sábado, 7 de marzo de 2009

El Invitado Principal (Rosh Hashaná)

Ya es la hora. La mesa preparada con los mejores manjares, las comidas en el punto exacto de cocción, los invitados ya designados, la casa brilla de resplandor. Todo está en su lugar, no falta nada. ¿Y nosotros?, ¿en dónde estamos?, ¿también preparados?

Empezamos con un “trabajo arduo” de introspección personal desde el 17 de Tamuz.
Luego pasamos por las 3 semanas de duelo con algunas limitaciones en alegrías. No podemos escuchar música ni tampoco estrenar ciertas ropas.
Seguimos con el ayuno de Tishá be Av (9 de Av), para luego comenzar el último mes del año: Elul.
En este último mes tratamos de aumentar o perfeccionar preceptos de la Torá que normalmente no nos cuidamos. Los sefaradím comienzan con “selijot”; los ashkenazim palpitan el gran sonido del shofar luego de tefilat shajrit (plegaria matutina.)
No todo comienza hoy. Un trabajo tal vez algo “automático” pero con mucha práctica previa, anticipándonos al juicio. Claro que no todos los “acusados” se preparan de la misma manera y con el mismo tiempo para “enfrentar” al “juez”, pero… ¿realmente estamos preparados?, ¿nos ocupamos de nuestras almas con la misma convicción, trabajo y esfuerzo que nos preocupamos de los invitados y del “tapuaj udbash” (manzana con miel)?

Si tenemos que tener algo claro en la vida, es saber cuándo hacer lo primordial principal, y lo secundario complementario. No podemos hacer pasar una festividad de tal magnitud como Rosh Hashaná simbolizándola en una “manzana con miel”. No nos quedemos sólo con la manzana. Claro que tiene que ser un año dulce y alegre, pero no es más que un “simán tov” (señal buena), y no una obligación que se nos exige. Pero es más fácil comprar un poco de manzanas y un pote de miel y decir: “¡buen año!”…
¡Atención!, el instinto del mal tiende a confundirnos día a día… la naturaleza de la persona es elegir lo más regocijante y fácil. Por supuesto que todos debemos desear cosas buenas para nuestros semejantes (como dice el Priké Avot: “por siempre que no sea un bendición de cualquier persona simple en tus ojos”); son muy importantes. Hasta tal punto que los “poskim” (dictadores de leyes) aconsejan no alargar mucho la “Amidá” (fragmento de los rezos) en la primera noche de Rosh Hashaná para poder recibir las salutaciones de los presentes.

Pero… abramos los ojos y sepamos diferenciar y darle la importancia verdadera a las cosas. No hacer lo simbólico esencia, ni la esencia simbólico. La esencia es el alma, y el alma necesita más que un “dulce año”. Mejor dicho, para llegar al “dulce año” algo más que ir a la verdulería debemos hacer.

El Rab Shlomo Wolbe Z”L en su libro “Alé Shur” (tomo 2) escribe que de las pequeñas cosas podemos tener beneficios múltiples y asombrosos.
Un medicamento puede tener un tamaño muy pequeño, pero puede curar enfermedades terminales. Así también, una simple pastilla de no más de 5 gramos puede terminar con la vida de la persona.
¿Y nosotros pensamos que tenemos que cambiar “todo” para Rosh Hashaná?

En una oportunidad, un amigo fue a consultarle al “mashguiaj” (guía espiritual) de nuestra ieshivá -Rab Dov Iafe shelita-, que había decidido cambiar algunas cosas para Rosh Hashaná, pero no sabía si elegir dos o tres, si eran suficiente o tenía que incrementar aun más.
El Rab le preguntó: “¿y quién dijo que hay que cambiar dos cosas?”. Es decir, que no se nos exige mucho… “nada”, diría yo…
Comparado a todo lo que recibimos del Todopoderoso, ya no se entiende si Di-s nos creó para servirlo a Él o Él para servirnos a nosotros.
No despreciemos las cosas pequeñas, no nos dejemos convencer por el instinto del mal que intenta que nos desanimemos con frases tales como: “¿pero por una sola cosa vale la pena?, si igual no me cuido con tal otra”, “no me gusta ser falso… o hago todo o no hago nada”, “si la hago, la hago bien”. Recordemos la pequeñez de los medicamentos y el poderoso efecto que ellos provocan.

El Rey David en el Tehilim dice: “El temor a Di-s puro perdura para siempre, las leyes de Di-s son verdad, se justificaron (todas) juntas. Las que son deseadas más que el oro, y que el oro puro (y) abundante, y (son) más dulces que la miel y el chorrear de los panales” (capítulo 19, versículo 11).
La Torá es comparada con la miel, y aun más dulce que ella. Pero cabe preguntar, ¿qué tipo de comparación hace el Rey David?, ¿es realmente correcto el paralelo trazado entre esta y la Torá?
La miel es tan dulce que a lo sumo uno podría comerse dos cucharadas; tres como máximo… ¿y la Torá?, ¿acaso también nos “empalagamos” de tanto estudiarla?

El Jafetz Jaim Z”L responde que la miel tiene la particularidad de ser tan dulce que si se sumergiera un trozo de pan o carne dentro de ella y se lo dejara un tiempo importante, este se transformaría totalmente en miel. Y aun más, según algunos “poskim” (dictadores de leyes), si colocamos un alimento no Kasher dentro de la miel, cuando este se transforma en la propia miel, es totalmente Kasher.

