miércoles, 11 de marzo de 2009

El Inmueble Invendible (¡historia real!)

Vivía en Bené Berak (ciudad ortodoxa de Israel) una mujer propietaria de un departamento, que un día decidió ponerle un cartel de venta.

Llegó a la ciudad un estudioso de la Torá proveniente de Kiriat Erzog (otra ciudad), muy interesado en mudarse a Bené Berak, cosa no muy fácil por la poca oferta de departamentos para la venta.
En cuanto vio el cartel llamó telefónicamente y concertó una entrevista con la señora.

A la hora acordada se presentó en la casa.
La mujer lo atendió muy cortésmente, mostrándole en detalle cada rincón de la vivienda.
De acuerdo al tipo y estado de la propiedad, y teniendo en cuenta la cotización de los departamentos en esa zona, el interesado calculó que el precio variaría entre los 150 y 200 mil dólares. Pero cuando le preguntó a la señora cuánto pretendía cobrar por su departamento, ésta le contestó: "no menos de 380 mil dólares; no menos de eso".
"Pero ese precio no es real, no es eso lo que vale", le dijo el estudioso desilusionado, abandonando el lugar.

Un año más tarde, este hombre vuelve a pasar por allí, y el cartel de venta seguía en su sitio. Pensando que habiendo transcurrido un año sin venderlo, probablemente habrían bajado el precio, llamó telefónicamente y pidió una nueva cita. La mujer le dijo que lo esperaba a las cuatro de la tarde.

Puntualmente llegó a la casa, y para no perder tiempo, le recordó a la señora que él ya había estado hacía un año atrás. "En pocas palabras, yo sólo quiero saber: ¿cuánto vale?". "380 mil dólares", contestó ella, y agregó: "no menos". "Señora, ¿usted quiere vender o no?, ¿se da cuenta que este no es un precio real?, ¿no se da cuenta que no hay quién lo compre?".
La mujer empalideció. El muchacho se sintió mal pensando que la había ofendido.
Ella tomó un poco de agua y dijo: "yo nunca pensé en vender. Este es un buen lugar para mí". "Entonces, ¿por qué engaña a la gente?".
"Yo soy viuda, estas cuatro paredes me comen la vida. No tengo para qué levantarme a la mañana. Tengo hijos en Estados Unidos, pero nada más..."

Esta mujer tiene dinero, tiene salud pero no tiene respeto.

"Este falso cartel, colgado en mi balcón, cambió mi vida y la transformó en un paraíso. La gente llama, viene, conversamos, me cuentan de su familia, los convido con un café. Porsupuesto tuve que poner un precio alto para que nadie compre..."

El joven la escuchaba conmovido. Ella sacó una agenda de citas y le mostró las que tenía registradas para las dos semanas siguientes: dos al mediodía, dos por la tarde... al mediodía: descanso.

Cuánto es capaz de hacer la persona en un momento de desperación, cuando siente que nadie se fija en ella.

Este estudioso de la Torá, inspirado por el caso de esta mujer, tomó conciencia de la gran cantidad de personas que atraviesan por esta situación, organizando un "Guemaj" (asociación, sin fines de lucro, que se encarga de prestar una cosa o un servicio a personas necesitadas), llamado: "Oído atento", en el que se ocupan, durante las 24 horas, en escuchar a quien lo necesite.

El Gaón de Vilna nos enseña que el favor más grande es darle el respeto necesario al compañero. Hacerle saber que: tienes un alma elevada. Cuando hacemos sentir a una persona que él vale, no estamos dándole algo externo a él, le estamos dando "a él mismo", le estamos dando su Ser. No es algo que sea "acompañante". Le estamos dando "a él mismo".

Si conocemos a alguien que tiene un problema, no siempre es necesario darle dinero. A veces con escucharlo alcanza. No sólo eso, sino que si sabemos de una personas que está atravesando por una situación difícil, no esperemos que venga a pedirnos ayuda... nosotros debemos ir a su encuentro. Esto podemos aprenderlo de nuestro patriarca Avraham, que incluso en el tercer día, después de la circunsición, a pesar de que Di-s puso en el cielo un Sol abrazante para que ningún caminante lo perturbara y pudiera recuperarse, salió de su carpa en busca de invitados a quienes hacer favores. Aprendamos de él y no esperemos a que vengan a pedir. Salgamos a buscar hacer el bien, teniendo en cuenta siempre, que primero debemos comenzar por casa. En nuestro propio hogar, con nuestras esposas, maridos, hijos...

Es muy sencillo dar a terceros. Quedamos muy bien frente a personas "ajenas". Parecemos muy "justos" y "benevolentes". En cambio, cuando ningún halago se espera como retribución (que esto ocurre en nuestras propias casas), allí realmente es cuando queda demostrado que nos brindamos incondicionalmente por el hecho de hacer un favor al prójimo, no más que aquello. Nuestros familiares también son “prójimos”. No olvidemos aquello.

Extraído de la publicación semanal "Maor Hashabat", año 1, número 22.

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