sábado, 7 de marzo de 2009

En Piloto Automático (Iamim Noraim)

“¿Me perdonas por todo lo que te hice?”.

Todos entendemos (o creemos entender) que existe una obligación, o al menos una exigencia moral, de pedir perdón a nuestros semejantes por los sucesos desagradables que los hicimos pasar.
Ya desde pequeños nuestros padres nos enseñaron que golpear a un compañero no era algo bueno y bien visto. Si no hubiésemos actuado como corresponde, debíamos arrepentirnos y pedirle perdón por nuestra acción negativa.
La familia habitualmente es la encargada de imponer reglas, costumbres y normas que traten de inculcar los valores éticos para su posterior aplicación con los pares.

Tomás tiene apenas 5 (cinco) años y ya entiende por sí solo que si le pega a Juancito, la mirada del papá no va a ser del todo agradable y seguramente recibirá unos cuantos gritos (con suerte…)
Ahora bien, si analizamos la conducta de Tomás sin entrar en mayores detalles, descubriremos que el niño no golpea a su compañero, porque le teme a su padre. En presencia de este último, difícilmente dañe a Juancito… pero… ¿qué sucederá cuando su papá no esté?

Llevamos una vida estructurada, con leyes impuestas y con estatutos preestablecidos.
Al llamar la atención a una criatura, olvidamos inculcar los motivos y los fundamentos del por qué realmente no es favorecedor que golpee. La vida se nos escapa de las manos. No podemos perder tiempo. Hay que reaccionar rápido, como siempre estamos acostumbrados. Los discursos y sermones de antaño son los que “educarán” a nuestros hijos a lo largo de sus vidas. Así pensamos; así actuamos…

Qué distinto hubiese sido si el papá de Tomacito le haya aclarado en un tono suave: “Tomi, no le pegues a Juancito porque le vas a hacer doler. ¿Te imaginarías lo que él sufriría si tú lo agredes?”. Sucede que es más sencillo decir: “¡esto no se hace!”, poner cara de enojo y exclamar a viva voz unos cuantos gritos, que comenzar a explicar toda la “historia” (de todas maneras, “me hace caso cuando le grito”.)
A veces deberíamos ponerle el freno a la rutina, hacer un “stop” en los hábitos, para preguntarnos si realmente estamos educando de una manera en la que nuestros hijos pueden escucharnos, ser escuchados y ser partícipes de su propia educación. ¿O acaso estamos imponiendo implícitamente una dictadura familiar en la que todos deben acatar sin derecho a preguntas?. Debatir temas sin temores, prejuicios ni condicionamientos. Entrelazando con ellos el verdadero rol de padres. Que se preocupan por sus inquietudes. Que se preocupan por su bienestar. Que se preocupan por lo que quieren transmitir. Que se preocupan…

Porque luego somos nosotros aquel niño inocente, en el que los conceptos básicos se inculcaron sin entrar en mayores detalles.
Es realmente insólito observar como a veces llevamos dentro conocimientos estructurados e infantiles a lo cuales acatamos (aun sin darnos cuenta) en la propia adultez.


“Las faltas entre una persona y su semejante, el Día de Iom Kipur no expía sobre ellas hasta que se dirija hacia su compañero, le pida perdón y esté último lo disculpe” (Shulján Aruj –Código de Leyes Judías- Capítulo 606.)
Nuestros sabios también están de acuerdo con la obligación inherente que siente cada uno de nosotros en pedir disculpas a nuestro compañero. No solamente lo tilda de “buena actitud” o “buena cualidad” sino que lo hace ley; en otras palabras, obligación. No tiene sentido estar rezando todo el día a Di-s para reparar este daño; se nos exige acercarnos personalmente frente al afligido. Él tiene el poder de decisión. Caso contrario, por más rezos y súplicas que se hagan realidad, el Todopoderoso no perdonará al agresor de dicha falta.

Es habitual que en Aseret Iemé Teshuvá (días de arrepentimiento) nos aproximemos hacia nuestros conocidos, familiares y amigos para pedirles disculpas.
Un forzado: “¿me perdonás por todo?”, frío, generalizado y sin entrar en mayores detalles. Como para salir de obligación (“¿todos lo hacen, no?”)
¿Comprendemos lo que estamos solicitando?, ¿somos concientes que el “perdón por todo” implica intentar evitar dichas conductas?, ¿o actuamos como cuando éramos pequeños y papá nos miraba de reojo con rostro poco alegre, insinuando: “dale, pedile perdón a tu amiguito”?

