objete que su mala manipulación se considera “algo” o que sea “perjudicial para la salud” -¿y para el alma?- (¿o acaso se ve con los mismos ojos a un individuo que ingirió alimentos no Kasher con otro que blasfemó a su prójimo?).

Pero no todo lo que no se palpa no existe. En el mundo no vive sólo lo palpable. Hashem no es visible (“físicamente”), pero de todas maneras sabemos que está junto a nosotros en cada paso que efectuamos.

A muchas personas que se preguntan “¿en dónde está Di-s? ¡No se ve!”, podemos interrogarlos a modo comparativo y salvando obviamente las grandes distancias: “¿en dónde están las ondas sonoras de la radio o la T.V.? Y si es que no existen, ¿cómo es que escuchas tu programa favorito todos los jueves por la noche? No las ves, pero existen, se encuentran en el ambiente… sólo aquel que tiene predisposición a captarlo puede saber que existe.

El tan afamado rabino Amnon Itzjak responde en sus conferencias a esta pregunta de manera similar: ustedes quieren saber en dónde está Hashem y que se los demuestre, ya que alegan creer solamente en lo visible a los ojos. Con ese concepto ustedes no tienen inteligencia, pues tampoco la pueden ni ver ni palpar. ¡Demuéstramela!

Resulta paradójico observar cómo existen tantas personas que cuidan los preceptos del Kashrut de manera excepcional. Cada alimento que entre a sus bocas deberá ser supervisado por el máximo de los rabinos del continente. ¿Pero qué sucede con lo que sale de la boca? ¿También lleva la misma “supervisión”?

Tal vez nos falta un poco más de empatía. Un poco más de ponernos en el lugar del otro para ver qué se siente cuando terceros cuentan nuestra vida íntima, nuestra privacidad. Sin dudas, hoy día no existe un límite claro entre lo privado y lo público. Nada puede dejarse de saber. Ya todos sabemos todo y antes que todo suceda. Pareciera que existiera una obligación de saberlo todo (¿influencias de los medios de comunicación?).

Darse el lujo de “bajar” a otros individuos comentando sus falencias, puede que apacigüe el hecho del tan difícil anhelo de llegar a una categoría privilegiada, sublime. Como diciendo: “¿no observas que nadie es perfecto? Aquel que pensabas que era tan bueno y recto, ¡mira lo que me acabo de enterar! No soy yo solo en este inmenso océano. Todo no es como parece…”, desanimándose y desanimando con picos y palas una meta privilegiada (aunque costosa).

Y con sermones e invitaciones reflexivas filosóficas se descentra lo esencial: uno mismo. Si existe algo allí afuera que me produce molestias, ¿no será que tengo que investigar detalladamente qué anda pasando aquí dentro? ¿”Y por casa cómo andamos”?, dirían muchos (¿mecanismo de defensa propuesto por Freud llamado “Proyección”? Que dicho sea de paso, miles de años antes los Emoraitas nos lo enseñaron en el Talmud en el tratado de “Kidushin” 70 b diciendo que: “Kol haPosel – beMumó posel”, es decir, todo el que descalifica, lo hace desde su propio defecto.)

Había una rab que cuando comenzaba el recitado de la Amidá (fragmento del rezo) lloraba. “En el principio de la Amidá suplicamos: “Di-s, Abre mis labios y mi boca pronunciará Tus alabanzas”, ¿y a quién le pedimos permiso para abrir nuestros labios pronunciando injurias hacia nuestro compañero? Por eso es que lloro”, argumentaba el erudito.

La importancia de lo que hablamos es tan fundamental que los sabios se vieron obligados a incluir un rezo especial (“Elokai, netzor leshoní merah…”) antes de culminar la “Amidá” (fragmento más sublime del rezo). En él rogamos a Di-s que nos cuide de hablar cualquier tipo de mal, ya sea engaños, blasfemias, etc. Para que tengamos noción de la trascendencia de esta plegaria (“Amidá”), cuando los eruditos en el Talmud quieren referirse al rezo en sí, no lo llaman “rezo”, sino “Amidá”.

Cuando el brujo Bilham se encontraba montado en su burra marchando en camino para maldecir al Pueblo de Israel (pese a las advertencias de Hashem de que no lo hiciera), Di-s le envió un ángel que bloqueó el paso del animal. Sin poder contener su frustración e ira y sin entender el proceder de su fiera, Bilham le pegaba a la burra cada vez que se paraba.

Milagrosamente, la burra comenzó a hablarle, preguntándole por qué le estaba pegando. En este momento Di-s dejó que Bilham se diera cuenta que había un ángel que le impedía el paso.

Finalmente Hashem decidió dejar sin vida a la burra, con la que había ocurrido tan significante milagro. El famoso exégeta Rashí nos enseña que el motivo de tal fin fue para que no llegara la oportunidad en la que el animal circule por el mercado (“shuk”) y los pasantes aclamen: “¡miren, allí va la burra que reprochó al brujo Bilham!” (Bamidbar 22:33), y éste último resulte avergonzado.

Una actitud Divina que da mucho para pensar. Analicemos…

Si el animal hubiese quedado en vida, sería una magnífica prueba de “Kidush Hashem” (santificación del nombre de Di-s). Los transeúntes al verla pasar, exclamarían: “¡qué enormes son tus obras, Di-s!”, alabando la cualidad del habla que otorgó Hashem a un animal. ¡Hecho único en la historia! ¡Tal vez habría más retornantes al judaísmo luego de observar una pieza tan valiosa para el monoteísmo! Pero no…

Di-s prefirió arriesgar Su Propio Honor, en aras de que la honra de otra persona, aún tratándose de un malvado, no sea deteriorada.

