jueves, 26 de marzo de 2009

Y La Culpa Es De...

Siguiendo con el tema del post anterior, me parecería interesante compartir una reflexión general de aquel asunto.

Retomaremos el tema con un nuevo pasaje del Talmud (Avodá Zará 8 b) el cual nos comenta que en los últimos 40 años antes de la destrucción del Bet Hamikdash (Gran Templo), no se sentenciaron penas de muerte. ¿El motivo? Dado que "eran muchos los casos, no los podían juzgar".

En su hermoso libro "Banim Atem" (páginas 178, 179 y 180) el Rab Daniel Oppenheimer nos advierte que no debemos olvidar la responsabilidad que le cabe al resto de la sociedad en cada delito que ocurre. Si el índice de criminalidad crece, entonces algo falla en el conjunto de la sociedad (posiblemente esa sea la razón por la cual dejaron de aplicar la sentencia en penas capitales cuando se multiplicaron).

Es muy fácil acusar a otros y señalar con el dedo al asesino, a sus padres, a la pobreza, a la falta de empleo, a los políticos. Sin embargo, si ocurren desgracias, violaciones y asesinatos, el resto de los ciudadanos que compartimos la vida del país, podemos preguntarnos si no somos demasiados permisivos y tolerantes en todo lo que vemos día a día en los medios, en los carteles publicitarios, de manifestaciones implícitas, y casi explícitas de sensualidad, de exhibición y de erotismo.

¿Nunca se preguntaron si no existe una relación directa entre entre el estímulo que estas expresiones provocan y la falta de contención y canalización de los instintos humanos para ser empleados como Di-s dictó en la Torá, en la naturaleza y en las siete leyes universales? ¿Nunca se pusieron a pensar si la enorme cantidad de personas frustradas en nuestra sociedad no será el producto de una cantidad ilimitada de publicidad en la que muestran imágenes del goce perfecto y provocan nuevos "hambres" imposibles de satisfacer en las personas, muchas de las cuales no están preparadas para vivir frustradas o desilusionadas y, por lo tanto, intentarán llenar sus deseos a toda costa?

A mí no me cabe la menor duda (sigue diciendo el Rab Oppenheimer), que la proliferación de material violento y sensual tiene una incidencia directa sobre el aumento de criminialidad en nuestra sociedad. Mientras los ciudadanos no seamos responsables, expresando nuestra oposición clara y contundente acerca de nuestra posición respecto al tema, con el riesgo de ser acusados de retrógrados, anticuados, khumeinistas, etc., cuando escuchemos, día a día, de hechos terribles no podremos manifestar que “iadenu loshafjú et hadam hazé ve'eineinu lo ra'ú” (nuestras manos no vertieron esta sangre y nuestros ojos no vieron - Devarim 21:7), como dicen los Ancianos de la ciudad más próxima a la víctima de un homicidio no aclarado.

El análisis sobre la pena de muerte no puede separarse de un estudio global acerca de los valores “desvalorizados” en nuestro medio. Si logramos mejorar la conducta de todos los individuos que integran el conjunto, también podremos rezar con devoción y una conciencia limpia “hashiva shofteinu kevarishoná”, merecer una justicia como la que una vez fue.

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