Estamos equivocados si pensamos que solamente antes de Iom Kipur es el momento adecuado para pedir disculpas. Todo el año es propicio para hacerlo. Es más, me atrevería a decir que es más verdadero y significante para el receptor, recibir un perdón en el transcurso del año que en estas solemnes fechas.
Es cierto que en este lapso de tiempo como todos nos acercamos a pedir perdón (o por lo menos así deberíamos hacerlo), es más sencillo para la persona acercarse y “agachar la cabeza” (¡que no está mal!). Pero debemos auto-explorarnos, ser verdaderos con nosotros mismos, y verificar si lo hacemos porque realmente lo sentimos o porque nos lo hacen sentir así. Porque tenemos iniciativa propia, o hacen que tengamos iniciativa propia.

¿Cómo sería nuestra sociedad si en vez de encajonar las situaciones no gratas con nuestro compañero ocultándolas en el “archivo para el olvido”, nos acercaríamos a conversar con él para solucionar las diferencias existentes?, ¿cómo reaccionaríamos al observar más a menudo personas que se piden disculpas entre sí?, ¿se modificarían nuestras conductas?, ¿seríamos más pacientes y propulsores de la paz? No lo podría asegurar, pero obviamente tendríamos otro panorama y abanico de opciones para resolver situaciones no gratas.
Y no solamente en el ámbito de las disputas sociales, sino que al percibir actitudes positivas desde otros sectores de la sociedad, surgiría algún tipo de tendencia interna para comportarnos de manera similar.
Con buenas actitudes –implícitamente- invitaríamos a nuestros semejantes a que comprueben en carne propia lo agradable que se siente obrar bien y seguir el camino correcto.

Imitamos y a la vez somos espejos constantes. Aun sin quererlo, a cada momento estamos siendo observados para ser imitados por otros. Ya sean hijos, hermanos, primos o hasta los propios vecinos. Muchos buscan en el exterior un imagen a seguir porque no pueden llenarse con su propio Ser, o porque no poseen la suficiente autoconfianza para auto dirigirse (que es un problema distinto…)
Por dondequiera que sea, las personas tienden a buscar ejemplos y modelos a seguir.
Está en nuestras manos dar un prototipo ejemplar para que otros nos imiten, ameritando a nuestro semejante, e instantáneamente, preocupándonos por su bienestar. Y si no es en estos días, ¿entonces cuándo?

Otro factor a tener en cuenta antes de pedir disculpas, es que lo primordial no es tanto la acción, sino el sentimiento.
Las acciones positivas (llámense preceptos, buenas cualidades o leyes) que no llevan consigo una pizca de sentimiento, con el transcurso del tiempo enfrían a la persona y el individuo siente un gran vacío al realizarlas. De repente se encuentra con que hace años está cumpliendo preceptos y obligaciones que en ningún momento sintió que debía hacerlo.

La rutina a veces nos provoca automatizar lo espiritual, actuando de forma instantánea y sin sentimiento previo.
No somos máquinas. Dejemos las corridas cotidianas de lado y comencemos a reflexionar en cómo es realmente nuestro vivir. Si cumplimos los preceptos porque sentimos que debemos hacerlo, o porque ya se tornó una costumbre.
Si cumplimos las Leyes de Hashem (Di-s) porque estamos automatizados, o porque sentimos necesidad en así conducirnos.
A pocos días de Iom Kipur, no podemos darnos el lujo de conducirnos en el camino de la Torá tal como satisfacemos nuestras necesidades fisiológicas. Tenemos sed, tomamos; tenemos sueño, dormimos. Es hora de replantearnos e investigar para poder observar con más convicción y sentimiento. Este último hará que el hábito no cumpla con su función, y nuestro existir se llene mejor espiritualmente.
Por ello, debemos informarnos y estudiar los motivos de los preceptos (aun los superficiales). Conectarnos con la esencia de los mismos, que no en vano nos fueron entregados. Aceptar todo como estructura también es positivo, pero a fin de cuentas terminaremos fríos o con poca convicción en su cumplimiento.
Pero cuando el mensaje entra por el corazón, la conducta es otra. Nosotros somos otros…
Investigar de la manera adecuada, consultar con rabinos y dirigentes competentes, sin prejuicios, es la llave para que el sentimiento verdadero pueda florecer. Ser concientes que en ocasiones estaremos limitados a comprender ciertas cuestiones Divinas, pero investigar lo más a fondo posible. Acerquémonos a las fuentes, y ellas nos hablarán por sí solas. Tienen mucho que decirnos.