Quizá ahora entendamos un poco más la comparación de la Torá con la miel.
Nos enseña que aun una persona que por su naturaleza no posee buenas acciones o cualidades, al estudiar Torá y aferrarse a ella, se convierte en un ser de buenas cualidades. La dulzura de la Torá convierte a lo “no Kasher” en el propio “Kasher”.
Y tal vez allí irradia el secreto. Comprometerse más con el estudio de la Torá es la garantía que nos permite luchar contra el mal instinto.
Aquella persona que piensa que aun sin estudiar Torá va a poder luchar contra él, que no tenga la menor duda que no sólo perderá, sino que perderá por “K.O”… ¡y en el primer “round”!.
Y no es una opinión personal, sino que el Talmud en el tratado de Kidushín (31 b) dice: “(Di-s le dijo al Pueblo de Israel) creé el instinto del mal y (contrariamente) erigí la Torá para contra restarlo, si ustedes estudian la Torá, él está entregado en sus manos, y si ustedes no la estudian, ustedes estarán entregados en las manos de él”.

El shofar… “¿acaso el león ruge y el pueblo no va a temer?”.
Claro que todos sentimos algo especial cuando lo escuchamos… un sentimiento confuso, que es tan ambiguo que no sabemos si reír o llorar.
El tocarlo nos recuerda al sacrificio del carnero que Avraham hizo en lugar de su hijo Itzack (por eso la ley determina que preferentemente el mismo debe ser un cuerno de carnero.)
“Akedat Itzak” la denominamos, es decir, “el sacrificio de Itzak”… pero… ¡un momento!, ¿el “sacrificio de Itzjak”?, ¿no sabemos todos que un ángel Divino frenó a Avraham cuando iba a sacrificar a su hijo, y en su lugar sacrificó a un carnero?, entonces, ¿por qué seguimos llamándole “el sacrificio de Itzjak” si realmente no lo sacrificó?

Sabido es que Avraham tenía una lucha constante con los idólatras de su generación. Peor aun, su padre (Teraj) era vendedor de idolatrías.
Había personas que caían tan bajo en la idolatría, ¡que sacrificaban hasta sus propios hijos!, claro que nuestro patriarca Avraham también se oponía extremadamente a aquellos sujetos, y trataba de convencerlos para que no hicieran aquellas atrocidades.
Un “buen” día, se le acerca Di-s y le dice que tiene que sacrificar a su propio hijo. El versículo atestigua: “y madrugó Avraham en la mañana, y tomó su burro…”
¡Un momento!, ¿no era nuestro patriarca el principal opositor al sacrificio de los hijos?, ¿cómo puede ser que esté “de acuerdo” con el mandamiento que el Todopoderoso le ordenaba?

Justamente esa es la respuesta… Avraham no sólo sabía, sino que sentía que todo lo que le mandaba Di-s era para bien y así debía acatar a sus órdenes.
¿Lógica?, no, la Torá no se rige por la lógica. Aunque la ciencia “descubra” que en algunos aspectos como el Kasher sí lo es, no es la esencia… y es más, si la Torá solamente nos permitiría comer cerdo, aunque dañara nuestra salud, deberíamos hacerlo, pues, no cumplimos para estar “sanos”a nuestros ojos y así entender los preceptos, sino que confiamos que todo lo que nos ordena el Todopoderoso, es para nuestro bien físico y espiritual, por más que los científicos o quien sea lo contradigan (¿quién saber más: el creador de un “objeto” o el “objeto” mismo?)
Y por esto mismo se llamó “el sacrificio de Itzjack”, porque su padre, Avraham, tuvo que “sacrificar” todos sus ideales que poseía para hacer la Voluntad de Di-s. Ese fue el sacrificio. Y ese es legado que debemos aprender de él, no decir frases como: “ya estoy acostumbrado así”, “soy así y no voy a cambiar”, “pienso distinto”, sino que también debemos “sacrificar” nuestros ideales y enfocarlos en la perspectiva de la Torá.
Solamente podremos lograr este objetivo si nos concientizamos y creemos que las sagradas escrituras prevalecen por sobre el intelecto humano. Que se nos es imposible entender mediante la razón mandamientos Divinos. Estos últimos están alejados de nuestro conocimiento.

Cada detalle y detalle es muy importante, no restarle el valor que realmente tienen los preceptos. Claro que dijimos antes que todo repentinamente no se puede, pero no pensar que no lo hacemos porque “no estamos de acuerdo”, sino reconocer que la verdad es una sola, solamente que por cuestiones de acostumbramiento no podemos con todo de una sola vez. Concordar que estamos atravesando un proceso que contiene distintas etapas.
No pensar de esta manera, sería como aquella persona que entra a una cabina de un avión y al ver cientos de botones exclama: “hay tantos botones… ¿qué pasa si solamente toco uno solo?, ¡pero solo uno!”, y no sabe que el hecho de pulsar tan sólo uno puede terminar en una tragedia. Que haya muchos preceptos no significa que tengamos el poder y la elección de elegir cuál es el “mejor” y cuál “no sirve”, todos son importantes. De a poco, con tiempo, pero reconocer que ni 612 ni 614 son lo correcto, sino 613 preceptos de la “a” a la “z”… ni más, ni menos…

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