Más nos asombraremos al investigar el grado de perversidad de Bilham. Hasta tal punto que el Talmud en el tratado de Sanedrín (90A) nos enseña que él es una de las cuatro personas “simples” (“ediotot”) en toda la historia que no tienen Mundo Venidero.

Aprendemos de aquí cuán grande es la honra de cualquier ser humano. Aun tratándose de un malvado entre los malvados, no por ello pierde la calidad de persona que merece como sujeto (Rab Jaim Smulevich ZZ”L, en el libro “Sijot Musar”, capítulo 79).

¡Cuánto más y más debemos preocuparnos por la dignidad de nuestro semejante! Seguramente las personas con las cuales nos relacionamos cotidianamente no llegan a los abismos lastimosos a los que sí llegó este personaje. ¿Y por qué no cuidar su nobleza también? ¿Por qué entonces no “sacrificar” (tal como Hashem lo hizo con la burra) muchas “broncas”, “celos” o la categoría de “saberlas todas”, que podrían resultar ampliamente dañinas para nuestro compañero?

Tal como nos enseña el rey Salomón en Proverbios (18:21): “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos.” Siempre existen las dos caras de la moneda. Las dos maneras de ver las cosas. Las dos formas de comportarse. Y si el tema del habla es el propuesto, bien sabemos las interminables Mitzvot (preceptos) que con ella podemos realizar: bendiciones de tipo diverso, saludar al prójimo, estudio de Torá, rezar, respetar a los padres, dar ánimo al pobre, reprochar (de manera delicada) al compañero… y la lista puede continuar…

Y claro, contrariamente y con la misma facultad, el habla también puede destruir hogares, parejas, amistades y hasta distanciar familias enteras por muchos años (si no es por la eternidad…)

Toda persona que desee modificar algo en su conducta y no sabe con qué comenzar, nada mejor que entrenarse en este asunto. Sabiendo que el individuo habla aproximadamente doscientas palabras por minuto (así lo estimó el Jafetz Jaim ZZ”L), no es nada estimulante calcular el número de prohibiciones por las cuales se pasaría tan sólo con cinco minutos de café, un puñado de amigos y unas pocas masas.

Recordemos los que una vez mencionamos en nombre del Rab Shlomo Wolbe Z”L: de las pequeñas cosas podemos tener beneficios múltiples y asombrosos.
Un medicamento puede tener un tamaño muy pequeño, pero puede bastar para curar enfermedades terminales. Así también, una simple pastilla venenosa de no más de 5 gramos puede terminar con una vida (“Alé Shur”, tomo 2).

Simples, pequeños y diminutos accionares pueden terminar con muchos males. Sean sociales, psicológicos o comunitarios. Tan sólo valorando a quién se encuentre a nuestro lado, podremos respetarlo en tiempo y forma. Aprendamos a observar nuestro entorno. A otorgarle valor a lo que realmente vale. Y, por sobre todo, aprendamos a no dejar cabida para que entren las moscas…

viernes, 4 de septiembre de 2009

Reglas Para Criar Niños Delincuentes

Los padres queremos que nuestros hijos crezcan como hombres y mujeres de bien. Anhelamos y presumimos poder crear obras maestras de moralidad y honestidad de nuestros hijos, pero la realidad nos revela que a veces se produce lo contrario. Tomando la ironía como regla de escritura, años atrás un organismo gubernamental publicó la siguiente lista titulada: “Doce reglas para criar un niño delincuente”:

1. Comienza en la infancia, dándole al niño todo lo que él quiera. De esa forma crecerá pensando que el mundo le debe su existencia.

2. Cuando diga algunas palabrotas, ríe. Eso le hará pensar que es gracioso e inteligente. También le dará coraje para crear frases "graciosas e inteligentes".

3. No le des ningún tipo de "entrenamiento espiritual". Espera hasta los 21 años y déjalo decidir por sí solo.

4. Evita usar la palabra "equivocado". Esto puede causar un complejo de culpa. Después, cuando vaya preso, podrá sacar en conclusión que la sociedad está en contra de él y que está siendo perseguido.

5. Recoge todo lo que el niño deje desparramado por la casa: libros, zapatos, ropas. Haz todo por él, así tendrá experiencia en arrojar toda la responsabilidad sobre los hombros de los demás.

6. Déjale leer cualquier tema en que pueda colocar sus manos. Cuida siempre que los vasos y platos estén bien esterilizados, pero deja su mente deleitarse sobre la basura.

7. Discute siempre delante de tus hijos. De esta forma no quedarán tan impresionados cuando en sus hogares se destruyan en el futuro.

8. Dale al niño todo el dinero que quiera gastar. Nunca lo dejes ganar el suyo propio. ¿Por qué habría de pasar por las dificultades que tú has pasado?

9. Satisface todos sus deseos por la comida, bebida y confort. Cuida que cada pedido sea realizado. Negar podría llevar a una frustración muy perjudicial.

10. Toma su lado contra los vecinos, profesores y policías. Todos tienen preconceptos contra tu niño.

11. Cuando él se meta en un verdadero enredo, justifícate diciendo: "Yo nunca logré controlarlo".

12. Prepárate para una vida de pesar y disgustos. Haz hecho todo para merecerla.