Quebremos con aquel sistema que alguna vez compramos cuando éramos pobres inocentes. Salgamos al exterior. Vivamos con sentimiento. Con sentido…


Luego de explayar el tema es propicio preguntar: “¿por qué es tan grave la agresión física/verbal hacia nuestro semejante?”.

En la Amidá (fragmento de las oraciones) de Rosh Hashaná decimos: “Hoy es el cumpleaños del mundo, hoy serán juzgadas todas las creaciones…”. En otras palabras, en esta fecha -al culminar un año adicional desde la creación del mundo- Di-s evalúa la razón de existir de cada una de las creaciones y determina si son necesarias para el futuro funcionamiento de Su plan Divino establecido.
¡Un momento! El cumpleaños del mundo es el 25 de Elul; en Rosh Hashaná (1º de Tishré), como bien sabemos, fue creada la persona. ¿Entonces qué fue creado en Rosh Hashaná?, ¿el mundo o la persona?

Es cierto, en Rosh Hashaná fue creado el ser humano… pero también fue creado el mundo, ya que la finalidad del mundo es la propia persona. La “persona” y el “mundo” son sinónimos (tal vez ahora podamos entender a nuestros sabios cuando nos dicen que: “el que salva a una persona es como si hubiese salvado a un mundo entero”.)

En hebreo, la traducción literal de “persona” es “adam”. La raíz de esta palabra se puede explicar de 2 (dos) maneras diferentes:

a) Proviene de la palabra “adamá” (tierra.)
b) De la palabra “domé”, que significa “parecido” (a su Creador, Di-s.)

De la primera explicación podemos trazar un paralelo entre la tierra y el hombre, ya que la primera puede ser un terreno fértil para que se reproduzca cualquier especie cítrica o vegetal. Todo depende de cómo fue preparada la tierra.
La persona es igual. El terreno está, es decir, la persona existe, vive, respira, pero para que las virtudes y cualidades “crezcan” de manera “fértil”, hay que saber la manera adecuada para “arar”, “sembrar” y luego “cosechar” los potenciales latentes. Dependiendo de este proceso, dará frutos (o no) nuestra cosecha.
Un sinfín de posibilidades pueden florecer, pero todo depende de la semilla que sembramos.

La segunda explicación nos deriva hacia un versículo inevitable de esquivar cuando abordamos este tema: “Y creó Di-s al hombre a su imagen, a imagen de Di-s lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).
En otras palabras, cada ser humano posee una Chispa Divina que lo caracteriza. Somos parte de un todo que es Di-s. Cada uno es único e irremplazable y por ende, cada misión difiere totalmente a la de nuestro compañero (tal vez ahora podamos estar más tranquilos con nosotros mismos y no mirar tanto a los demás…)
Una persona que ofende a otra, está ofendiendo directamente a Di-s. Todos tenemos parte en el Todopoderoso y es por ello que el pedir disculpas se vuelve necesario y obligatorio.
Primeramente disculparse con el agredido, y luego con el Propio Di-s, por haber agredido a una mínima parte de Su Existencia.

Puede que estemos lejos de disculparnos con nuestro semejante como corresponde. Demasiado. Pero al menos saber cuál es la meta a la que debemos llegar. Una persona que toma conciencia y acepta que aun le falta para su propia realización, tiene más posibilidades para el cambio (el que acepta todo como está, ¿para qué va a tener que cambiar?, ¡si todo está bárbaro!.)
El tema no se vuelve ajeno a ninguno de nosotros, pero tal vez este sea un ejercicio para comenzar a ser más auténticos y congruentes con nosotros mismos. Aprender a no auto-engañarnos. A mirar las cosas desde otra perspectiva. A romper con la rutina. A desactivar el piloto automático.

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